Manolo Martínez -bautizado en España como “El mexicano de oro” y quien es considerado el torero mexicano más importante de la última época-, falleció hace 20 años. Fue el 16 de agosto de 1996, a las 12:15 horas, cuando en la clínica Scripps de La Jolla, California, Estados Unidos se dio el desenlace final del gran torero mexicano. ¿La causa de su fallecimiento? Dos infartos fulminantes al miocardio.
El “Milagro de Monterrey” había ingresado al sanatorio californiano con la intención de atenderse de una enfermedad hepática que le había mermado su salud. Manolo confiaba en que el transplante de hígado al que lo someterían iría bien, pero los pronósticos fallaron y la intervención no pudo llevarse a cabo. Después vinieron los infartos.
La gran figura de Monterrey fue, durante su vida, un hombre franco y directo, con un carácter recio y decidido que lo llevó a cumplir su deseo de ser el número uno en el mundo taurino.
Manolo fue un torero con fuerte personalidad, con una clase extraordinaria y con un arrastre entre los aficionados que lo hicieron ídolo. Martínez pasó a ser, en muy poco tiempo, la máxima figura mexicana del toreo en los setentas y ochentas, ganándose un lugar privilegiado en la historia de de la tauromaquia.
Manolo Martínez, con marcadas formas de interpretar el toreo, tuvo varias épocas en las que imprimió su sello característico.
En sus inicios Manolo salía al ruedo a tambor batiente, con un toreo largo y variado que obligó a las figuras de entonces a retirarse y, con ello, darle paso a la nueva figura que reclamaba con sus triunfos un lugar de honor en la fiesta brava mexicana.
Recordamos las inolvidables corridas al lado de Manuel Capetillo, Joselito Huerta, Alfredo Leal, Jaime Rangel entre otros, a los que Martínez literalmente borró del mapa, dándoles “variados baños de jabón” que le valieron el sitio de primer figura mexicana. A partir de entonces Manolo no soltaría el título de “mandón de la fiesta mexicana” que le duró hasta el final de su vida.
En su primera época cautivó a propios y extraños con su manera particular de hacer el toreo, al realizar variados quites de capote con chicuelinas, gaoneras y caleserinas y con una muleta privilegiada para torear lento, muy lento, con mucho temple y largueza, interpretando derechazos, naturales combinados con trincherazos y arruzinas, los que le lograron faenas llenas de ritmo y cadencia.
En una segunda época, que inició en el primer tercio de los años setenta, Manolo comenzó a torear más lento, creando un estilo muy particular que sería escuela para los toreros de aquellos años. Manolo realizaba iniciaba sus faenas con suaves doblones, para luego citar de largo y ligar muletazos girando en un solo eje, perfeccionando su toreo en redondo, rematando las series con su característico martinete, cambios de mano o con el pase del desdén.
Aunque este tipo de toreo fue calificado por muchos como “corto” en su variedad, fue quizás el más artístico que interpretó Manolo en su carrera. Cómo olvidar las faenas de Amoroso o Gotita de Miel en la Plaza México, en su brillante temporada de 1979. A ambas faenas el célebre cronista Don Pepe Alameda las bautizó como las de “Las Bellas Artes”.
Fueron muchos los pases que dieron sello al regiomontano y que fueron motivo de pinturas y esculturas pero lo más importante es que provocaron en los tendidos las más sonoros olés que yo recuerde, exaltando la pasión entre los emocionados públicos.
No obstante que en sus distintas épocas Manolo convenció por su toreo de arte y emotividad, no pudo evitar que su personalidad diera origen a dos grupos de aficionados que acudían a verlo a las plazas: los “Martinistas” que lo idolatraban, y los “Antimartinistas” que criticaban todo lo que hacía. De ahí que Manolo Martínez se ganó el mote de “Un Demonio de Pasión” tal y como titularía un libro en su honor el escritor Guillermo H. Cantú.
Manolo vivió la pasión dentro y fuera del ruedo, pues su deseo de ser el mejor en todo le valió críticas y enemistades.
A 20 años de su muerte la apasionada entrega de Manolo continúa viva, pues siempre que se habla de él los ánimos se encienden y se desbordan los comentarios a favor y en contra.
Manolo Martínez nació en Monterrey, Nuevo León el 10 de enero de 1946 y vistió por primera vez el traje de luces el primero de noviembre de 1964 en la Placita La Aurora ubicada en la ciudad de México. Debutó como novillero en la Plaza de Insurgentes, el 20 de junio de 1965, lidiando a un novillo de nombre Charro de la ganadería de la Viuda de Franco.
El “Ave de las Tempestades” don Lorenzo Garza fue su padrino de alternativa en una ceremonia celebrada el 7 de noviembre de 1965, cuando Manolo lidió al toro Traficante de la ganadería de Mimiahuapam; su testigo fue el torero de Linares, Nuevo León, Humberto Moro.
El 20 de mayo de 1970 Manolo Martínez confirmó su alternativa en la Plaza de las Ventas de Madrid; el toro de su confirmación se llamó Santanero de la ganadería de don Baltasar Ibán, su padrino fue Santiago Martín “El Viti” y su testigo Sebastián Palomo “Linares”.
Durante su exitosa carrera Manolo Martínez alternó con grandes toreros de la época como Manuel Capetillo, Paco Camino, Francisco Rivera “Paquirri”, “El Cordobés”, Curro Rivera y Mariano Ramos; aunque su rivalidad más fuerte la tuvo dentro y fuera del ruedo con Eloy Cavazos, oriundo de Guadalupe, Nuevo León.
Fueron muchas las ocasiones en las que Manolo y Eloy alternaron juntos, dándose verdaderos agarrones que siguen siendo memoria viva entre los aficionados. Quienes tuvimos la suerte de presenciar dichas corridas, recordamos el toreo clásico, reposado y rítmico de Martínez, que contrastaba con el toreo alegre y bullidor del de Ciudad Guadalupe.
No obstante las grandes diferencias en la forma de torear de Martínez y Cavazos, los dos tuvieron grandes triunfos y miles de seguidores, quienes hasta la fecha siguen defendiendo a su torero.
Cabe mencionar que Cavazos tuvo siempre la simpatía de sus paisanos, no así Manolo, al que siempre la afición de Monterrey le exigió de más, y en muchas ocasiones lo trató con frialdad lo que hace recordar la cita bíblica: “Nadie es profeta en su tierra”. Sin embargo Manolo se desquitaba con el afecto que siempre le tuvieron los aficionados capitalinos. La Plaza México lo consagró como su torero de casa premiándolo con el mítico grito de “¡Manolo, Manolo y ya!”.
Recordamos también las emotivas y exitosas tardes que tuvo Manolo en la Plaza Santa María de Querétaro, al enfrentar en mano a mano al figurón español Paco Camino en los tradicionales festejos navideños de finales de los años setentas.
La decisión de Manolo de retirarse de los ruedos el 30 de mayo de 1982 quizás fue precipitada, pues el regiomontano estaba en el mejor momento de su carrera. Aún así se despidió en una inolvidable y triunfal encerrona con seis de diferentes ganaderías en la plaza mayor del mundo que registró un lleno hasta las banderas. Su última faena fue al toro Toda una Época de la ganadería de San Martín propiedad de su apoderado José Chafic.
Por nostalgia o necesidad económica, el regiomontano volvió a vestir de luces en 1987 reapareciendo en la Plaza de Querétaro al lado de Miguel Espinoza “Armillita Chico” y del hidalguense Jorge Gutiérrez.
Durante esos últimos tres años de carrera, Manolo tuvo que enfrentar altibajos en su quehacer profesional y su salud, lo que provocó, sin haberlo planeado y mucho menos saberlo, torear su última tarde en la Plaza Monumental México el 4 de marzo de 1990, cuando se despidió sin protocolo alguno de los ruedos, toreando un mano a mano con Jorge Gutiérrez con astados de “La Gloria”.
Fue en México donde Manolo Martínez tuvo sus triunfos más sonados. Actuó en 91 festejos, siendo el matador que más rabos ha cortado en la historia del coso capitalino con 10, además de que conquistó tres Estoques de Oro.
En sus últimos años y ya con la enfermedad a cuestas, Manolo se convirtió en un extraordinario ganadero, exitoso empresario y un gran promotor de nuevos valores.
En ese lapso triunfó en varias tardes abriendo la Plaza Cuauhtémoc en Ciudad Guadalupe además de que impulsó la carrera de jóvenes novilleros.
Manolo siempre estuvo al tanto de todo lo que pasaba alrededor de la Fiesta.
En lo personal tuve el gusto de convivir con Manolo Martínez en muchas ocasiones y siempre se mostró afectuoso con su servidor y con sus amigos. A Manolo le gustaba mucho ver videos taurinos y hablar de toros. Cuando visitaba nuestra casa, siempre le pedía a mi padre que se fueran a donde estaba el piano y se pusieran a cantar; recuerdo que entre sus preferidas estaban las melodías de Armando Manzanero, aunque reconocía que era asiduo escucha del rock and roll.
A 20 años de su partida, Manolo Martínez sigue siendo el máximo referente del toreo mexicano de la última época. Su nombre se escribe con letras de oro en la historia del toreo al lado de otros grandes como Rodolfo Gaona, Fermín Espinoza “Armillita”, Lorenzo Garza y Carlos Arruza.
Desde su partida Martínez ha dejado un vacío difícil de llenar, pues se fue el torero de arte y cadencia que provocaba los más largos y lentos olés. Con su partida se desvanecieron las pasiones, la controversia y ¿por qué no decirlo?, las grandes entradas y llenos en las plazas de toros. Con la muerte de Manolo se acabó la pasión dentro y fuera del ruedo.
En la vida de Manolo Martínez nunca hubo medias tintas: para él era todo o nada, vivió siempre de manera intensa, fue un hombre y un torero apasionado por la vida y por la Fiesta Brava que lamentablemente murió cuando todavía tenía mucho que darnos.
Hace 20 años que Manolo hizo su último paseíllo a la eternidad y con su muerte se terminó toda una época del toreo.
Muchos años han pasado desde aquél 16 de agosto de 1996 y muchos otros años pasarán, pero la huella del último Mandón de la Fiesta seguirá presente en el recuerdo de miles y miles de aficionados que alguna vez gritaron en las plazas… “¡Manolo, Manolo y ya!”.
Twitter @AlbertoJoseHdzS