Vivimos una fiebre de información y de datos duros como nunca en la historia de la humanidad. Las nuevas tecnologías han acelerado la difusión instantánea de cuanto sucede en el mundo, sea o no trascendente. Y es así como la frivolidad y el morbo son parte de nuestra vida diaria. Pero lo más lamentable es que nuestro cerebro se vive envenenando de noticias falsas, especialmente a través de las redes sociales.
Si antes descargábamos nuestro coraje contra las personas que se reunían en los molinos de nixtamal, en las peluquerías o estéticas y en los tradicionales cafés, solamente para llevar a cabo su famoso “chal” y dar salida a cuanto chisme se les ocurriera, ahora los infundios y las pláticas sin ton ni son no encuentran dique en las pantallas de todos los dispositivos móviles. Textos e imágenes inundan el ciberespacio con toda libertad, que no se puede distinguir lo real de lo ficticio ni lo falso de lo verdadero.
Hoy ya no se puede tirar la piedra solamente contra los periodistas de los medios tradicionales cuando dan curso a versiones no confirmadas o a lo que en el argot de la prensa se conoce como “voladas”. Abundan, sí, todavía los malos profesionales de las noticias que hacen a un lado el rigor de la confirmación, verificación, validación y contrastación de hechos y declaraciones susceptibles de ser llevados a la tribuna pública. Y hay quienes, en los diarios, la radio y la televisión se brincan el principio básico de “abstenerse en la duda”, pero al menos no son mayoría los que caen en la ligereza de escribir por escribir o hablar por hablar y menos de apoyarse en imágenes que deben ser mantenidas al margen, por pudor e inclusive por precepto legal.
En cambio, en las plataformas digitales es inquietante y preocupante el alud de noticias falsas. Sus autores y promotores no se inhiben ni siquiera para llevarse de encuentro el honor e imagen de instituciones o de personas de cualquier clase social. Y cómo crece este recurso en tiempos de elecciones, cuando los políticos se lanzan como candidatos en pos de algún puesto a nivel federal, estatal o municipal. La manipulación hace su juego fino en estas circunstancias y el anonimato se presta para que los propios protagonistas lleven a efecto, subreptciamente, sus campañas de lodo a veces entre sus mismos compañeros de partido y no se diga contra sus adversarios. Creen que en la guerra y en el amor todo es válido, con tal de conseguir sus fines personales.
Por lo tanto, a la sociedad le hace falta blindarse de los obuses que asaltan su entorno en pláticas personales o en los medios tradicionales y en las redes sociales. ¿Pero cómo? No hay de otra: con una buena dosis de seguridad en el discernimiento de discursos y propaganda que nos lleve a una reflexión para llegar a una conclusión propia. Por eso el mejor camino es el del pensamiento crítico, que, con pausas y sin atropellamientos, cuestiona todo y exige luz o claridad para llegar por sí mismo a la propia verdad y no por la fuerza de quienes manejan a su antojo palabras, voces e imágenes. Más vale ser desconfiados, antes que caer en las garras de las mentes perversas que nos quieren imponer su verdad. Más vale equivocarse uno mismo que caer en el error intencional de otros.
No es fácil ser hábil para detectar las noticias falsas, pero al menos no se debe ser tan ingenuo como para “viralizarlas” a lo loco, por no saber pensar reflexivamente. Repetir lo que otros dicen o escriben sin ninguna comprobación de lo escuchado o leído, no solamente nos puede impulsar a una difamación multitudinaria, sino a una frustración interna cuando descubramos el engaño de que hemos sido víctimas.
El pensamiento crítico nos impide ser tratados como “borregos” o masas irreflexivas y nos previene de la manipulación rastrera que, a través de mensajes ad hoc, utilizan los políticos y los medios informativos que buscan crear opinión pública a su conveniencia; pero, sobre todo, los comunicadores que están en todas partes, aunque más que nada en la red de redes. Y no hay que olvidar que por el pensamiento crítico hacemos valer nuestro grado de educación y personalidad.