Víctor M. Toledo es uno de los más enfáticos en sus trabajos acerca del pensamiento crítico, que él define como el proceso mediante el cual se usa el conocimiento y la inteligencia para llegar de forma efectiva a la postura más razonable y justificada sobre un tema. Ello implica reconocer y evitar los prejuicios, identificar y caracterizar los argumentos; evaluar con rigor las fuentes de información, y finalmente ponderar todas las evidencias para tomar una decisión lo más correcta posible.
Y no hay duda que el pensamiento crítico se nota ausente en muchos sectores de México en la actualidad. Basta con ver el comportamiento de algunos políticos de moda, más identificados con lo que Walter Riso analiza en su libro El poder del pensamiento flexible (2007): Una mente dogmática es aquella que vive anclada a sus creencias de manera radical, las cuales considera inamovibles y más allá del bien y del mal… una mente sectaria es la que compagina el dogmatismo, el fundamentalismo y el oscurantismo en un estilo de vida destinado a estancar el desarrollo humano y personal.
“El dogmatismo es una alteración del pensamiento que consta de tres elementos: (a) un esquema disfuncional: ‘Soy poseedor de la verdad absoluta’; (b) el rechazo a cualquier hecho o dato que contradiga sus creencias de fondo, y (c) la negación de la duda y la autocrítica como procesos básicos para flexibilizar la mente. El dogmatismo es una incapacidad de la razón que se cierra sobre sí misma y se declara en estado de autosuficiencia permanente. La natural incertidumbre es remplazada por una certeza imposible de alcanzar”.
Y cómo hace falta el pensamiento crítico en época electoral. Cómo se requiere ser flexible ante las propuestas políticas de los que no comulgan con nosotros en perspectiva y análisis de la realidad. Y cómo urge que los líderes conduzcan sus discursos con verdadera convicción para que las masas puedan optar por lo que ellas mismas determinan qué es lo mejor para nuestra sociedad, hoy dividida hasta el tuétano por tanta palabrería y saña en la tribuna pública y en las redes sociales, porque los medios tradicionales simplemente son consumidos por otro tipo de público minoritario.
Por eso es urgente también reconocer a las instituciones, grupos y personas en general que rechazan el pensamiento crítico, pues es una forma de manifestar el temor al considerarlo una amenaza sobre las relaciones de poder y dominio que buscan mantener. Así es que quienes aspiran a un puesto público están obligados a conducirse con honestidad para no engañar a los electores pensantes, conscientes de que México debe optar por los trazos de vida que impidan su aniquilamiento o que lo arrumben al conformismo e inoperancia. Quienes practican el llamado “voto duro” también han de ser sacudidos con mensajes que les hagan ver a quién están apoyando y qué consecuencias puede traer a todos su sufragio en las urnas. Y no se diga lo que implica convocar y convencer a los del partido que más triunfa en los comicios: los abstencionistas, es decir, los que creen que su papeleta no valdrá nada el 6 de junio o que es imposible atajar a los corruptos que buscan el poder para enriquecerse porque todos los políticos son iguales. Esos abstencionistas finalmente dejan todo en manos de los más sensibles a seguir apuntalando el rumbo del país o a enmendar el estado de cosas en que navegamos.
Como el intelectual Víctor Toledo, hay que estar atentos en no dejar llegar a los puestos públicos a sicópatas y radicales del pensamiento único, y menos a quienes creen que nunca se equivocan y no son capaces de utilizar la autocrítica para enmendar sus errores. No se debe recurrir a las armas ni a un golpe militar para tumbar a los indeseables, por más hartazgo que se padezca, cuando se tiene a la mano el poder del voto. Y el pensamiento crítico ayuda mucho en tal empresa.