A raíz de mi columna anterior, recibí algunos comentarios y muy buena retroalimentación que me hace repetir el título para precisar algunas observaciones respecto al periodismo responsable. Por ejemplo, una persona me recuerda que en todas las épocas, en todo el mundo, los periodistas asumen posiciones firmes a favor de sus gobiernos, sin que ello signifique que se venden al mejor postor o que reciben favores económicos o en especie (“chayotes”, en el argot de la prensa mexicana), aunque sí ocurre en muchos casos. Pero hay sus excepciones entre aquellos que son fieles a sus convicciones y no hay nada reprochable en su conducta. E igualmente siempre ha habido periodistas combativos que, no por ser opositores al poder político, deben ser satanizados o considerados enemigos, pues responden al llamado de su conciencia y son dueños de su libertad en el planteamiento de sus críticas contra el que manda, y no por eso puede alguien siquiera sospechar que busca llamar la atención del gobernante para que le dé trabajo en el sector público o para que lo ponga en la lista de las dádivas o de la atención especial.
Es cierto, en una democracia el valor de la libertad de expresión tiene un lugar especial. De ahí que es altamente apreciada en Estados Unidos la Primera Enmienda que los padres fundadores rubricaron con especial cuidado. Por eso el periodismo abre sus espacios para la definición de cada quien en torno a sus ideas, creencias y preferencias de todo tipo. Todavía más: hay medios informativos y periodistas que tienen seguidores que apuestan por sus posturas y terminan identificándose en sus análisis de la realidad política, principalmente. O en las crónicas deportivas. Pero también hay medios y periodistas que son rechazados ab initio por ciertos sectores que los tienen catalogados como tóxicos y jamás atienden sus mensaje. Sin embargo, para no andar con extremismos, en lo personal defiendo la lección inolvidable que nos dejó Javier Darío Restrepo, el colombiano que mejor estudió y aplicó la ética para hacerla vida como profesional y dejarla como la mejor herencia a los reporteros de las nuevas generaciones.
De ahí que su definición de periodismo era contundente: “Servidor de la sociedad a través de la información. No cuarto poder ni negocio ni co-gobierno ni juez ni propagandista. No. Es servicio a la sociedad que abarca a todos los que toca con sus mensajes. El periodista es servidor y punto”.
Y para mí un auténtico servidor es el que abraza a todos por igual, sin discriminación ni distinción de nada. Un verdadero servidor es el que atiende al que lo busca para entregarle lo que necesita. Y la sociedad lo que necesita, de parte de los medios y el periodismo, es el acceso a los hechos verosímiles y a la verdad en la noticia así como en el enjuiciamiento de las declaraciones, de los personajes y de los sucesos trascendentes, bien investigados, bien contrastados, bien verificados y bien contextualizados. Un periodismo que no inventa, no difama, no calumnia, no insulta con malas palabras, no invade la vida privada de nadie, no chantajea ni vive de la carroña en los asuntos políticos, religiosos, deportivos, culturales, etc.
En una sociedad en que la tolerancia, la pluralidad y la disposición de servir nos salvan a todos del desastre de la desunión y de la polarización política, el buen periodismo está llamado a no echar gasolina a la lumbre ni a amarrar navajas con propósitos inconfesables. Porque si se siembra resentimiento, venganza, rencor y odio en el cerebro de los receptores de mensajes, se cae en el juego peligroso de las ofensas so pretexto de que el gobernante en turno también es inmaduro al despreciar desde su tribuna privilegiada a quienes considera enemigos y opositores porque no están con él y los llama minoría rapaz, conservadores hipócritas y delincuentes de cuello blanco que han empobrecido al país con su voracidad insaciable y su corrupción neoliberal. Él cree que está en lo cierto y sobra quien lo secunde sin fanatismos. Pero se equivoca al atizar el odio en las redes sociales contra los fifís de la prensa que le critica y señala sus errores, sin tomar en cuenta lo que valen los señalamientos cuando se trata de corregir errores y rectificar conductas, aun cuando se trate de periodistas pagados por empresarios y grupos alternativos de poder.
Los medios, no se olvide, están para servir a las buenas causas de México, y la respuesta a los los insultos de un lado y de otro devienen en una enfermiza polarización de los sectores que envenena todo organismo vivo y puede llevarnos a una guerra civil, si bien ésta puede parecer algo lejano y exagerado. Así es que toca hacer su parte y encender las alertas al buen periodismo. Al periodismo responsable. Ese periodismo que no odia porque reconoce la lucha del actual régimen contra la corrupción y contra la pobreza y busca un cambio de rumbo. Pero que también se planta firme con sanos mensajes de civilidad ante los excesos y yerros de AMLO.
Y no es que el buen periodismo se trate de una aspiración nada más o de un ideal que jamás se cumple. Hay ejemplos edificantes que, sin atenerse a siglas, ideologías, credos y colores, aplauden lo aplaudible y denuncian lo denunciable de los personajes públicos. En su neutralidad profesional, equilibrio y buen juicio, le ponen el acento y el énfasis a los hechos públicos que de por sí son noticia sin otra intención que servir a la sociedad y conformar una opinión pública vigorosa. Claro que de todo hay en la viña del Señor, y hay colegas que forman parte de la “guardia pretoriana” en las conferencias matutinas de AMLO y son agentes que operan como periodistas en medios respetables a favor de la “cuarta transformación”, y están en todo su derecho, hemos dicho, pero su proceder rayano en el fanatismo desdice mucho del buen periodismo. E igualmente hay personeros de los grupos opositores y del poder económico que se prestan a hacer uso de su nombre de periodistas a fin de tundirle por todos lados a quien sus amos ponen en el centro de la diana. En ambos casos debemos subrayar que se trata de un periodismo irresponsable. Y mucho más cuando proceden no solo de mala fe sino con odio Mesánico destructor, mucho más letal con las palabras que con las armas. Pero sí es periodismo responsable cuando su trabajo obedece al dictado de su yo interno, porque nadie puede coartar a nadie su inclinación a una preferencia.
Yo, en cambio, prefiero al que ejerce esta profesión sin los tintes beligerantes de extrema derecha o de extrema izquierda y se porta sensato, equilibrado, imparcial y sólido en la ponderación de lo bueno y lo malo de todo lo que investiga y todo lo que le ofrece la realidad cotidianamente. Que no oculta lo que debe trascender a la opinión pública ni manipula a ésta con el silencio cómplice, con la desinformación o las “cajas chinas”. No que sea objetivo en su totalidad, porque la objetividad tiene muchos recovecos y es discutible, aunque si se apega a ésta, vale la pena, pues la definimos como la difusión y crítica de los hechos tal cual ocurrieron y son claros en sí mismos, sin quitarle ni ponerle nada de la propia cosecha.
Prefiero a los que se pueden equivocar en sus juicios, pero no los condena la mala fe o la intención predeterminada de hacer lo que les da la gana con su habilidad en el oficio. Y merecen todo el repudio los que llegaron a los medios a medrar y a chantajear cobijados por mil justificaciones banales. Además, si los dueños de esos medios aprovechan para la transa, el amiguismo con los poderosos y la ganancia fácil utilizando a su personal y reporteros, mucho más tiene razón el desprecio que se ganan. Mucho más, porque aprovechan el periodismo como un ariete para sus negocios, que es de lo que abjuraba Javier Darío Restrepo, terco en ponderar el valor.