El término paparrucha o paparruchada, en periodismo, significa noticia falsa o deformada, equivalente a lo que en inglés se ha popularizado como fake news. Por tanto, es de un pobre cerebro humano hacer caso a todo aquello que circula de un lado a otro sin la confirmación de su origen y la identificación o firma de quien lo emite para, de esta forma, hacerse responsable de su contenido e impacto en la sociedad. Pero en el medio político, los estrategas de la propaganda son tan perversos en ocasiones que se valen de una paparrucha como medio de manipulación, con el fin de ver las distintas reacciones de la gente con miras —dicen ellos coloquialmente— a tantearle el agua a los camotes.
Así las cosas, se valen de rumores también con el objetivo de sorprender a los interlocutores y sembrar la confusión generalizada en torno a hechos a veces fantasiosos pero creíbles, como ocurrió hace tiempo con el famoso “chupacabras” y otros inventos de mentes torcidas que saben cómo tender cortinas de humo a fin de distraer al público de asuntos verdaderamente importantes, de modo que utilizan inclusive los medios de comunicación tradicionales, obligados por siempre al rigor periodístico que consiste en verificar las noticias, comprobar su fuente u origen, contrastar los datos y certificar su veracidad, pero que, por ligereza o complicidad, no todos lo hacen. Y menos los que se protegen en el anonimato en las redes sociales para difamar, mentir y amenazar a quien se les pegue la gana.
Igualmente las “cajas chinas” tienen su razón de ser en este campo de la comunicación de masas, pues es una técnica de la narrativa oral o escrita donde, como si fuese una caja china, dentro aparece otra similar pero más pequeña y dentro de ésta, otra más pequeña aún y así pudiera ser hasta el infinito, pero que luego, al cerrarse, se juega con la credibilidad de los receptores sobre la historia original. Sociológicamente es un buen distractor que hace olvidar cuestiones importantes por estar atentos a la sorpresa de cada “caja china” que aparece.
Por eso llama la atención que nos hayamos enganchado con un panfleto dado a conocer en una de las conferencias matutinas en Palacio Nacional y se le haya dado relevancia otra vez a esta fórmula de AMLO, como ha ocurrido con otras. Por ejemplo, al hablar de la rifa del avión presidencial, la definición en torno a ser conservador o liberal en el México de hoy u ocurrencias similares, que nos hacen olvidarnos de la severa crisis en que México ha entrado en cuanto al desempleo escandaloso, la disminución de recursos económicos en muchas familias y la carestía de los productos básicos, empezando por la tortilla, el huevo, el frijol, el limón, el aguacate y demás frutas, etc. Como otras veces, volteamos a donde nos indica el político y dejamos de ver los problemas severos ocasionados por la pandemia del Coronavirus, así como el hundimiento de Pemex, el manotazo arbitrario contra los órganos ciudadanos y el derroche de recursos públicos en obras que no garantizan bienestar sino conquista de votos.
Lo único provechoso que nos dejó la advertencia de conspiración o “compló” y el sesgo golpista que le dio el presidente al panfleto es que el Bloque Opositor Amplio (o AntiAMLO) no existe, porque ninguno de los implicados se dio por aludido y, que si fuera una realidad, no debió exponerse desde la tribuna del Palacio Nacional como algo indebido, puesto que la democracia consagra la disidencia como uno de sus pilares fundamentales, mientras no se convoque a la violencia ni se cometa algún delito electoral. El mismo tabasqueño se opuso durante 22 años a la “mafia del poder” y eso le sirvió para acreditarse como un líder que mereció la confianza de los que creyeron en sus promesas para alcanzar su sueño más acariciado.
Pero el riesgo está en que otras paparruchas, fake news, rumores, panfletos, libelos y hasta pasquines que circulan en las redes sociales sean utilizados por las autoridades como vehículo de comunicación, a pesar de no tener ninguna seriedad. En la Francia antigua los libelos fueron un verdadero dolor de cabeza por su número y contenido desde que la imprenta apareció en Europa. Y después en todo el mundo, hasta la fecha, sobre todo ahora con la protección del escondite de su autoría que permiten las redes sociales.
Por otra parte, los pasquines, hay que saberlo, nacieron como escritos satíricos anónimos que se fijan en sitios públicos y casi siempre van en contra de un gobierno o una persona e institución. Sin embargo, su connotación más común está enfocada a los diarios o revistas con artículos e ilustraciones de una calidad deplorable, con un toque sensacionalista y calumnioso, fincado en un lenguaje soez.
Forma parte del lado oscuro del periodismo y su referencia vuela a un capítulo de la historia romana cuando la figura de una estatua desfigurada se confundía con la personalidad de un ciudadano de nombre Pasquino, de donde deriva tal nombre, hasta la fecha, respecto a esa clase de escritos que hoy tienen que ver con los memes, porque el populacho embarraba clandestinamente, durante la oscuridad de la noche, en tan particular obra de arte, sus pegotes con insultos a las autoridades. “César es el marido de todas las romanas y la mujer de todos los romanos”, era una forma de zaherir al emperador, lo que devino luego en los pasquines que en tiempos de la tecnología de punta son el recurso moderno al que se enfrentan los poderosos cuando los marginados se sienten ofendidos por sus acciones u omisiones.
Así es que es recomendable utilizar el sentido común al encontrarse con este tipo de materiales del periodismo. Pero mucho más debe ser cauto el señor presidente para no valerse de paparruchas o paparruchadas al momento de darle vuelo desde la alta tribuna del Palacio Nacional. A no ser que sea un escrito preparado por uno de sus colaboradores para lanzarlo como técnica de las “cajas chinas” a fin de tender cortinas de humo o fabricar distractores con fines políticos.