
Desde la víspera, el 30 de noviembre de 2019, la emoción me atrapaba. Un amigo —regio él, avecindado en la Ciudad de México— me aseguró que le dieron el pitazo de que el expresidente uruguayo José Mujica —fallecido este martes 13 de mayo— estaba hospedado en el hotel Sheraton del Centro Histórico.
“¿Qué onda, compadre? ¿Vamos? Yo quiero saludarlo, verlo de cerca, y quién quita y tú le puedas hacer una, dos, tres preguntas”, me dijo mi cuate, que por ese entonces estaba conectado con gente de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE); sí, cuando Marcelo Ebrard era el canciller.
Era un preciado pase de gol. Así se oía. Avisé en la agencia Notimex (hoy extinta) que me lanzaría a esa aventura.
Yo era subdirector de la sección Nacional de la aún agencia del Estado mexicano, pero, la neta, reporteaba lo que quisiera. En fin, era chamba extra de algo que en verdad disfrutaba.
Y ahí estuve desde las 8:30 horas de aquella fresca mañana del 1° de diciembre de 2019, en el lobby del lujoso Sheraton, asentado frente a la Alameda capitalina. Porque, ¿qué tal si aquel adorable viejo —exguerrillero y expresidente— bajaba a desayunar al Cardenal?
En efecto, todo aquello —el hotel, el restaurante, el entorno— era más que fifí para un hombre de izquierda como lo era el carismático expresidente, considerado desde siempre, y para la posteridad, como uno de los políticos más honestos, sencillos, austeros, transparentes y congruentes de América y del mundo.
Pero, en fin, así son los protocolos. Además, era uno de los invitados de honor más importantes en la fiesta del primer aniversario de Andrés Manuel López Obrador como presidente de México. Y sí que lo fue.
Pero nada, que no bajaba. En el famoso y exclusivo restaurante Cardenal, ni rastro de aquel gran personaje. En cambio, los clientes de siempre se deleitaban con los típicos desayunos y almuerzos del sitio, cuyos exquisitos aromas emergían tenuemente hacia el vestíbulo del Sheraton, al igual que el café.
Era inicio de mes, es decir, tanto mi amigo como yo habíamos cobrado un día antes —cual fieles godínez— y podíamos costear los almuerzos, cuyos precios rondaban los de los restaurantes cinco estrellas sampetrinos. Pero más que dolernos el codo, no podíamos darnos el lujo de que se nos fuera —en cualquier momento— el entrevistado. No.
Por ahí de las 11 horas, preguntando aquí y allá, concluí que don Pepe había desayunado en su cuarto, por lo cual habría de bajar en cualquier momento para ser trasladado a Palacio Nacional, al evento de su entonces amigo, AMLO.
Haber consumido unos cuatro cafés —del que ponen en la entrada del Cardenal para quienes esperan mesa (gratis)— cobró factura en mi vejiga. Pero ¡tampoco podía andar en ayunas! Por eso, iba de vez en cuando al baño corriendo, encargándole a mi amigo que se colocara en la puerta del sanitario y me gritara si salía don Pepe.
Lo chingón para mí era que no había allí ningún reportero. Ninguno; a menos que anduviera por ahí de incógnito o en el estacionamiento. Pero no, se veía…
Los minutos avanzaban, y la espera, más que tediosa, seguía siendo emocionante.
Algo me decía que, aunque no había reporteros, mi amigo y yo no éramos los únicos que esperábamos a don Pepe, porque por ahí merodeaban —además de gente de la SRE— dos jóvenes y guapas mujeres güeras y una pareja (hombre y mujer) que dirigían su vista a los elevadores.
Y por ahí del mediodía… ¡aparece el mismísimo Pepe Mujica! Figurón. De complexión gruesa, enfundado en una blanca guayabera de manga larga y un pantalón de mezclilla arremangado, sin bastilla y con zapatos sport.
De buen ánimo, sale del elevador. La pareja lo saluda; las güeras también. Una lo abraza, le toca el rostro, lo palmea; está más que emocionada. Parece que son uruguayas.
Don Pepe se deja querer, pero a la vez no. Les dice a sus fans que, debido a ciertos padecimientos y a sus bajas defensas, no es recomendable el apapacho, pero ellas no le hacen caso.
La comitiva de tres hombres que lo reciben en el lobby para llevarlo al evento le pregunta cómo pasó la noche y si durmió bien. “Sí, todo bien, muy bien”, les respondió don Pepe mientras caminaba despacio, saludando con su diestra a algunas personas que transitaban por el lugar.
—Don Pepe, soy de la agencia del Estado, Notimex. ¿Cómo se siente en esta visita a México?
Le pregunté directamente y, para mi sorpresa, se detuvo, me tomó del hombro y respondió pausadamente:
“Yo estoy muy al sur… Me siento amigo de México, porque muchísimos de mis compatriotas, en años difíciles, se refugiaron aquí y tuvieron cama, comida y trabajo. Muchos pudieron formar su familia y vivir”.
Pude preguntarle también sobre su visión del gobierno de AMLO, y, ya caminando rumbo al estacionamiento, me aclaró que no le correspondía a él tomar partido en los dilemas de la sociedad mexicana:
“Lo que tengo que desearle es buena suerte y aventura, porque debo agradecerle al pueblo mexicano en gran medida. Ojalá que México supere los problemas que tiene”, me dijo aquel símbolo de los gobiernos de izquierda en América Latina.
Mencionó aquella frase adjudicada a Díaz:
“Yo sé que hay un precio en aquella vieja afirmación de Porfirio: ‘Tan lejos de Dios y tan cerca… de Estados Unidos’. Eso le ha traído posibilidades y desgracias, y a veces pienso que más desgracias que posibilidades”.
Me dijo que vivimos en una América injusta: “Tal vez el [continente] más rico en recursos naturales, pero muy desigual. Hay una deuda con nuestros pueblos muy grande. Lo que pasa es que nuestra historia económica arrancó mirando al mundo y no mirándonos entre nosotros”.
Fueron cuatro, cinco preguntas —algunas caminando—, pero don Pepe, atento.
“Ya nos tenemos que ir”, me dijo, y yo le agradecí la entrevista, observándolo con emoción. Hablé con el hombre considerado “el jefe de Estado más humilde del mundo” por su estilo de vida austero y su donación de alrededor del 90% de su salario a organizaciones benéficas que apoyaban a los pobres y pequeños productores.
Del Sheraton (Juárez número 70) nos fuimos a un Sanborns de al lado, donde, extasiado, saqué la laptop oficial de la agencia y redacté mi exclusiva, que en minutos circuló por medios y portales del país y del continente. Sin firma, pero les digo —modestia aparte y sin presumir— las disfruté, como se disfrutaban en antaño las exclusivas… de este tamaño.
QEPD, don Pepe, gran humanista que deja una enorme huella. ¡Viva Pepe Mujica!