Todas las corrientes de pensamiento reconocen que la búsqueda de la verdad tiene como método la confrontación de las ideas. Igualmente es un hecho que todos los países del mundo esgrimen total respeto a la libertad de expresión, aun en aquellos sistemas totalitarios, de derecha e izquierda. Todos presumen de apertura, de compromiso con la transparencia y de tolerancia a la crítica.
Sin embargo, muchas veces los hechos muestran todo lo contrario. La libertad se queda trunca cuando el poder político o económico se interpone en el camino de la difusión noticiosa o de las ideas. Y, peor, cuando en la mayoría de los casos los principales enemigos están precisamente en los mismos medios, pues los dueños
o editores son los primeros en impedir el debido flujo de la información, más que nada por sus intereses particulares o de grupo, que chocan con los de la comunidad.
Es muy perniciosa la actitud de los editores que se erigen como los grandes censores con facultad de discernir qué es digno de publicar y qué no; qué daña las estructuras de la sociedad y qué no; qué afecta sus intereses económicos, políticos y sociales y qué no. Y no se diga cuando se ponen “de pechito”, por una buena dotación de publicidad oficial o dinero fresco, para obedecer a los gobernantes en la manipulación de las masas, tergiversando los hechos o asestando golpe tras golpe a los rivales de esos gobernantes con la fabricación de noticias o con el énfasis intencionado de las mismas.
Por eso la sociedad reclama auténticos vehículos informativos, sin más compromiso que el que les impone la verdad; que opten por el periodismo de investigación, ese que pisa callos, descubre lo que los poderosos no quieren que se sepa y desnuda a la gente de doble cara. Ese trabajo profesional de los medios es el que aporta los valores supremos en que se retrata la opinión pública de toda comunidad, sin importar que incomode a los anunciantes y a los que se sienten afectados por sus textos e imágenes probatorios de una realidad que debe ser denunciada.
Hay amplios sectores de la sociedad, quizá los más, cuyas ideas, carencias y sufrimientos, jamás afloran en las páginas de la prensa y en los medios electrónicos tradicionales. Son los marginados de las buenas noticias. Solamente son tomados en cuenta cuando son motivo de juicio o condena por sus errores o delitos o cuando dan materia prima para el sensacionalismo. Pero pocas veces tienen voz para reclamar justicia, equidad y atención oficial. En cambio, los periodistas cómodos siguen creyendo que las únicas fuentes informativas son los actores políticos y económicos y se olvidan del ciudadano común y de la sociedad civil.
Es cierto que en el México contemporáneo, después del estreno de nuestra tibia democracia, el periodismo es muy distinto de aquel que estuvo sometido y dominado por la tiranía de los políticos emanados del partido hegemónico y casi único. La misma televisión se ha desatado las amarras de la autocensura poco a poco, pero hace falta crecer en la cobertura de sucesos que no pueden quedar ocultos, ni se debe bajar la guardia en la crítica justa, aunque haya gobernantes de piel delgadita que tipifican como prensa fifí y medios de la derecha conservadora a los que les hacen ver sus desaciertos o contradicciones en el decir y el actuar.
Esos gobernantes son de temerse por su intolerancia a la verdad exhibida en los medios. Son los que contraatacan de inmediato y representan un riesgo si un día su mecha corta los lanza a decretar medidas autoritarias en contra de la libertad de prensa y de expresión. Pero es cuando más ha de crecerse el verdadero periodismo, no importa que el negocio no sea lo boyante que es en dinero cuando está a favor del que manda o está instalado en el poder ejecutivo de una nación. Del heroísmo deberá salir una lección edificante, que nunca será mal recibida ni mal recordada, como sí lo es la pestilente muestra que nos dejaron los que vivieron del entreguismo al poder en tiempos del poderoso PRI.
En síntesis, esperamos que en el sexenio que viene, se reafirme la tesis de que sólo con la confrontación de las ideas y la discusión pública de los problemas, por más escabrosos que éstos sean, se logrará el desarrollo de nuestro país. Y que los medios de comunicación entiendan cabalmente su misión como instrumentos indispensables para alcanzar una sociedad más justa, libre, independiente y democrática, abriéndose a las más diversas tendencias ideológicas y estratos sociales, presentando la información con todas las versiones de las partes en conflicto y las observaciones correspondientes de quien trabaja la noticia sin matices ni censuras, además de darle su lugar al periodismo de investigación, con reportajes sin limitantes.