
En 2006 me tocó convivir meses de sobremesa con mi madre, de entonces 71 años, quien no solamente no iba a votar por un candidato a la presidencia, sino que lo odió como a su peor enemigo. ¿Razones?: ninguna. Opinaba por opinar.
Fue una víctima más de la guerra sucia y de una propaganda que perforó y se anidó en su cerebro. Su radical postura dividió a la familia por unos meses, como pasó en millones de hogares mexicanos. Todo por la política.
Por lo mismo no quiero que vuelva a pasar, ni en la familia ni en mi círculo de amigos. Y con mi pluma me esforzaré para evitarlo, así pierda la batalla, pues ninguno de los pre o ya candidatos en 2018 merece que se pierda un amigo, ni nos distanciemos de nuestras madres.
Ellos solo nos usan para sus fines y nos dan migajas: una luminaria, una despensa, un bache tapado, un descuento en una multa, una función de cine en la colonia, un parque remodelado y, en el mejor de los casos y no es el mío: un trabajo propio, para un hijo o para un pariente desempleado. ¿O no? Abramos los ojos.
Por cierto, mi mamá siempre vota por el PAN, lo hizo por Felipe Calderón Hinojosa y, seis años más tarde, terminó odiando a Vicente Fox Quesada en 2012 cuando apoyó a Enrique Peña Nieto.
Pero en 2000, a mi adorada madre Angelita se le cayó de la inmaculada gracia Juan Gabriel, pues un día al difunto cantautor se le ocurrió grabar un spot a favor del aspirante presidencial del PRI, Enrique Labastida Ochoa, contrincante de su todavía idolatrado Fox Quesada.
Esta vez lamentaría que volviéramos a vivir los próximos meses como cavernícolas, con todo el respeto que me merecen los primeros pobladores del planeta, descarnándonos unos a los otros simplemente porque fulano o perengano tiene nuestras simpatías y tendrá nuestro voto el 1 de julio.
Recuerdo que en 2006, en medio de una feroz guerra sucia y con un país enconado, alguien sugería entre broma y en serio: “Si estás en una boda, en una quinceañera, en un cumpleaños o en una carne asada y el ambiente está muy aburrido sólo di que vas a votar por López Obrador y verás cómo se pondrá aquello”. Y era cierto.
Desde hace años, en Matamoros nos reunimos a comer con mis padres. Mi mamá va por los 82 este año y mi padre tiene 87; los dos jubilados del Servicio Postal Mexicano y, desde que recuerdo, siempre han votado por el Partido Acción Nacional y aborrecen al PRI.
Esa postura de ellos contra el partido de Carlos Salinas de Gortari y de Peña Nieto tiene que ver con su trabajo. “Con las jubilaciones de muertos de hambre que tenemos después de más de 30 años de haber trabajado en Correos. Así nadie puede vivir con dignidad en su vejez”, argumentan.
Por eso, cuando el ranchero guanajuatense sedujo a los electores mexicanos en los comicios del año 2000 con su discurso de sepultar al PRI tras 70 años en el gobierno, lo cual logró, a mi mamá poco le faltó para bajar de su nicho a la Virgen de Guadalupe y poner a Fox Quesada en su lugar.
Seis años después, ¿cómo se iba a atrever López Obrador a sacar de Los Pinos al PAN, luego de un sexenio de desencanto?, según mi amada madre.
Y antes, durante y después de la comida, en aquellos meses previos a la elección de 2006 la mesa se convertía en un verdadero ring. Para ella el actual aspirante de Morena a la presidencia era “un comunista como Hugo Chávez y Fidel Castro. Y un populista que se aprovechaba de la pobreza de los viejitos al ayudarles con una mensualidad en la Ciudad de México”.
Vaya, AMLO era peor que el diablo, que Satanás y Belcebú juntos, aunque sean esos seres sobrenaturales. Y doce años después, con Chávez y Castro bien difuntos, su opinión en nada ha variado. Basta que alguien exprese esa preferencia electoral para que estalle Troya.
Insisto, México no merece que vayamos por el mismo camino. De un país dividido y donde bastará que alguien a propósito lance un fósforo a la gasolina para que explote la violencia, deseada por unos y rechazada por la mayoría de quienes queremos la paz postelectoral.
Gane quien gane: AMLO, Meade, Anaya, “El Bronco” o Margarita, millones de mexicanos que votaremos por ellos seguiremos igual o peor, porque sus promesas simplemente no serán cumplidas. Es música para nuestros oídos en tiempos de campaña. Y la escuchamos y, peor, la compramos.
Estaremos igual o peor después del 1 de julio de 2018. Aclarando, menos ellos: los políticos y los vividores de la política.
twitter: @hhjimenez