La atribución del Premio Nobel de la Paz a la Unión Europea (UE) no pasó desapercibida en la actualidad internacional, y difícilmente se podía dejar esta noticia de lado en la presente columna cuyo propósito es precisamente comentar desde este lado del Atlántico la actualidad europea relevante.
Sin duda, algunos Premios Nobel tienen una trascendencia más manifiesta que otros. El enterarme de la noticia por radio en las primeras horas de mi rutina laboral, reconozco que me costó poner en orden mis ideas. ¿Por qué se otorgó este honor a la UE? ¿No habrá una causa más merecedora de tan prestigiada recompensa? ¿Y por qué ahora, precisamente cuando los europeos se dividen y se atacan entre ellos para solucionar una crisis que no parece tener fin? Mi conclusión en aquel momento fue que de seguro había un mejor ganador en la lista oficial de candidatos.
Visto desde nuestras tierras norteñas, Europa es generalmente el territorio que pasó en menos de medio siglo de ser un espacio mortífero a un área donde la paz es el único modo de convivencia posible. Efectivamente, es cierto que en comparación con el resto del mundo, la parte occidental del Viejo Continente supo consolidar una paz sólida y profunda entre sus naciones en las últimas décadas, dejando duraderamente a un lado los nacionalismos exacerbados que tanto daño le hicieron. Asimismo, respecto a los múltiples golpes de Estado en América Latina, las guerras en África, o la amenaza de conflicto que agitan – por lo menos en el discurso – hoy en día Japón y China, es innegable que el proyecto de integración europea proporcionó paz y tranquilidad a sus actores institucionales.
Pero me llama la atención que este premio se haya otorgado ahora, en el contexto actual de Europa, precisamente cuando para los ciudadanos la palabra paz dejó de significar armonía, como lo demuestra la fuerte tensión social estimulada por la crisis económica. Parecería que la UE extravió la brújula que ubicó a sus Estados miembros por el largo camino hacia la concordia y el bienestar. La estricta austeridad ahora impuesta autoritariamente por los actores más poderosos de la UE (entiéndase los dirigentes alemanes, el Banco Central Europeo y el FMI) ya puso en peligro la convivencia pacífica de los pueblos europeos, al provocar reacciones violentas pero espontáneas (y entendibles desde mi punto de vista) inducidas por la injusticia y el hartazgo de los ciudadanos europeos que viven una Unión antidemocrática que no los escucha; una Unión que sólo voltea a ver a sus pueblos cuando la coyuntura económica satisface primero los intereses de los poderes que rigen las políticas supranacionales europeas (bancos y otros), y que ahora les hace pagar por una crisis que ellos no provocaron.
Después de mencionar estas injusticias – con el fin de ubicar la noticia en su contexto presente – quisiera también aportar una lectura optimista al acontecimiento, respetando así el espíritu de la decisión que tomó el jurado noruego. Este Nobel constituye sin duda un mensaje universalista de esperanza para todos los pueblos del mundo que atraviesan actualmente una situación de crisis. Y es así que por azar del calendario, la ceremonia de entrega oficial del galardón coincidirá con el momento de la transición del poder ejecutivo en un México que vive su peor crisis de seguridad pública desde hace un siglo, en un contexto de angustia nacional que se vive a diario y del cual no se ve el fin. Aquí como en Europa (toda proporción guardada), los pueblos son los que sufren las incongruencias y las inconsistencias de las decisiones de los dirigentes actuales y pasados, viéndose negado todo derecho a expresarse sobre las medidas destinadas a acabar con la crisis que se vive. Aquí se pelea por la paz interna, allá por el bienestar social de la gente. Esperemos que vuelva la UE a encarnar el modelo que el Comité Nobel quiso recordar con esta decisión, de una unión basada en la libertad, la solidaridad, el respeto de los derechos individuales y la justicia; y que también nuestros futuros dirigentes en México se inspiren en este modelo pacificador y al pendiente de las necesidades de los ciudadanos.
Algunos premios recompensan, otros alientan. Este Nobel pertenece claramente a la segunda categoría.