Estuve siguiendo los comentarios que aparecieron en las redes sociales por las notas referentes a la presencia de un grupo de migrantes quienes se quedaron varados en la Central de Autobuses de la ciudad de Monterrey.
Debo decir que me dejó asqueado leer la cantidad de estupideces de personas que opinan cualquier tontería sin ninguna consecuencia, pues esa es una de las ventajas de estar detrás de un teclado.
No se por qué las redes sacan lo peor de las sociedades y esto queda reflejado en las opiniones que vierten en Facebook, Twitter o Instagram.
Si juzgáramos únicamente por lo que se lee en estas plataformas, llegaríamos a la conclusión que la mayor parte de la sociedad del noreste de la República (Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila, para que entiendan), es racista, clasista e ignorante.
Esto se deduce por el enorme desconocimiento que han mostrado sobre los problemas que sufren los migrantes.
Son ignorantes porque, primero, no entienden la situación que vivieron estas personas procedentes de sur y Centroamérica.
Para que entiendan lo que ellos vivieron va un ejemplo que quizás puedan comprender: es como si cualquier regio o tamaulipeco planea un viaje a Nueva York o Florida; lo primero que hace es ir con su cara de moño para presentar sus pingues estados de cuenta, recibos de nómina y hasta comprobante de la vacuna contra el moquillo al agente migratorio que autoriza el llamado permiso (saben exactamente a cuál me refiero).
Como ese día el gringo andaba de buenas, decide otorgarlo por lo que ahí va el pequeño norestense, muy feliz al aeropuerto de McAllen listo para tomar su vuelo pero, ¡oh sorpresa!, la chica del mostrador le informa que “por órdenes de migración” no puede permitirle tomar el avión y que no le va a regresar el dinero de su boleto.
Obviamente el pequeño norestense reclama, grita y patalea blandiendo en las narices de la chica del mostrador el permiso que le dieron en el puente pero nanay… no lo van a dejar viajar y su dinero se ha perdido pues no hay reembolsos.
Eso mismo le pasó a los migrantes de la Central de Autobuses de Monterrey, ellos tenían un permiso del gobierno mexicano para transitar por el país pero, como Nuevo León está endeudado hasta el cuello con los texanos por el favorcito de las vacunas transfronterizas, tuvieron que doblar las manitas y le cerraron las puertas a estos migrantes.
Favor con favor se paga y no sorprendería que, al ver que miles de migrantes se acercan al territorio texano, el gobernador de la estrella solitaria decidió cobrar la ayuda pidiendo a los gobiernos locales que les cerraran la puerta a los viajeros.
¿Y por qué digo que estamos en una sociedad racista y clasista?
Muy sencillo: ¿se acuerdan hace apenas unos meses cuando ahí andaban pintando de amarillo y azul (los colores de la bandera de Ucrania) sus perfiles del feis y compartiendo felices el meme de “alberga a un ucraniano (a)”?
Es más, llámese Monterrey, San Pedro, Reynosa o Matamoros, no pueden ver a un argentino o europeo güerito cuando de volada se lo quieren llevar a su casa sin importar su status migratorio.
Pero claro, como en la Central de Autobuses había puro moreno y de escasos recursos entonces sí, guácala, ¡váyanse a su país!
Sin embargo, la mayor hipocresía de estas actitudes es que parece que todos estos que piden a gritos la expulsión de los migrantes son, en su enorme mayoría, descendientes de migrantes.
Chequen sus árboles genealógicos y van a encontrar que hace muchos años sus abuelos, bisabuelos o más atrás, llegaron a esta región procedentes de San Luis, Zacatecas y (no se alarmen), Veracruz.
¿Habrá alguien en esta zona que no tenga un pariente que pasó una temporada en Texas, Luisiana, Arizona o incluso más al norte trabajando sin documentos?
Busquen en sus álbumes familiares y van a encontrar que los rostros en esas viejas fotografías en blanco y negro son los mismos que pudieron verse en la Central de Autobuses de Monterrey.
En esta zona la gran mayoría somos migrantes, nuestras familias llegaron aquí con una mano adelante y la otra atrás con la esperanza de una mejor vida y lo lograron, pudieron construir una casa y darle de comer a sus hijos.
Desgraciadamente esos recuerdos están enterrados y hoy, los descendientes de estos migrantes, braceros, wetbacks o como quieran llamarlos, se convirtieron en las personas que perseguían y discriminaban a sus parientes.
Qué tristeza en serio.