
En los corrillos políticos son muy dados a matar al mensajero en vez de matar a quienes son autores de los mensajes. Por ejemplo, los secretarios de Estado consideran ofensivo para el país dar a conocer sus errores garrafales, como los de Gerardo Ruiz Esparza, quien sostiene que lo divulgado por los medios más críticos “le hace mucho daño a México”.
Pero no dice por qué Enrique Peña Nieto canceló sorpresivamente la licitación para construir el tren bala que él mismo ya había dado a conocer a favor de las empresas chinas y del proveedor consentido del señor presidente desde que era gobernador del Estado de México, el hoy famoso Grupo Higa, enredado con el asunto de la llamada “Casa Blanca” de Angélica Rivera, “La Gaviota”.
La opinión pública insiste en el despido como secretario de Comunicaciones y Transportes de Gerardo Ruiz Esparza, quien se fue muy quitado de la pena a Beijín, para contentar a las compañías que se quedaron “nomás milando” o quizá pagándoles los 500 millones de pesos que reclaman por tan arbitraria decisión que tuvo como fin proteger los intereses creados de Peña Nieto y del tamaulipeco Armando Hinojosa Cantú.
Está mal que uno ande divulgando esas cosas, según la óptica estrechísima de Ruiz Esparza. Aunque no es solamente de él sino de todos los que, como él, quieren que en México se ejerza un periodismo al estilo Televisa y TV Azteca que son el escenario ad hoc del señor presidente y de sus ministros para dar a conocer exclusivamente lo que “no hace daño a México” ni acarrea el desprestigio de los gobernantes ni los exhibe como ineptos o corruptos, o que convierte en noticia lo que es mera promoción de imagen.
El mismo Peña Nieto parece padecer una enorme paranoia al considerar que las críticas, protestas y manifestaciones quieren desestabilizar a su gobierno y descalificar sus reformas. Es la invocación de la teoría de la conspiración para deslindarse de la corresponsabilidad de lo que está sucediendo. Mejor les echa la culpa a los que piden su renuncia a gritos.
De ahí que en los corrillos políticos están muy contentos con Televisa y TV Azteca, que son los entes de comunicación nacional que verdaderamente interesa en el olimpo del poder, por su gran cobertura masiva y su proyección dinámica en el cerebro de los más ingenuos. Los medios impresos, en cambio, y hasta la radio, merecen el desprecio de esta clase económicamente privilegiada porque saben que no tienen el alcance televisivo, aunque sí les duelen las mordeduras que emanan del papel principalmente, porque matizan la credibilidad de los mexicanos más críticos e intelectualmente preparados.
Y es entonces cuando califican de poco patriótica su labor divulgativa y no se portan como con Televisa y TV Azteca. Todo porque no les gusta que los desnuden en sus corrupciones como a Humberto Moreira y a Tomás Yarrington, o a Mario Marín y a Martha Sahagún de Fox además de sus hijos, o a López Obrador y Leonel Godoy, y tantos más que se muestran incómodos al ser expuestos en reportajes de fondo bien investigados e invocan la palabra “compló” en su afán de salvar su pellejo.
“Maten al mensajero”, es la consigna del todavía titular de la PGR, Jesús Murillo Karam, “muy cansado” de tanta alharaca alrededor de su ineficiente trabajo en torno a los casos Tlatlaya e Iguala, entre otros. Y le hacen segunda los anarquistas y los mismos policías en manifestaciones desordenadas porque no desean que la prensa realice su trabajo con libertad. Nadie quiere al mensajero, pero sí difundir utilizarlo para propalar sus mensajes según su criterio y por eso convocan con escándalos sus actos. Por tanto, si los medios no proyectan sus intereses, hay que darles de palos y nalgadas.
Imagínese usted, estimado lector (a), lo que ha de estar pensando Angélica Rivera “La Gaviota” ahora que tiene el foco de los medios, en general no en su carácter de actriz de Televisa, sino de esposa del primer mandatario. Los odia y los aborrece y más por dar libre circulación a la ofensiva de su colega Thalía, quien ha dicho que son puras mentiras lo que declaró como coartada para defender a su marido del conflicto de intereses en que está metido, porque, según la esposa de Tony Motola, solamente a ella le han dado el mejor contrato de exclusividad y no a la ahora primera dama de México, de modo que no le alcanza para comprar una casa de tantos millones de dólares.
Y peor debe estar “La Gaviota” con el acoso que sufre su hija Sofía Castro, encaminada también como su madre por el mundo de las telenovelas, de modo que no soporta tantas preguntas que ponen de nervios a la jovencita, por haber crecido en una burbuja creyendo que siempre iba a ser apapachada como lo hace Televisa.
En fin, le ruego a Dios que, como periodista, no me toque un jefe como los secretarios de Estado que piden matar al mensajero y no a los creadores de los mensajes, que el mensajero solamente divulga por obligación de oficio. No quiero un jefe que me considere “buen patriota” por ocultar lo que la opinión pública debe saber, pues hay que ocultarlo muy bien porque “le hace daño a México” y afecta la imagen del señor presidente.