El primer año de política interior de la administración Peña Nieto me parece ubicarse mucho más en el espejismo de la palabra que en la acción del cambio real. No descarto que en el futuro, el “cambio verdadero” (para parafrasear a López Obrador) suceda con la actual administración, pero por el momento simplemente no se ve por dónde podría acontecer.
En el ámbito nacional, ya se ha dicho mucho de la imagen propia del Presidente y de su famoso copete; mientras en el escenario internacional, el mandatario ha sido ultra activo para tratar de proyectar la imagen de un México pacífico y tierra de inversiones seguras; esencialmente durante sus viajes por Europa (Irlanda del Norte, Reino Unido, Francia, etc.). Todo el contrario de la funesta percepción generalizada que se tiene más allá de nuestro país. En efecto, aunque no llegan en los medios europeos imágenes de violencia cruda y explícita como aquí, la violencia generada en el país ocupa buena parte de los espacios informativos europeos, especialmente los españoles, cuando antes el foco de atención de la prácticas más violentas y crueles del orbe era Irak o Afganistán.
Como lo expresó también Thomas K. Neisinger, responsable en América Latina de la Secretaría de Asuntos Exteriores de Alemania, durante su estancia en el DF, es fundamental mejorar la imagen de México “en seguridad pública y derechos humanos” para que se puedan llevar a cabo reales colaboraciones sobre temas relevantes como la “biodiversidad, la lucha contra el cambio climático y la transformación energética” y obviamente “la economía”.
Hoy, a un poco más de un año de la toma de protesta del nuevo Presidente, resulta atrayente analizar la construcción ideológica de este México que se pretende vender al mundo. Después de considerar campañas públicas como el programa “Hablemos Bien de México”, así como varios discursos pronunciados por Peña Nieto en foros internacionales, me queda claro que se trata de erigir una realidad diferente a la que existe efectivamente, (sea la que sea LA verdadera realidad, pues cada quien puede tener “la suya”, constituida de matices respecto a una base común innegable). En sus discursos, el Presidente promueve la ilusión del bienestar y de ser totalmente dueños del futuro de un país idealizado; libre, justo y armonioso. Obviamente, un político es por definición alguien que promueve sus ideales y defiende los intereses inherentes a su cargo. Estas palabras mediáticas “de fachada” se basan comprensiblemente sobre las convicciones y las necesidades del puesto de Presidente que ocupa Peña. Pero por la misma razón, es natural que los observadores expliquen, analicen y critiquen estas posturas.
En este caso, lo que molesta de estos repetidos discursos es la superficialidad que Octavio Paz nombraba “nuestro pernicioso amor a la forma”, en la que se cuida la imagen más que la realidad, lo superficial más que lo sustancial. En lugar de preocuparse por mejorar realmente y concretamente el país – y en este caso uno podría asumir que la percepción internacional que se tiene sobre México cambiaría “solita” – los dirigentes trabajan generalmente a contrarrestar, desdibujar y minimizar lo negativo con el discurso, resaltando artificialmente lo positivo a golpes de palabras.
Qué lástima que no se reconozcan las verdaderas causas del mal que corroe a nuestro país, porque éste claramente tendría ventajas que ofrecer a la comunidad internacional en su conjunto (entiéndase los empresarios, inversionistas, estudiantes, turistas, etc.). Al contrario, se maneja a una retórica negadora de la realidad y se trata de tapar la realidad con programas de relevancia desigual. Sin embargo, hay que reconocer que la ciudadanía también tiene su parte de responsabilidad, pues no exige cuentas claras a sus dirigentes, a pesar de las posibilidades de acceder a una información transparente sobre el estado actual del país.
No obstante los múltiples esfuerzos en este sentido, simplemente no mejoran la imagen de México en Europa y el mundo, a pesar de la ventaja natural que tiene nuestro país, tradicionalmente considerado en el imaginario popular europeo como una tierra casi mítica y de gran historia.
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