Les propongo un pequeño reto: traten de encontrar en Internet una foto del presidente Peña junto con los dos personajes más importantes (por sus funciones) de la Unión Europea (UE): Van Rompuy – presidente del Consejo Europeo – y Barroso – presidente de la Comisión. Probablemente hallarán únicamente la fotografía del breve encuentro que tuvieron en enero pasado durante la cumbre Europa – América Latina en Chile.
¿A qué voy con esto? Mi inquietud es sencilla: me pregunto si la nueva administración mexicana tiene realmente un interés en extender las relaciones con la UE. La duda es legítima a la vista del vuelo de 11 horas que sí pudo emprender el presidente para asistir a la misa de entronización del Papa en Roma, pero que no pudo aprovechar para viajar a Bruselas, centro del poder de la UE ubicado a apenas dos horas del Vaticano. Muy apenas sostuvo efímeros encuentros con los dirigentes europeos el día de la ceremonia religiosa en Roma y con el presidente irlandés que dejará de ocupar la dirigencia rotativa de la UE en tres meses. El asunto se vuelve francamente alarmante si se considera que es la segunda vez en menos de un semestre que el mandatario viaja al Viejo Continente sin concertar cita con los dirigentes del primer bloque comercial del mundo. Recordemos que durante su última gira europea en octubre 2012, el entonces presidente electo había cancelado la visita prevista a Bruselas.
Este tipo de comportamiento explica fácilmente por qué México y la UE no profundizan su relación, a pesar de estar ligados por un tratado comúnmente denominado en la prensa nacional como “de libre comercio”, aunque en realidad abarca mucho más que asuntos meramente comerciales. Desgraciadamente, este atajo lingüístico de los periodistas refleja la falta de interés de los gobernantes mexicanos sucesivos por todo lo que se aparta del comercio. Todos dejaron a un lado el fantástico potencial de cooperación bilateral que instituye el acuerdo. Lo peor es que durante este lapso, ni siquiera se profundizó mucho el comercio tan alabado, como lo reconoce la mismísima embajadora de la UE en México. Sólo nacieron unos proyectos tecnológicos que beneficiaron de un financiamiento (limitado…); y unos cientos de estudiantes mexicanos fueron a seguir sus estudios en Europa. Nada extraordinario.
En el aspecto político, las dos partes convinieron oficialmente de la necesidad de aliar crecimiento económico con desarrollo social, pero muy poco se hizo para aliar la palabra a la acción. El acuerdo institucionalizó un diálogo político, pero nunca contribuyó a reforzar el multilateralismo en las organizaciones internacionales, ni a mejorar los problemas sociales de los país involucrados.
Si la relación bilateral se sigue basando casi exclusivamente sobre el comercio, jamás terminaremos con el desencuentro que aleja paulatinamente – y tal vez definitivamente – a México de Europa. Esto por la simple razón que si de negocio se trata, es y seguirá siendo mucho más fácil para un empresario mexicano comerciar con Estados Unidos que con un continente alejado, de muchas lenguas y aún más culturas. La ventaja competitiva incomparable que tiene Europa – ¿pero para cuánto tiempo aún? – sobre cualquier otro bloque regional es precisamente su enfoque para tratar de acompañar el comercio mundial con medidas de cooperación al desarrollo.
La amenaza es clara: una obsolescencia anticipada de la relación. Si no queremos que los textos firmados queden como letra muerta, existen muchas medidas que se podrían tomar: desde aumentar los fondos de los programas de cooperación hasta mejorar el sistema de revalidación de títulos universitarios, pasando por un incremento del servicio al cliente, de la confiabilidad y de la imagen de México en Europa, para mencionar únicamente unos cuantos ejemplos. Sin olvidar dos condiciones imperativas para que la relación crezca en un futuro. La primera consiste en luchar contra la inseguridad que daña la imagen de México en Europa. Se habló mucho allá de la violación de las seis españolas en Acapulco, pero también del asesinato de un empresario belga en la misma ciudad o del crimen de un estudiante francés en Gómez Palacios. La segunda llave se encuentra en el voluntarismo político sin el cual no se puede esperar nada. En este ámbito, resulta preocupante la ausencia de encuentros entre el mandatario mexicano y los dirigentes oficiales de la UE.
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