A propósito de la polémica que fue tendencia en redes sociales por la renuncia de David Faitelson a ESPN, y la despedida que él no esperaba de José Ramón Fernández en el programa Futbol Picante, meteré mi cuchara y me subiré a ese tren.
Este año cumplí 25 en tener la batuta de los contenidos editoriales de Hora Cero, donde muté de ser reportero-editor cuando llegué en 1998, a convertirme en director editorial general conforme fue creciendo la empresa.
Entiendo a las dos partes: a David como a José Ramón. Primero porque no es una tarea sencilla ser capitán de un grupo de reporteros que piensan, escriben, reaccionan y son diferentes. No hay clones. Y segundo, que conforme pasan los años los consideras parte de tu familia.
A unos los ves como hijos, a otros como hermanos, y a la mayoría como primos, sobrinos, tíos y demás parientes de un árbol genealógico de un oficio tan apasionante llamado periodismo.
Pero no todas y todos los individuos son iguales. Los más brillantes demuestran, se la parten, dan el resto y, como premio, llegan a ser jefes de información, de redacción, de mesas de asignaciones o editores. Y con el paso de los años asumen puestos directivos.
Y depende de un jefe promover sus ascensos con mayores responsabilidades, mejores sueldos y prestaciones cuando las vacas están gordas. Porque no es lo mismo ser un reportero que recibe y cumple ordenes de trabajo dentro de su horario laboral, a dar el salto y convertirse en periodista que sacrifica, en la mayoría de las veces, el valioso tiempo de convivencia familiar.
Además, como director de un periódico, radio o televisora, hablando de medios tradicionales, hay que manejar bien ambas manos como buen boxeador arriba del ring: la izquierda para propinar un buen golpe (jalar las orejas cuando es necesario), y la derecha para sobar y poner pomada en el golpe (vaya, premiar a quien se lo merece).
Me ha tocado en todos estos años tanto “golpear” como “sobar”, y puedo jurar que no todos los reporteros que he tenido a mis órdenes lo entenderían. Cuando empecé en el periodismo en 1984, nunca quise ser un reportero del montón, sin ofender a quien se sienta ofendido, sino quise destacar sobre los demás, compitiendo en buena lid, para que los jefes voltearan a verme.
Seguro eso pasó con David Failtelson cuando en 1989 se incorporó a Imevisión, viniendo del periódico Excélsior, primero como reportero y pronto nombrado jefe de deportes del canal de gobierno que luego se transformó en TV Azteca, cuando lo compró Ricardo Salinas Pliego a otro Salinas entonces presidente de México.
José Ramón vio las cualidades de ese muchacho de 21 años y rápido lo ascendió de puesto, una decisión de un jefe que estoy casi seguro no fue del agrado de otros del área de deportes. Aunque no pasó mucho tiempo para que, con trabajo y talento, se ganara el respeto de los demás.
Así nació ese David Faitelson que hacía las notas color de los partidos de futbol en los campeonatos de Liga y en los Mundiales de Futbol para los programas que conducía José Ramón, con un estilo particular de crónica nunca explotada en televisión.
Insisto, no es fácil ser director editorial de un medio de comunicación, o tener una vice presidencia de deportes de un canal privado o público, pues luego de una decisión donde hay que ascender a algunos, y mantener a otros en sus lugares, sin querer se dejan heridos. Y todos son importantes para que funcione la máquina y no se desviele.
Entiendo a José Ramón que vio en David a un hijo crecer bajo su liderazgo, pero más a un David que tuvo en José Ramón a su padre que murió joven, a los 52 años.
Desde Imevisión y TV Azteca, durante 16 años, hasta el lunes 2 de octubre en ESPN donde trabajaron juntos 17 años, fueron como Batman y Robin. Y ahora Robin busca ponerse el traje del Hombre Murciélago. Y David está en todo su derecho.
Equivocadamente uno como jefe quiere a sus reporteros para siempre. Nos encelamos, ponemos el grito en el cielo y no disimulamos cuando sabemos que la competencia los quiere contratar, casi siempre ofreciendo un mejor sueldo. Nuestra principal defensa son los años invertidos en su enseñanza para que, a las primeras de cambio, decidan irse.
El pirateo de un reportero, editor, fotógrafo o diseñador siempre ha existido, y en la mayoría de las veces es para desarticular y debilitar a la competencia. Los casos de directivos son menos. Eso pasó en Monterrey con El Norte contra El Porvenir durante décadas.
Pero también hay otra razón: cuando un colaborador no ve mayor futuro en la empresa donde estuvo dos, cinco, diez o más años y le cuesta hasta lágrimas tomar la decisión de irse.
Quizás es el caso de David Faitelson. Que no fue ni el primer ni tampoco será el último. Sin embargo el 2 de octubre faltaron el abrazo de un padre que despide a su hijo que se va a un largo viaje… y las lágrimas del adiós.
twitter: @hhjimenez