Nunca me he tomado una cerveza ni un café con el periodista Diego Enrique Osorno. A lo más hemos intercambiado unos correos electrónicos tocando temas de nuestra profesión; he leído algunos de sus reportajes y hace unos días pude ver su documental (El Alcalde) sobre la vida del polémico político panista Mauricio Fernández Garza.
A sus 33 años Osorno lleva tatuado el oficio que aprendió, más en teoría que en la práctica como la mayoría de los estudiantes, en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UANL, a donde vuelve cuando lo invitan a contar sus experiencias recientes que tienen que ver con el narcotráfico en México.
A finales de marzo recibí una invitación para la proyección de El Alcalde dentro de la gira Ambulante en Monterrey en una sala cinematográfica -a la cual no pude ir-, pero aproveché que regresaría a la pantalla el domingo 31 en la explanada del Museo de Historia Mexicana.
Osorno y dos realizadores tuvieron la idea de llevar al cine la vida del ex alcalde del municipio de Nuevo León más rico de Latinoamérica, San Pedro Garza García, que recientemente ganó en la categoría de Mejor Documental en el Festival de Cartagena, Colombia.
“Fue una sorpresa”, me respondió Osorno en referencia a ese reconocimiento. Y para no quedarme con la duda sobre El Alcalde asistí a la proyección gratuita al aire libre en el espacio ubicado muy cerca del Palacio de Gobierno, desde donde una vez Fernández Garza quiso despachar.
Y es precisamente este hecho una de las graves omisiones que contiene el documental, cuando en 2003 el panista se presentó como candidato del PAN a la gubernatura del Estado y fue derrotado ampliamente por su contrincante del PRI, Natividad González Parás.
Pero queda claro que el objetivo de la producción no era contar las etapas malas de uno de los políticos de Acción Nacional más mediáticos en la última década, al contrario, sino que el público vea y escuche a quien busca llegar a ser gobernador de Nuevo León en las elecciones de 2015.
Tienen razón quienes han calificado a El Alcalde como un spot de precampaña con duración de una hora y 20 minutos, donde el objetivo es que la gente se lleve la mejor impresión de un millonario que se baja al pueblo con su vocabulario de palabras altisonantes. Y claro, medio auditorio riéndose.
Quienes no conocen o han tratado a Mauricio se pierden de un hijo de millonario que es auténtico por su forma de ser: mal hablado; que manejaba su convertible de lujo sin escoltas por las calles de Monterrey y San Pedro cuando se podía; o que andando en campaña en la zona rural detenía el convoy en un deposito a comprar cerveza él mismo.
Cuando en 1997 quiso ser candidato a gobernador otro hijo que nació entre lujos lo derrotó en la contienda interna del PAN: Fernando Canales Clariond. A lo mejor no era su tiempo de concretar su gran sueño político.
Hace 16 años el protagonista de El Alcalde no era el panista que merecía llegar a ser el primer gobernador de oposición en la historia de Nuevo León, pero en poco más de dos años buscará convertirse en el segundo. De eso no hay dudas.
Aunque en el contenido del documental lo niega, argumentando que no quiere ser gobernador de un Estado en quiebra y sumido en la inseguridad y la violencia, no será así, como tampoco se quedará como espectadora y con los brazos cruzados la alcaldesa de Monterrey, Margarita Arellanes Fernández.
Pero regresando a El Alcalde, creo que hay un sobrante de unos 40 minutos que no interesan al público. Escenas ofensivas a la pobreza que padecen cientos de miles de habitantes de Nuevo León y a más de 50 millones de pobres mexicanos.
Por ejemplo, cuando los realizadores del documental lo presentan de joven con su papá posando con felinos y elefantes en África como trofeos de su depredadora cacería; pescando marlines en un mar del mundo, y construyendo su mansión en un lujoso sector de San Pedro.
¿A quién le importa si una de sus hijas estaba triste porque, cuando estudiaba en un colegio de Londres junto a jovencitas descendientes de la realeza británica, no podía presumir un anillo de sus ancestros, y regresó con su papá acomplejada?
Considero que para su proyecto político a corto plazo: ser candidato a gobernador y ser huésped del Palacio de Cantera, más que ayudarle El Alcalde le perjudicará cuando se aproximen los tiempos y se desate el fuego amigo.
Si se trataba de una hacer una producción tipo monólogo se cumplió el cometido, donde el protagonista habla y habla sin criterio del editor que debe decir qué vale o no la pena dejar y quitar. Una función clave, la edición, igual de importante que la misma dirección.
Hay varias escenas de relleno en El Alcalde, como su presencia en el balcón del palacio municipal la noche del Grito casi al final, sus vacaciones en Estados Unidos, la colocación del techo de su casa, pero sobre todo sus largos testimonios con una cámara y un solo ángulo, variando sólo el color de sus camisas.
Mauricio y Diego pudieron dar más de lo que hicieron, uno como político que deleita con su discurso, y otro como una realidad en el periodismo de México. De los demás realizadores no tengo el gusto de conocer sus trayectorias.
He aprendido en los últimos tres años que un periodista que entra al terreno desconocido del cine, aunque sea como documentalista, necesita precisamente eso: documentarse y saber escuchar a los que saben.
En este tiempo conocí a Luciana Kaplan, una de las exitosas productoras del documental más visto en la historia de México: Presunto Culpable. En una larga plática en su casa de la Ciudad de México entendí que cuando los cineastas y los periodistas juntan sus talentos se logran buenos resultados.
Quizá eso faltó a Diego Enrique Osorno, quien como periodista, reportero de investigación y autor de libros no deja dudas. Al contrario, va por buen camino en ese que es su hábitat natural.