Apenas supe que por motivos laborales debía de cambiar mi residencia de Tamaulipas a Nuevo León, tomé una decisión de que la que -hasta ahora- no me he arrepentido: conseguí una motocicleta para moverme por la ciudad.
Algunos aseguraron que me estaba pegando “la crisis de los cuarentas”, no faltaron quienes me auguraron todo tipo de funestos destinos al andar por las calles de Monterrey a bordo de un vehículo de dos ruedas y mi madre no para de decirme lo nerviosa que se pone cada vez que recuerda que su hijo anda en moto.
No lo voy a negar, andar en motocicleta es muy divertido y, hasta podría decirlo, terapéutico.
Bastan unos minutos de rodar por las calles para que olvidar los problemas del día. Hay algo muy tranquilizador en escuchar el ronroneo del motor, sentir el camino, disfrutar el aire golpeándote suavemente.
Es cierto, moverse en este tipo de transporte conlleva riesgos; tienes que ir muy atento al camino anticipando la pend… del automovilista que tienes enfrente.
Si a eso le agregamos la poca cultura vial que existe en Monterrey, con choferes del transporte público que manejan como verdaderos aspirantes a homicida y conductores a quienes no les importa que haya otras personas circulando por la avenida, podrán comprender que, para mí, ir a trabajar es una diaria aventura.
Sin embargo, debo decirlo, el principal motivo por el que decidí moverme en motocicleta en lugar de automóvil es porque el tráfico me pone de un humor fatal.
Odio, con odio jarocho, estar atorado en un congestionamiento vial por más de cinco minutos. Detesto encontrarme con avenidas de cuatro carriles convertidas en estacionamientos.
Andar en auto es más cómodo, pero prefiero mojarme en un día lluvioso o andar todo acalorado en verano que perder la mitad de mi día en el tráfico.
No es un secreto: en la zona metropolitana de Monterrey ya no caben más carros y nadie quiere hacer nada para evitarlo.
No importa que los niveles de contaminación estén en niveles de miedo, que circular por Leones, Gonzalitos y/o la Carretera Nacional sea poco menos que imposible casi a cualquier hora del día, nadie en la capital de Nuevo León quiere renunciar a su vehículo.
Es cierto, existe el transporte público y, en el caso del Metro, es bastante ineficaz para representar una opción viable para los que necesitan llegar del punto A al B.
El tema es que el gobierno en lugar de invertir (pero invertir en serio) para ofrecerle a sus ciudadanos opciones viables para que se bajen del carro, prefieren hacerse como que la Virgen le habla y se pierde en discusiones estériles sobre el precio del viaje.
El tema del transporte público no es prioridad porque, para los residentes de Nuevo León, la única opción aceptable para moverse por la ciudad es en auto.
Quienes van en camión o Metro son nacos, pobretones, jodidos. Si quieres ser alguien en esta ciudad necesitas traer carro.
En Monterrey, más que cualquier otra ciudad, el tener auto es sinónimo de estatus y eso se encuentra tan arraigado en la mentalidad de los residentes de esta ciudad, que nadie se imagina siquiera lo que sería la vida sin automóvil.
Por eso las reacciones tan viscerales cuando, buscando bajarle al tema de la contaminación, algún funcionario es linchado mediáticamente cuando propone la implementación del programa Hoy No Circula.
Para muchos residentes de esta metrópoli es más tolerable que les mienten la madre que les exijan bajarse del carro.
No importa que ya no quepamos, no importa que el gasto para la gasolina se lleve casi la mitad de los ingresos familiares, no importa que se pierda media vida en los congestionamientos, lo que interesa es demostrar que “ya la hicimos”, pues tenemos carro en qué movernos.
En el tema de movilidad y contaminación lo peor está por venir y la gente no quiere hacer nada para solucionar las cosas.