La visita del Dalai Lama a Monterrey tiene que ser analizada bajo una óptica 3D, veamos por qué.
Porque teniendo una efigie guadalupana en el seno del río Santa Catarina, miles de los regiomontanos que han sido desde hace mucho tiempo reflejo de la inclinación del pueblo de México al catolicismo, optaron por ir a escuchar la predicación de un budista.
Y es que la desesperación de los habitantes de la ciudad tradicionalmente considerada como cabecera industrial de la nación es mucha, a causa de las terribles consecuencias de una guerra que el presidente de la Republica inició sin consentimiento de la sociedad bajo el pretexto de ir contra lo que inicialmente llamó el narco y hoy con mesura sigilosa denomina suavemente, “delincuencia organizada”.
En correlación con su liderazgo empresarial, la ciudad que alberga a una de las universidades privadas de mayor calidad de América latina, el ITESM, ha sido ejemplo de estoicismo desde los 70 cuando su estabilidad social se vio amenazada por movimientos de izquierda que inclusive cobraron la vida del fundador del Tec de Monterrey.
Generadora de importantes contiendas políticas entre la derecha, el centro y la izquierda, la Sultana del Norte siempre se ha mantenido erguida en medio de los contrastes sociales reflejados en las altas bardas de las mansiones de la colonia Santa Bárbara y los techos de cartón del popular barrio del Topo Chico. Recordemos que Alberto Anaya, líder nacional del PT, surgió del movimiento denominado Tierra y Libertad.
Recipiendaria de la cohabitación partidista de sus gobiernos municipal y estatal, la ciudad de Monterrey ha demostrado que independientemente de la alternancia en el poder, su productividad y empleo pueden mantenerse con índices elevados, porque no es de las doctrinas partidistas de donde proviene su empuje, sino del espíritu colectivo de superación.
Compleja y difícil de entender, la política en Monterrey puede inclinarse hacia la cromática doctrinaria que sea, sin que su gente deje de ser productiva y particularmente ejemplar en su interés de privilegiar la educación superior.
De ahí que desde aquel día en que dos estudiantes fueron abatidos en el seno del campus del ITESM, Monterrey ingresó al submundo creado por la mente que sin pedirle permiso a nadie, ordenó fuego en calles, carreteras y escuelas para que murieran indistintamente transgresores de la ley y gente de bien.
A partir de ese día, los regios han doblado sus rodillas hasta el cansancio, pidiendo según su fe cristiana, que regrese la calma y la tranquilidad mediante oraciones, veladoras, derramando llanto frente a las tumbas de los inocentes y colocando crespones negros en los sitios donde la ausencia de inteligencia acribilló inocentes.
Y como si no hubiera sido suficiente su aportación de sangre inocente en las estadísticas nacionales que arrojan ya un número de 50 mil muertos en cinco años de persecución irracional, Monterrey perdió 52 vidas más a consecuencia de una cadena de anarquía administrativa que irrefutablemente se inició en la dirección de juegos y sorteos de la Secretaría de Gobernación y que terminó en una despiadada acción incendiaria.
A raíz de esta vergonzante ilación de discrecionalidad gubernamental, las calles de Monterrey tuvieron que recibir una vez más a un presidente de México.
Sólo que esta ocasión, nadie le dijo al presidente en su cara el sentir de la iniciativa privada como en los 70 lo hizo valientemente el Lic. Margáin Sozaya mirando de frente a Luis Echeverría en el Panteón del Carmen, aquella tarde lluviosa durante el funeral de Don Eugenio Garza Sada.
En aquel severo discurso, los industriales de Monterrey dieron a conocer sentimientos y juicios valorativos de la gestión federal; hoy, Felipe Calderón se enteró del sentir de la IP regia, por medio de la síntesis de prensa que a diario le llevan a su escritorio de Los Pinos.
Lo que siguió fueron veladoras con imágenes de santos y de vírgenes colocadas en la banqueta del lugar del incendio; en los cuatro puntos cardinales se oficiaban misas; las congregaciones evangélicas oraban; pero todo encuadrado mayormente en una fe, la que gira alrededor de Cristo que desde siempre ha caracterizado a los regiomontanos.
Sin embargo días después, quizás desesperados y confundidos ante esta metamorfosis regresiva de belicismo incomprensible, miles de regiomontanos recurrieron al Dalai Lama para escuchar su mensaje, buscando satisfacer una necesidad espiritual.
Mientras los regios abrían un canal emergente de comunicación espiritual hasta con el budismo, que no acepta la creación divina del hombre, la elite gubernamental panista planeaba la ceremonia de toma de protesta con la que reorganizaría el gabinete para enfrentar las elecciones de 2012.
He ahí las prioridades de la institución presidencial, donde no hay espacio para promover la paz y la tranquilidad de los ciudadanos; y quizás no todo sea ambición por mantener al PAN en la silla presidencial. No es disparatado analizar la urgencia de garantizar impunidad transexenal luego de la decisión de abrir fuego en contra de todo lo que se moviera, bajo el criterio de que algún muerto tiene que haber sido delincuente.
Ha sido así, como la errónea conducción del país ha trastocado paso a paso, tres dimensiones sustantivas de la vida regiomontana. Primero, la tranquilidad en sus calles, sus carreteras y sus centros de estudios.
Segundo, el trabajo de los sacerdotes católicos y pastores evangélicos que con asombro vieron cómo miles de sus feligreses y congregados, en su desesperación, fueron orillados por las circunstancias sociales, a buscar ayuda espiritual en la prédica del político budista.
Y tercero, las relaciones comerciales internacionales, porque el gobierno de China solicitó oportunamente a México que no se llevara a cabo el encuentro entre Calderón y el Dalai Lama, advirtiendo que de hacerlo, se estarían afectando las relaciones entre ambos países. Pero igual que el “no más sangre”, le valió. v