En la últimas temporadas Tigres ha sido el peor equipo local y de los peores de la Primera División del futbol mexicano. Contrario a su pésima actuación, su afición sigue siendo de las mejores a nivel nacional cuando abre su billetera para comprar abonos y la playera de moda. Y para consumir miles de litros de cerveza en el estadio.
Pero hay una maldición que persigue al equipo desde años atrás, cuando la Universidad Autónoma de Nuevo León rentó el equipo a la poderosa empresa Cementos Mexicanos (Cemex), porque entrenador o jugador que contrata –de los llamados estelares- termina siendo un bueno para nada cuando se pone la camiseta.
¿Qué maleficio tiene el césped del Estadio Universitario? Porque no hay un explicación lógica y convincente que justifique por qué jugadores como el chileno Sebastián “chamagol” González, o el azteca Francisco “kikín” Fonseca, hayan pasado de lo sublime a lo ridículo cuando dejaron sus clubes para ser contratados por Tigres.
Pero no solamente han sido ellos los caídos en desgracia. La lista es interminable. Por ejemplo, Manuel Olalde era seleccionado nacional cuando jugaba con Pumas, un goleador con olfato y mejor futuro, sin embargo se llenó los bolsillos de dólares nunca vistos por su atinada vista para meter el balón a las redes, y su suerte cambió al estampar su firma para Tigres.
Olalde se fue de Monterrey sin pena ni gloria, como “chamagol” que batalló para anotar goles en otros equipos que lo contrataron dando lástima. Y si no fue suficiente esa desinflada profesional, nunca mas fue considerado para jugar en la selección de su país, deambulando en las divisiones inferiores.
Después del Mundial de Alemania 2006 “kikín” Fonseca se cotizó alto y se fue a Portugal para enrolarse con uno de los mejores equipos de Europa: el Benfica. Pero cuando se dio cuenta que el futbol del viejo continente le quedaba muy grande, Tigres se propuso repatriarlo y echarlo a perder –como a otros- con un contrato millonario.
El futuro del otrora ídolo de Pumas parece ser Veracruz porque su actual nivel es del completo desinterés de los clubes de la Primera División, al menos que fuera a préstamo y con un sueldo de jugador de barriada que tienen más corazón entre la tierra y las piedras.
Para “kikín” la fama, las interminables noches de antros, la prensa y la afición a sus pies fueron su perdición. El acabose.
Junto con los hinchas de Rayados, los de Tigres están considerados como “la mejor afición” de México, principalmente porque llenan los estadios cada temporada (aun disputen los felinos los peores lugares de la tabla); además por las altas ganancias que generan los abonos y la playera que, como eficaz estrategia de mercadotecnia, cambia cada seis meses y es lucida en las atiborradas tribunas.
Para Cemex el equipo ha sido un negocio redondo, cuando las ventas de su producto han sufrido estrepitosas caídas en los mercados, tanto a nivel nacional como internacional. Y plantas han cerrado mandando al desempleo a sus trabajadores.
Ya quisiera la afición Tigre que Cementos Mexicanos se pareciera a otras empresas como Corona, que ha llevado a Santos de Torreón al éxito y donde cada sorbo de cerveza se disfruta en su nuevo estadio, un portento de modernidad y comodidad.
Santos es un ejemplo de que el futbol no solamente puede ser un buen negocio para consorcios metidos en el balompié profesional, cuando no vuelven locos a los jugadores que contratan al hacerlos creer que son mejores que Kaká, Messi y Cristiano Ronaldo.
Y qué decir de los entrenadores exitosos que llegaron a Tigres con todas las medallas de campeones, como el argentino Américo “tolo” Gallegos, campeón con Toluca temporadas atrás y que fue echado a la calle como el peor de los estrategas.
También fueron besados por el Diablo Manuel Lapuente, Alberto Guerra, Ricardo “tuca” Ferreti, Nery Pumpido, José Perckeman, José Luis Trejo, Daniel Guzmán, etc, etc, etc.
La lista es interminable. Es el maleficio de un club que tiene más de 30 años de ser campeón de Liga, pero es monarca el futbol nacional en los saludables estados financieros, gracias a la mejor afición.
Faltan pocos días para que comience el Mundial de Sudáfrica y poder ver a México inaugurar el torneo contra los anfitriones. Y otra vez, como cada cuatro años sucede, la más grande manifestación de un negocio lucrativo gracias a 22 jugadores corriendo tras un balón.
Si gana México excelente y a brincar de gusto, pero si pierde será parte de la normalidad: con un país lleno de angustias crisis, desempleo, políticos con antifaz para robar e inseguridad.