Parece que irremediablemente Andrés Manuel López Obrador se encamina con paso firme a convertirse en el próximo presidente de México. Las encuestas realizadas en distintos ámbitos y las charlas de café y en la vía pública así lo señalan. Y no se ve cómo Ricardo Anaya pueda arrebatarle el triunfo; mucho menos José Antonio Meade, a quien le ha tocado pagar los platos rotos por el desprecio de las mayorías al PRI y a Enrique Peña Nieto, tan maltratado por la opinión pública con una baja calificación a su mandato sexenal.
A menos de que a última hora se diera una insólita fusión entre el Frente armado por el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano con el PRI y sus satélites (el Panal y el Verde), con todo su aparato clientelar, o que se instrumentara un atrevido fraude electoral el 1 de julio, no queda otra más que aceptar que a la tercera será la vencida para AMLO, como resultado de sus 12 años de campaña política y de aprovechar abusivamente para sí de los tiempos que le correspondían a su Movimiento de Regeneración Nacional y de la nobleza de sus seguidores al dejarlo autoelegirse candidato único sin ninguna oposición interna, ni siquiera como despiste.
A menos que cometiera un garrafal error de aquí al 1 de julio, este hombre de izquierdas, cuyo mayor enemigo es él mismo, ya espera sobre el cuadrilátero a Anaya o a Meade, aunque con la carcajada muy de él, al darse cuenta cómo se hacen garras estos dos representantes de “la mafia del poder”, según su propio dicho. Entre los famosos independientes tampoco hay quien le haga cosquillas, de manera que cuando figuren en la boleta, poco se moverá el pronóstico de los especialistas, ante el gozo de los “morenos” del centro y sur del país, y con cierta resonancia en el norte.
Aquí es donde el miedo no anda en burro, porque los grupos de poder económico temen que el resentimiento de AMLO y su intolerancia ancestral lo hagan perder los estribos y se lance con todo a desbaratar el entramado que favorece a quienes se han beneficiado con el neoliberalismo y las reformas estructurales, como la energética y la educativa, que el izquierdista ha prometido combatir para favorecer a sus amigos afectados por sus pobres resultados en los exámenes magisteriales y por la exigencia para que desquiten el sueldo.
El miedo no anda en burro. Y temen la peor debacle aquellos que saben que AMLO le ha tumbado al PRI el voto duro y la preferencia en las zonas más pobres que el tricolor había conquistado a base de dádivas, de manipulación y de trabajo de campo con sus corruptos líderes territoriales. También temen lo peor quienes estudian la personalidad del tabasqueño y le encuentran parecido en su apetito por el poder absoluto con los hermanos Castro, de Cuba; con Hugo Chávez y Nicolás Maduro, de Venezuela; con Evo Morales, de Bolivia; con Daniel Ortega, de Nicaragua, y con Rafael Correa, por ahora extinto políticamente en Ecuador.
¿Un peligro para México? Claro que sí, advierten los que se estremecen de imaginar sus ataques a la libertad de expresión y apuestan a que López Obrador no cambiará sus respuestas iracundas o burlonas a los críticos de la prensa o a quien osa contradecir sus puntos de vista. Y se derriten de temor los que conocen su falta de respeto a todo lo que él ve como amenaza a su forma de pensar. O los que subrayan su incongruencia al atacar duramente a “la mafia del poder” y lo ven ahora rodeado de los que vienen de esa “mafia del poder” y se han colado a cargos estratégicos, como si siempre hubieran militado en MORENA.
Es obvio que sí lo consideran un peligro para México aquellos que tienen muy presente el desprecio a las instituciones proclamado a morir por AMLO. E, igualmente, los que pesan la ligereza con la que lanza ocurrencias con las que dice gobernará como si se tratara de un juego entre cuates y no de conducir a una nación, cuyo futuro podría tener en sus manos, aunque no fuera por una votación mayoritaria pero suficiente para cruzarse la banda presidencial.
Sí. Sí temen que el peligro para México venga de nuestro propio sistema por no haber promovido jamás la segunda vuelta presidencial, no lograr vencer el abstencionismo. Porque, aunque la oposición dividida sumara más votos que AMLO, con los que logre él, tendría para llegar al poder y echar a andar su plan autoritario, muy dado al servilismo ciego y a la sumisión, al tiempo que es muy ajeno a la rendición de cuentas y a transparentar aquello que no le conviene que conozca la opinión pública nacional.
Sin embargo, si vivimos en una democracia, no queda más que atenerse a lo que legítimamente resulte de la voluntad de todos los que acudan a las urnas el 1 de julio. Y colorín colorado.