Hay un principio de la psicología evolutiva que da razón contundente acerca de por qué las personas somos más adictas a las malas noticias que a las buenas: por atracción fatal. Y no desentona nada con un dicho clásico del periodismo: Un balazo llama más la atención que mil abrazos. Y este otro axioma norteamericano: “No news, good news”.
Por eso los periodistas aprendemos desde las primeras lecciones que de los 10 “criterios de noticiabilidad” o factores de valoración de los hechos noticiosos, solamente dos tienen que ver con lo positivo. Conocidos también como ingredientes de la noticia, la mayoría de ellos tienden a orientar la atención sobre lo que levanta escándalo y acicatea el morbo de las masas.
De ahí que son los receptores de las noticias quienes marcan la pauta en el consumo de historias lo cual hace que los medios masivos lucren con las que atraen más y que los manuales de periodismo enfoquen a los estudiantes en lo negativo, porque “las buenas noticias no venden”. Y, si no, vea usted por qué los diarios casi no ofrecen materiales apropiados en la sección cultural que tienden a elevar el espíritu más allá de la frivolidad o el morbo y, en cambio, sí despliegan una gran información de hechos de sangre e inseguridad o se vuelcan sobre el terreno político para “amarrar navajas” en una sarta de declaraciones de los protagonistas de algún escándalo.
Es el mismo público el que hace a un lado las buenas noticias y, aunque critica que los medios se pueblen de malas noticias, a fin de cuentas lo que más le llama la atención es aquello que se sale de lo convencional u ordinario y más si raya en lo negativo. Por tanto, los canales de televisión que promueven la alta cultura tienen poco “rating” y los espacios dedicados a las buenas noticias son de consumo minoritario.
José Luis Martín Descalzo (1930-1991), afamado sacerdote y periodista de Madrid, dejó en sus escritos una serie sobre “la infinita cantidad de buena gente que sostiene el mundo y jamás sale en los periódicos y en la televisión, porque estamos cansados de que las tonterías cotidianas de los políticos y los famosos merezcan el honor de la letra impresa, y no aparezca el heroísmo de los que aman cada día y, cada mañana, se levantan y van al trabajo”.
Luego, citando al filósofo alemán Kierkegaard, repetía: “Sólo a los necios se conceden altavoces”. Y se dolía que cualquier criminal sea más famoso que la gente que “sólo ama”, “sólo trabaja” o “sólo es honesta” y que jamás será tomada en cuenta por la prensa, la radio y la TV. Por lo visto –decía—el vinagre es más noticia que el azúcar y los medios solamente salen los “ilustres”, sean políticos y asesinos, que no siempre coinciden con lo mejor de la Humanidad. Somos los que estamos en los medios los que fabricamos las famas, hinchamos los globos y convertimos en mitos a gentezuela de tercera.
“Si en España 3 mil cirujanos ponen su alma y sus nervios en aras de sus pacientes en clínicas y hospitales, nunca serán noticia. Pero Dios libre a uno, sólo uno de ellos, equivocarse en sus diagnósticos o en el manejo de sus bisturíes: pronto serán los 3 mil acusados de carniceros.
“Si en España 20 mil curas luchan diariamente por difundir la fe en Dios y por servir humildemente a sus hermanos, jamás cantará nadie su entrega cotidiana en un poema. Pero que suba uno de ellos a un púlpito un día en que le duele el estómago y diga un par de tonterías, verán ustedes cómo lo cuenta hasta la televisión.
“Podríamos seguir con todas las profesiones. Podríamos añadir que del mismo bien sólo se ven los aspectos espectaculares (…) Sí, henos aquí en un mundo súper informado que informa de todo menos de lo fundamental, un mundo en que se nos cuenta con todo detalle el día en que un hombre muerde a un perro, pero no que un hombre lo saca diariamente a pasear. Es la amargura del hombre contemporáneo: sólo vemos el mal y sólo parece triunfar la estupidez.
“Pero claro que no es culpa de la prensa. Desde que el mundo es mundo, los malos han hecho más ruido que los buenos. Y así como 100 violentos son capaces de traer en jaque a 30 millones de pacíficos, una 12 de infradesarrollados son capaces de poner patas arriba todo lo que los mejores lograron construir a lo largo de siglos”.
Eso lo sabe el señor Presidente de México. Pero de pronto, con motivo de su cuatro informe de gobierno, se ha empeñado en gritar a los cuatro vientos que “lo bueno casi no se cuenta, pero sí cuenta”, e insiste en aleccionar a los medios y periodistas en varios discursos, como el que pronunció ante los empresarios lamentando que “pareciera que no quisiéramos o nos negáramos a reconocer los avances y a registrar las buenas noticias”.
Agregó: “Estamos en búsqueda de ellas y cuando las tenemos frente a nosotros pareciera que no las vemos. En Turismo son buenas las noticias que hay”, y subrayó la felicidad que provoca el hecho de que, en los últimos dos años (los de su mandato, casualmente) México se haya ubicado en los 10 primeros lugares del mundo en cuanto a captaciones de visitantes extranjeros. Y sufre cuando no se le reconoce la creación de 2 millones de empleos (aunque sean mal pagados) y cuando se le regatea mérito a la baja inflación que según él ha permitido mayor consumo entre los mexicanos.
Enrique Peña Nieto no se conforma con que Televisa y TV Azteca se ocupan de sus buenas noticias a nivel nacional. Tiene a las televisoras a sus pies. Y no sabemos por qué se siente triste, según parece, o acongojado o incomprendido porque no se festina en todos los medios el hecho de que nuestro país sea campeón en inversiones de la industria automotriz, e invariablemente enfatiza que ello es debido a sus famosas reformas estructurales, de las que habla con euforia un día y otro también.
La óptica del primer mandatario, sin embargo, no es la misma, muy lastimada, del pueblo pobre que no puede alegrarse cuando les dicen que “México se está moviendo” pero, en su ignorancia (consecuencia de su miseria) no sabe para dónde se mueve o cree que sí se mueve, pero para atrás. Y mejor prefiere fugarse de la cruda realidad con comentarios a pasto sobre el cantante Juan Gabriel, novelas, borracheras, futbol picante y noticias de secuestros, balaceras, desastres naturales, robos, violaciones, corrupción, impunidad, pleitos entre políticos, etc.
“Yo sé que no aplauden”, parece repetir una y otra vez, convencido de que es merecedor de más que eso. Y se acongoja con la baja popularidad de que goza con apenas un 21 por ciento en el nivel de aceptación. Y por eso se defiende con el coro de los suyos al subrayar que no gobierna para las encuestas y le echa la culpa a los medios. Pero se estrella con los estudios científicos que confirman la tendencia de los seres humanos hacia lo negativo porque lo positivo se ve normal (a veces hasta como un deber que no se debe aplaudir) y no llama la atención comparándolo con lo sorprendente, escandaloso o morboso.
Por ejemplo, fracasarían los medios que noticiaran los 20 mil aviones que aterrizan sin ninguna dificultad en todos los aeropuertos del mundo, porque aburrirían a la gente con lo trivial, pero en cambio fallarían en su cobertura de una aeronave –una sola– que se estrella con consecuencias fatales. Y así en otros muchos casos como el del funcionario bancario que cumple 40 años en una institución financiera sin robar un solo cinco, pero el que sale en las noticias es el que se embolsa 100 mil pesos. En la tele sobresalen los políticos corruptos y casi nunca los buenos políticos, si los hay.
Lo malo y no lo bueno es lo que activa el mecanismo de defensa, porque la gente tiende a decir: “Qué bueno que no me pasó a mí o que no soy así”, cuando escucha noticias de desastre y corrupción, o por lo menos se siente alertada ante una amenaza de la que dan cuenta los medios.
Por lo tanto, le tenemos una mala y una buena noticia al señor Presidente. ¿Cuál le decimos primero: la buena o la mala? La buena es que todo mundo está de acuerdo con él y tiene razón al reclamar que no le ponemos más énfasis a las buenas noticias que genera su gobierno. Es una lástima. Pero la mala es que el público así ha sido educado y en una sociedad de mercado, si las buenas noticias no venden, el negocio no camina. Y los medios masivos en manos de inversionistas, son un negocio y no un instituto de beneficencia social. ¡Lástima, Margarito!…
Así es que primero búsquese un buen director de comunicación social para hacer que las buenas noticias trasciendan sin recurrir a la payola, el embute, el chayote o la presión política como consiguen todo con Televisa y TV Azteca. v