Este año se cumplen tres décadas de una de las masacres que más impactaron en la opinión pública el siglo pasado; que tuvo su epicentro en Matamoros, Tamaulipas, y con alcances mundiales: los narcosatánicos.
En el rancho Santa Elena, ubicado a 30 kilómetros de la carretera Matamoros-Reynosa, fueron encontrados los restos de 14 personas sacrificadas por una secta encabezada por un brujo de origen cubano que practicaba una religión afroantillana, a quienes desmembró para sacarles el corazón y la espina dorsal para su rito satánico.
Adolfo de Jesús Constanzo, se supo con las investigaciones, estaba además relacionado con el tráfico de drogas hacia Estados Unidos, pero cometió la torpeza de secuestrar a un joven ciudadano norteamericano de nombre Mark Kilroy que fue levantado cuando se divertía en las calles de Matamoros.
Eran otros tiempos cuando el negocio del tráfico de estupefacientes no llegaba a atemorizar a la población. Y me lo confirmó un amigo cuyo padre fue poderoso lugarteniente de un capo de la época: “Los narcos eran ‘gente decente’ y olían a perfume, no como ahora”.
La búsqueda de la Policía mexicana apoyada por la contraparte de Estados Unidos fue centímetro por centímetro para encontrar a Kilroy, pero con resultados nulos. Hasta que días después los sabuesos llegaron hasta el rancho Santa Elena, alertados por dos miembros de la secta que “soltaron sopa”.
Fue en mayo de 1989 cuando se descubrió el horror bajo tierra y empezó la cacería contra Constanzo y la llamada sacerdotisa Clara Aldrete, originaria de Matamoros, estudiante en un collage de Brownsville, Texas; proveniente de buena familia y quien está presa en México purgando una condena.
En estos meses próximos seguramente habrá una cascada de historias en los medios para recordar esa masacre, hechos sobre los cuales se han escrito libros y producido películas.
Eso pasó hace 30 años. Y lo que nunca imaginamos es que los narcotraficantes iban a eliminar a sus contrincantes con prácticas peores que las usadas por Constanzo, como por ejemplo, disolver cuerpos en ácido en tambos de 200 litros.
Todo en la interminable lucha entre cárteles de la droga.
ENTREVISTAS A DOS DE ELLOS
En 199 Serafín Hernández García y Sergio Martínez Salinas accedieron a ser entrevistados por Hora Cero en el Centro de Readaptación Social (Cereso) de Ciudad Victoria a donde fueron trasladados en 1993.
Las entrevistas se hicieron con autorización de ellos el viernes 26 de marzo por la mañana en la oficina del director del Cereso y con la presencia de Rosalba Mireles Ruiz, entonces subdirectora técnica y operativa.
Serafín llegó primero, con una chamarra deportiva de marca, pantalón de mezclilla y botas vaqueras; bien peinado, bigote cuidado y barba apenas visible; con reloj, anillos y cadenas de aparente oro.
A continuación un extracto de la entrevista con él.
>¿Cuándo te arrestaron y en casa de quién estabas?
“En abril de 1989, hace diez años, en Matamoros. En una casa de los suegros de Elio Hernández que era tío mío. Pues lo que pasa es que me detuvieron también ahí; les dije que era estudiante en el Southmost de Brownsville”.
“Yo terminé la high school en Houston y me vine a estudiar a Brownsville. Estaba estudiando también para policía. Pero en la Policía Judicial Federal, con tortura y todo eso, yo les decía lo que sabía, lo de la escuela…”.
>¿Tú conociste a Sara Aldrete Villarreal apodada “la sacerdotisa de los narcosatánicos”?
“A Sara la conocí porque ella iba a la misma escuela (Southmost Collage) donde estaba yo. No la conocía así no más de pura vista, pero no tuve ninguna comunicación, ningún trato con ella”.
>¿Por qué dices que te obligaron a declarar?
“Lo que pasa es que a mí no me dejaban hablar en inglés cuando estábamos en los separos de la Judicial, me tenían amenazado de que si decía algo en inglés me iban a matar a mí y a mi familia. Lo que pasa es que a mí ya me habían golpeado mucho…”.
>¿Tu sabías que se sacrificaban personas con ritos satánicos en el rancho Santa Elena?
“Ese rancho era de mis abuelos, una herencia de muchos años, un rancho de siembra. En ese tiempo yo no sabía que Elio andaba metido con otras personas (no dijo nombres)”.
>¿Con el cubano Adolfo de Jesús Constanzo, el jefe de los narcosatánicos?
“Sí. Yo lo miraba porque era mi tío, mi familiar, pero nunca supe que andaba metido en cosas de ésas, sino hasta el último cuando me di cuenta; por mi lado, nunca tuve nada qué ver y sigo diciendo que soy totalmente inocente”.
“Yo quiero que se haga justicia y ven cómo es, como lo dije en Estados Unidos y lo que quiero es mi libertad. Todos me han dicho que yo no tengo nada qué hacer aquí”.
>¿Pero a ti te presentaron como parte de aquella banda de narcosatánicos?
“Sí, pero no es así. Mucha gente que me conoce, como mis amigos, saben que nada tengo qué ver”.
>¿Conociste personalmente al cubano Adolfo de Jesús Constanzo?
“En ningún momento, en ningún día. No conocí al cubano, ni al otro (no dijo nombre), al único que conocía era a mi tío Elio, pero nunca supe…Ya hasta que me detuvieron a la Federal me di cuenta que él sí andaba metido con esa gente, junto con otro tío (Ovidio Hernández Rivera) que anda prófugo”.
“Pero yo sigo diciendo, y Diosito sabe que yo soy totalmente inocente, y yo lo que quiero es que se haga justicia a como debe de ser, porque a como está el expediente y las declaraciones, yo sé que no debo de estar aquí”.
>¿Cómo han sido estos diez años en la cárcel, primero en Matamoros y ahora en Ciudad Victoria?
“Pues yo no me he sentido mal, yo tengo mi mente bien, yo sé lo que hice y lo que no hice, como se lo dije al señor juez”.
>¿Qué sentiste a tus 20 años cuando empezaron a desenterrar aquellos cuerpos?
“Pues me sentí mal porque nunca había visto esas cosas, también porque me querían culpar de eso. Recuerdo que también los policías de Estados Unidos me golpearon del lado mexicano para que les dijera la verdad y una vez me apuntaron con una pistola en la cabeza para que les dijera que yo había secuestrado a Kilroy”.
“Yo dije que no tenía el valor para matar a una persona, menos que no tenía el valor ni para disparar una pistola”.
>¿Habías disparado una pistola alguna vez?
“Sí, pero sólo de petardos…”
>¿Tú sacaste los cuerpos del rancho Santa Elena?
“Me llevaron, pero los cuerpos ya estaban sacados. A mí me involucraron sólo porque era Hernández, por el apellido”.
>¿Si alguien viene a visitarte puede hacerlo sin que le vaya a pasar nada al estar contigo?
“Sí, porque soy humano, soy católico, ningún animal ni narcosatánico como dicen, soy una gente normal”.