Mientras el Viejo Continente no termina de truncar el gasto público para supuestamente sanar su economía, México no se queda atrás como lo demuestra la enésima revisión a la baja de su crecimiento económico para el presente año.
En este contexto se crearon por ambas orillas del Atlántico nuevos impuestos que afectarán a toda la población. La diferencia quedó en que cuando ciertos impuestos europeos van contra los más pudientes (por ejemplo el impuesto a… ¡75 por ciento! Sobre los que ganan más de un millón de euros en Francia), aquí los impuestos le pegan mayoritariamente a la clase media –a pesar de la recién propaganda en los medios masivos para hacernos creer el contrario – y dejando intocados los intocables, es decir a los extremadamente ricos y las grandes empresas.
Un ejemplo que no se ha mencionado y que encuentro particularmente inicuo: el impuesto de 10 por ciento sobre las ganancias en la Bolsa Mexicana de Valores. Si a primera vista la medida parece atractiva, pues toca principalmente a los más ricos, se trata en realidad de una decisión injusta porque este impuesto se aplicará exclusivamente a las personas físicas y NO a las personas morales. Traducción: usted y yo, pero no las grandes empresas. De igual manera, cuando las empresas otorgan un dividendo a sus empleados, estos verán también retenido un 10 por ciento.
Es cierto que mecanismos similares existen en países europeos, como lo explicó el gobierno federal para justificarse, pero las empresas mexicanas requieren más de incentivos que de penalización. Aparte, lo que implica este argumento es incorrecto, ya que no existe ningún estándar internacional para llevar a cabo una comparación eficaz con otros países.
Así, pues, si usted tiene una cuenta de ahorro o “de inversión” como le llaman los bancos, ¡tendrá que pagar el 10 por ciento de lo que le deja esta cuenta! Mientras tanto, las grandes empresas que hacen lo mismo, pero como personas morales, no pagarán este nuevo impuesto. Peor aún: todos los trabajadores llamados “cautivos”, es decir los de clase media a quien se retienen los impuestos a la fuente del sueldo, son el blanco de esta reforma. Los otros, los que están haciéndose ricos en la informalidad, ni quién se atreve a bajarles el negocio o simplemente a ponerles reglas… Estos trabajadores “cautivos” son los que generalmente tienen afore. Y no sé si está enterado, pero las afores meten en la Bolsa de Valores parte de nuestro ahorro para que rinda frutos, así que también habrá que “compartir” con el Estado lo ahorrado para el retiro…
Me parece propiamente alucinante que se pretenda cobrar impuestos sobre los ahorros de los trabajadores, pues estos peculios duramente constituidos para mucha gente son el rendimiento de la perseverancia y del esfuerzo. Ya se paga una primera vez el impuesto cuando se percibe el sueldo del cual se genera un ahorro. En resumidas cuentas, a partir del siguiente año se va a cobrar ni más ni menos que un doble impuesto sobre el trabajo.
Desgraciadamente, en Europa también vimos casos escandalosos en los pequeños países que no tienen fuerza de oposición a la casta bancaria en el poder. Asimismo, los ahorros de los trabajadores de Chipre se vieron impuestos a la altura de entre 6.75 y 9.9 por ciento del día a la mañana; es decir que el Estado para no desaparecer tuvo que puncionar de forma autoritaria una décima parte de los ahorros de sus ciudadanos (lo cual corresponde perfectamente a la definición de un “robo”: quitar o tomar para sí con violencia o con fuerza lo ajeno, según la Real Academia Española).
La pregunta, ahora que se decidieron las alzas de impuestos aquí como allá, es la siguiente: ¿para qué, para quién o cómo se van a utilizar estos nuevos recursos?
En México, es curioso que se pretenda regresarle a la gente con una mano lo que se le quitó con la otra (los impuestos); con programas sociales que sabemos que NO funcionan (pues aumentó el número de pobres a pesar de todo lo que se gastó). Es bien sencillo: se estima que duplicar el programa Oportunidades cada año reduciría la pobreza de un 2 por ciento apenas. Y ahora el nuevo programa emblemático del gobierno federal sólo se enfoca en el hambre como indicador de pobreza, cuando una verdadera política social debería de concentrarse en garantizar acceso a la salud, a la educación y trabajos con sueldos dignos. Con esto se mejoraría automáticamente la situación del hambre. Y de paso disminuiría la violencia.
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