
En México, las mayorías suelen, todavía, perdonar a los políticos mentirosos, corruptos, así roben “poquito” o muchote. En general, avalamos a los cientos de parlamentarios, gobernadores, alcaldes, regidores, líderes sindicales y servidores públicos abusivos y traficantes de poder, o al menos poco o casi nada hacemos para moverlos de su estado de confort, aunque el salario se los asignemos vía impuestos y sus prebendas se las regalemos “democráticamente”.
En México, político es sinónimo de ladrón, embustero, tramposo, vividor, poderosos, y ellos, los políticos, no se inmutan; pareciera que, tal y como nosotros nos hemos acostumbrado a cargar con ellos, ellos se han acostumbrado a dominarnos.
Entre ellos mismos se protegen, en los congresos locales, en las cámaras, en los gobiernos. Son de los mismos.
La rivalidad la sacan cuando van por el pastel completo. Una alcaldía, una curul, un escaño, una gubernatura, una secretaría general sindical hace que el antagonismo sea encarnizado y se digan verdades, y mentiras y que se saquen los trapos sucios para desprestigiarse entre todos, al final y al cabo, de todas formas, el menos peor o el más cabrón (a) llegará al poder.
Y de esto, insisto, somos copartícipes, hasta cierto punto corresponsables, todos.
En efecto, las grandes televisoras, los corporativos, muchos medios de comunicación que manejan los intereses macros (en un país hartamente futbolero y populachero) mueven casi a su antojo las masas, aunque cada día avanza más la democratización de los contenidos, con sus asegunes, de las redes sociales.
Viendo este sencillo y muy general perfil del mexicano, entenderemos que el señor Miguel Ernesto Herrera Aguirre, oriundo de Cuautepec de Hinojosa Hidalgo, de 47 años de edad, mejor conocido como “El Piojo”, era pues un director técnico de la selección mexicana politizado y convertido además en un producto de mercado, inmerso en un sistema que le dio mucho, que lo hinchó de billetes y que luego le dio una patada cuando su locura lo superó, y cuando, en efecto iban en picada.
Porque, la neta, el señor “Piojo” producto de este sistema mexicano donde Televisa, está visto, es de los que parte el queso, se movió a sus anchas siendo un entrenador medianito, como DT y como persona, pero sobre todo un sujeto que en cualquier proceso penal o penitenciaria sería catalogado como peligroso.
El señor Herrera se embolsó por su chamba 35 millones de pesos anuales, más 15 millones que le dio el Gobierno (verde) de Chiapas, más lo que le dio el Partido Verde, al que apoyaba descaradamente violando la Ley Electoral; más lo que le pagó Movistar, Segunda Mano, Ciel, Melox, etcétera.
Así apapachaban al señor “Piojo” los patrocinadores; estaba de moda.
El hombre violento, y mentirosos, al igual que los políticos (“no lo agredí, discutimos y lo empujé”, dijo sobre el puñetazo que le dio en el cuello al comentarista deportivo Christian Martinoli) siempre ha sido controvertido, sobre todo por su temperamento. Su hija Michelle le ha heredado, según se ve, algo de su carácter.
Muchos creerán que el señor “Piojo” enloqueció en el mundial de Brasil cuando el seleccionado metió goles, o dese antes, cuando ganó el partidito del repechaje contra Nueva Zelanda; pero no, él perdió la cabeza seguramente desde que era jugador llanero, y luego cuando era jugador profesional, director técnico “profesional” y director de la selección.
Es de mecha sumamente corta, y felón e irracional cual es, cree que quien lo critica, lo ofende a él y a su familia, y cree que las discusiones en la cancha y los estadios se arreglan a madrazos.
Los psicólogos, de hecho, coinciden en que “El Piojo” es como esos cuates, que hay por doquier a lo largo y ancho de México, que creen que todo mundo está mal, y que él (ellos) está a toda madre.
Pues ya no más piojo, ni piojita.
Y como el show, el gran show nacional debe continuar, para el circo de la masa, a buscar otro técnico, con el aprendizaje que un energúmeno con hija protagonista de por medio no es recomendable, y menos en plena época de videos y redes sociales.