En noviembre de 1992, por tres días, usurpé la identidad de Juan Francisco Salazar Leal con el miedo de que la Policía italiana, francesa y suiza nos detuviera y encarcelara no solo a mi, sino a mi hija Andrea y a su mamá Irma Idalia, sospechosos de ser terroristas. Esta es la historia en memoria de ese gran ser humano (QEPD).
Paco, su esposa Mirna Ayala y su hija Mirnita habían llegado a Roma de vacaciones luego de una larga travesía en tren desde Madrid bordeando el Mar Mediterráneo. Nos conocimos a mediados de los años 80 trabajando como reporteros. Ambos egresados de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UANL.
Su primer viaje en familia a Europa estaba planeado para reencontrarse con Miguel Angel Valdés Conte, corresponsal en Madrid de El Norte, su amigo y compadre; recorrer otras ciudades españolas y llegar a la capital italiana para que conocieran los monumentos en pie del Imperio Romano y El Vaticano.
Nos habíamos despedido en persona casi un año antes, en septiembre de 1991, siendo Paco mi jefe directo como subdirector editorial del desaparecido Diario de Monterrey. Había sido contratado por la agencia Notimex como corresponsal en Italia. Tres años antes fui invitado a incorporarme como reportero de locales luego de mi salida de El Porvenir.
Tenía apenas 25 años y ya ocupaba el segundo puesto mas importante en el organigrama editorial de El Diario. Una posición bien ganada porque fue un reportero destacado, y era un sobreviviente al terremoto de septiembre de 1985 donde milagrosamente salió ileso. Paco era devoto a la Virgen de Guadalupe.
Pero vuelvo a noviembre de 1992. Los Salazar llegaron a la terminal del tren de Roma Termini en un viaje agotador de casi un día. Viajaban con tres boletos con sus respectivos nombres que eran cotejados con sus pasaportes cuando cruzaron las fronteras entre España y Francia y Francia con Italia.
Por experiencia propia ningún otro pasajero podía usar los boletos ferroviarios de los Salazar Ayala. Pero en esta historia no podía faltar Ramón Rodríguez Reyna (QEPD), corresponsal de Notimex en San Antonio, Texas, que también planeó sus vacaciones europeas en las mismas fechas. Los cinco amigos de Monterrey, Andrea y Mirnita pasaríamos inolvidables días en Roma.
Fue Ramón quien planeó desafiar a las autoridades migratorias de los tres países usurpando las tres identidades. Que al cabo, según él, Héctor Hugo, Irma Idalia y Andrea podrían hacerse pasar por Paco, Mirna y Mirnita que regresarían en avión a Madrid dejando disponibles los tres boletos del tren.
No recuerdo exactamente cómo Ramón nos convenció a Paco y a mi. Pero un día llevamos a los Salazar Ayala hasta el mostrador de la aerolínea en el aeropuerto Leonardo Da Vinci de Roma. Volarían a Madrid y luego cruzarían el Atlántico con destino final Monterrey.
El plan con Ramón era conocer París, Venecia y regresar a Roma con tres boletos cuyos nombres no eran los mismos de los pasaportes de los Jiménez Cerda. Él sí tenía sus documentos en regla. Al final pudo mas el “no pasa nada, ya verán” de Ramón que la prudencia.
Con muy pocos dólares, francos franceses y liras italianas, pero sobre todo con unos nervios que duraron dos días, ocupamos cuatro asientos en un tren que partió de Termini en Roma a la estación Gare De Lyon en París. Y de Gare de Lyon a la estación Santa Lucía de Venecia, cruzando la frontera suiza.
Pero no solamente era burlar a las policías migratorias de los tres países, sino al checador de los boletos cada vez que entraba al vagón a perforar y cotejar los tickets con los pasaportes de los viajeros extranjeros. Con los ciudadanos de Unión Europea bastaba la tarjeta de identidad.
Sólo Dios sabe cómo nuestros viajes Roma-París-Venecia-Roma no fueron interrumpidos y nos bajaron “a la mitad de la nada” por usurpar identidades. Pero el “no pasa nada, ya verán” de Ramón dió los resultados esperados.
El peor de los sustos se registró de madrugada en la frontera con Italia cuando agentes de la policía suiza, con gritos inentendibles, irrumpieron en nuestro vagón dirigiendo las luces de sus linternas a nuestros rostros y a dos pasajeros con quienes tuvimos escasa interacción.
Ramón pudo entender con su inglés que iban por un joven masculino de nombre y apariencia árabe que viajaba acompañado de una ciudadana estadounidense. Los dos fueron bajados del tren y nosotros seguimos el viaje. No recuerdo si pudimos reconciliar el sueño. Seguramente no.
En 1992 Europa todavía estaba en alerta roja de posibles atentados después de la Guerra del Golfo Pérsico (1990-1991) por la invasión de Irak en Kuwait que involucró a Estados Unidos y 34 países aliados, entre ellos Francia e Italia.
Una tarde volvimos a Roma y por años guardamos los boletos a nombre de Juan Francisco Salazar Leal, Mirna Ayala y Mirna Salazar Ayala. La bitácora y el periplo de ese “viaje usurpador” la supieron ellos de viva voz cuando nos vimos una vacaciones en Monterrey junto a Ramón.
Paco, seguramente y conociéndolo, nunca hubiera aceptado las condiciones de esa vacaciones parisinas y venecianas del “no pasa nada, ya verán”. Muchos años después, con Francisco y Mauricio incorporados a la familia Salazar Ayala, volvimos a vacacionar un diciembre nevado en las montañas de Colorado.
Descansa en paz Paco, gran amigo y mejor ser humano. Y cuando veas a mi hermano César en el paraíso, organicen un viaje con Ramón. Y cuando los alcance nos vamos los cuatro.
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