
Pánico en el Estado mexicano: salieron las autodefensas a defender sus derechos básicos en Michoacán. Preocupación en el resto del país: no hay periódico, noticiero u reunión política que no trate de analizar y entender el caso. Nerviosismo en la población, que en muchos sectores teme el (re)surgimiento de movimientos armados en diversas partes del país. Tal es el panorama que incitó – otra vez – a los medios y a la opinión pública europea a ponerle atención a México en este inicio de 2014.
Comentarios de incomprensión e incredulidad surgieron del otro lado del Atlántico, donde por ejemplo personajes como José Manuel Mireles (el jefe de las autodefensas), atrajeron la mirada de cuantiosos periodistas, y un municipio como Apatzingán se ganó un lugar en el mapa. En general, mucho se ha comentado en Europa sobre Michoacán; la producción de drogas sintéticas, el comercio internacional ilícito al que se libran las mafias por medio del puerto de Lázaro Cárdenas y la presencia reforzada de tropas del ejército desde el inicio del sexenio de Felipe Calderón, entre otros.
Hace unos días, me comentaba un ex dirigente de uno de los principales cuerpos policiales de la Federación que en su opinión hace por lo menos 20 años que este país está listo para un estrellamiento violento y que este bien pudiera estar sucediendo… ¿Será? En medio de tanta confusión y fuentes contradictorias de información, resulta espinoso saber a ciencia exacta quiénes son precisamente los involucrados y los intereses en juego en Michoacán. ¿Milicias apoyadas por carteles deseosos de prender el fuego a la pólvora o auténticos movimientos de protección ciudadana? Si la cuestión es pertinente, no deja de ser compleja; y tal vez más de lo que se piensa si se consideran las ramificaciones internacionales del asunto. Es muy posible que las autodefensas estén financiadas por “paisanos” emigrados en los Estados Unidos, mientras quedó demostrada una responsabilidad europea en el abastecimiento de armas provenientes de Grecia, Alemania, Italia, Bélgica, o Turquía; muchas entregadas por medio de barcos originarios del mismo continente. Por otro lado, acordémonos también que los mismos Caballeros Templarios se presentan como una “hermandad” que busca el bien y la seguridad de los michoacanos y que la percepción que se puede tener sobre uno u otro grupo depende mucho del ángulo que los medios nos quieren ofrecer…
Lo seguro es que el manejo confuso del conflicto por parte de las autoridades no deja augurar nada bueno. Después de un largo periodo de “tolerancia” – que en mi opinión se pareció mucho a un apoyo escondido del gobierno federal a las autodefensas que se formaron hace más de un año –, se “borró” al gobernador Vallejo para nombrar a un comisario especial “para el Desarrollo Integral” (sic) y se buscó desarmar literalmente a los grupos de autodefensa; antes de retroceder y de tratar de absorberlos en las tropas locales del ejército, reintegrando de paso al gobernador en el proceso de negociación.
¿Falló el Estado en el suroeste mexicano? ¿Pueden todavía imponerse las instituciones, donde ya no tienen crédito en los ojos de la población? Si procedemos a un análisis funcionalista básico del papel que debería teóricamente cumplir un Estado, es posible diagnosticar el desvanecimiento momentáneo de la soberanía del Estado mexicano en Michoacán. En efecto, la legalidad y la institucionalidad fueron parcialmente aniquiladas en lo que llevamos del conflicto; la unidad estatal está claramente en peligro y “se discontinuaron” los deberes básicos del Estado: mantener el orden público, elaborar y aplicar las leyes, defender el territorio y su población, asegurar el desempeño regular de las actividades económicas… Ahora bien, ¿qué consecuencias puede conllevar esta situación alarmante para el resto del país? Además de una posible reproducción del esquema de formación de autodefensas en otras partes de la República (escenario que el ejecutivo nacional quiere evitar a toda costa, pero ya salieron embriones de autodefensas en Guerrero, Veracruz y Coahuila), México se verá infaliblemente confrontado a los resultados de la pésima imagen internacional con la que tiene que cargar. La misma precipitación con la que algunos responsables políticos salieron a asegurar que esto no iba a suceder demuestra el tamaño de la amenaza. Sin embargo, creo que la cobertura mediática mundial afectará necesariamente la imagen – ya de por sí muy negativa – del país en Europa y el resto del mundo. Pero esto será el tema de mi siguiente columna en este espacio.
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