Estamos Unidos Mexicanos. Eso no es cierto en la cotidianidad del 2021. Los mexicanos estamos desunidos. La realidad política actual nos ha partido en dos: México está dividido entre conservadores y liberales, según el Presidente Andrés Manuel López Obrador, quien también califica de leales a los que están con él y de detractores a los que no aprueban su gestión gubernamental. Sus seguidores mismos tienen una intensa actividad en redes sociales no solo para apoyarlo incondicionalmente –a ciegas–, sino para atacar a sus críticos, persiguiéndolos como abejas africanas por todos los medios.
El teatro de la vida hoy abre su telón para ofrecernos el bochornoso espectáculo de fanáticos “morenos” contra adversarios de AMLO, chairos contra fifís, nacos contra pirrurris, barriobajeros contra fresas de estirpe, progresistas contra neoliberales, honestos contra corruptos, izquierdistas contra burgueses de derecha, FRENA contra la 4T, populistas contra oligarcas, demagogos contra intelectuales de pura cepa, asistencialistas contra usureros, nacionalistas contra malinchistas, globalifóbicos contra globalifílicos, machistas contra feministas, misóginos contra mandilones, comunistas contra fascistas, demiurgos iluminados contra ateos e incrédulos, ultras contra antis y racistas o xenófabos contra los tolerantes y respetuosos de toda persona sin importar su color, creencia, filiación política, país u origen étnico.
Por eso no desaparece el riesgo del cumplimiento de un apotegma muy conocido: “Divide y vencerás”. Y lo peor es que tal circunstancia es coyuntura propicia para que el enemigo exterior se aproveche de esa desunión. No hay mayor peligro para México que siga creciendo esa polarización en pleno proceso electoral, no por la inminencia de una guerra civil –ojalá esté muy lejos de nuestro escenario–, sino porque la rivalidad enfermiza entre nosotros mismos y el fanatismo en el combate a las ideas que no comulgan con las nuestras es caldo de cultivo para no razonar con acierto sobre las soluciones a los problemas nacionales, que depende de todos y no nada más de quienes ostentan un cargo público.
México es de todos. Y el amor a México exige como condición estar unidos. Respetar el derecho de cada uno a defender lo suyo sin lastimar al otro. Tolerar la disidencia sin la secuela del resentimiento, el rencor y, peor, del odio. Trabajar todos desde la propia trinchera en favor de los intereses supremos de la nación. Evitar a toda costa que la lucha por los ideales propios desencadene el fragor de la violencia. Está bien defender nuestra visión y valores, pero dentro del respeto al otro y al orden establecido. Vale la pena la crítica constructiva y decir no a la sumisión, pero sin quebrantar los principios elementales de la libertad. Hay que consolidar la democracia escuchando todas las voces, pero sin caer en la confusión y el engaño. Hay que luchar contra el autoritarismo y el gobierno personalista, pero sin llamar a la lucha de clases.
Es de justicia ver por los más pobres y ocuparse de los olvidados pueblos indígenas, pero sin poner énfasis en el rechazo a los demás. México es un hermoso caleidoscopio que asombra por su variedad de enfoques y un escenario en donde debemos caber todos, lo cual hay que recordárselo a los políticos que pelean encarnizadamente por un cargo de elección popular. No se vale la insensatez en las palabras y menos en los hechos. Ni las preferencias tampoco, sino la justicia para que, en un piso parejo, cada quien gane según sus méritos y no según los programas diseñados en las alturas del olimpo político ni las triquiñuelas o el uso del presupuesto público.
Ojalá en estas elecciones no se fraccione más nuestro país. Que tengamos conciencia lo que significa un México dividido como lo vemos hoy. Que las campañas de todos los partidos no “partan” más a nuestra hermosa patria. Que, por el bien de todos, hagamos realidad el título oficial de Estados Unidos Mexicanos.