Hace 12 años el entonces gobernador priista entrante Natividad González Parás se comprometió a no incurrir ni en caprichos ni en arrogancias personales, pero ahora se le recuerda como un ex gobernante voluntarioso, gastón, opaco y caprichoso.
Hace seis años Rodrigo Medina, el alumno ungido de Nati, se daba gusto prometiendo y prometiendo. “Que quede claro, voy por el combate frontal del crimen organizado y la delincuencia pública. Lo digo fuerte para que se escuche en todos los rincones del Estado y del país: no habrá negociación o pacto con la criminalidad”.
El joven gobernante, entonces tenía 37 años, hasta parecía haber sido sacado del guión cinematográfico de La Ley de Herodes: “Nos proponemos atacar dos grandes lastres, eliminar dos grilletes que no nos dejan competir al tú por tú con los mejores del mundo: la corrupción y la impunidad”.
Claro, muchos le aplaudieron aquella noche otoñal de pie en el siempre glamoroso Teatro de la Ciudad, al igual que ovacionaron seis años atrás a González Parás.
Pero hoy, seis otoños después, Medina se va en medio de un juicio popular que lo acusa a él de peculado, tráfico de influencias y a su padre Humberto Medina Ainslie y hermanos, por un enriquecimiento más que inexplicable.
De los Medina, se dice, amasaron en los últimos seis años fortunas escandalosas en México, Texas y en otras partes del extranjero, y se adueñaron a la mala de muchos terrenos en Mina, Nuevo León. Negocios redondos.
Pero sus correligionarios, los priistas y sus aliados en turno en el Congreso incluyendo los ex panistas ahora “independientes” y el sistema en sí, protege desde hace tiempo al aún gobernador para que se vaya, se destierre por un tiempo y venga cuando la tormenta haya pasado.
Sí, el gobernador que está por entrar prometió meter en la cárcel a Medina y a su familia, pero Jaime Rodríguez Calderón habló así estratégicamente en su campaña; ahora no quiere ni acordarse de su arenga, y ya hasta modificó su posicionamiento.
Las cuentas que Natividad González Parás dejó a Nuevo León, de hecho, estuvieron mochas y anómalas, sucias.
El treviñista que raspaba a su antecesor el panista Fernando Canales Clariond, que fue sustituido por Fernando Elizondo al decir que no tomaría decisiones “en los ambientes cerrados, fríos y plagados de intereses particulares de las oficinas de Gobierno”, le dio todo en bandeja de plata a sus cuñados constructores, sobregiró el estado y se empeñó en realizar un fórum con gastos bastante cuestionables, que en un estado de derecho también hubiera incluido cárcel para algunos.
En materia de inseguridad y de crimen organizado, en ambas administraciones, la de González Parás y la de Rodrigo, le quedaron a deber mucho a la sociedad.
En fin, del dicho al hecho.
Y ahora que el considerado primer gobernador independiente de la historia de México, Jaime Rodríguez Calderón, se alista para iniciar su gestión hay expectación por si será más de lo mismo o realmente cumplirá con las montañas de promesas que hizo en toda su sui generis campaña.
“El Bronco” tiene la oportunidad de romper con esa retórica Ley de Herodes de cada sexenio neolonés, o ser uno más de esos gobernantes ricos, pero tristemente célebres, acaso repugnados o cuestionados, como en su tiempo lo fueron (su maestro finado) Alfonso Martínez Domínguez, Sócrates Rizzo, Benjamín Clariond Reyes Retana, Fernando Canales, Natividad González y Rodrigo Medina.
La inercia, la costumbre y la resignación colectiva de siempre nos dice que el gobernador independiente será algo más de lo mismo… ¿algo le dice a usted que no?
Al tiempo.