“Es un espacio donde estarán todos parados”, nos dijo una voz. Y no dudamos en aceptar esas condiciones… y los brazaletes rosas. Era el viernes 30 de septiembre en el primer piso del edifico de la jefatura de gobierno de la Ciudad de México (CDMX). Frente a la Catedral Metropolitana se instalaba el escenario para el concierto de Roger Waters y se realizaban las pruebas de sonido.
En la cerca metálica que prohibía el acceso a la plancha de El Zócalo deambulaban fanáticos del fundador de la banda inglesa Pink Floyd como queriendo vulnerar la seguridad y ocupar los mejores lugares. Pero era imposible, así que optaron por dormir, protegidos del frío con cobijas, a unos metros del acceso ubicado en la avenida 20 de Noviembre.
Para mi hija Andrea y quien escribe fue diferente. Y no hubo necesidad de pegar los ojos en esas condiciones con el riesgo de que un perro vagabundo nos hiciera compañía. O peor todavía, de tener a un roedor de cuatro patas y cola larga mordisqueando nuestros gélidos pies.
Hace 18 años y medio conocí a una persona en Reynosa de quien omito su nombre por obvias razones, y él bien sabe que su atención no solamente nos hizo más cómodo el concierto, sino que fuimos la envidia de decenas de muchos que asistieron, según las reseñas, al concierto más espectacular jamás realizado en El Zócalo capitalino con la asistencia de más de 200 mil personas.
“¡Mancera, no te acabes!”, escribí días antes en mi Facebook cuando supe que el jefe de gobierno de la CDMX anunciaba la presentación gratuita de Waters y su grupo, compuesto por nueve músicos y tres coristas, en la también llamada Plaza de la Constitución.
Antes de la inesperada muerte de Juan Gabriel recomendaba a Andrea que un día fuera a ver un concierto del Divo de Juárez, aunque no era de su agrado. Pero debo de compartirlo: tras su muerte no se perdió un solo capítulo de la serie “Hasta que te conocí” que transmitió TV Azteca.
Y cuando ella misma me dijo sobre el concierto gratuito de Waters, no dudé en invitarla a la capital del país para festejar su cumpleaños 27.
Desde niña, Andrea sabe de mi gusto por la música de Pink Floyd. Y que a principios del siglo XXI, cuando entré a la moda de los CD’s dejando los viejos casetes, mi primera adquisición fue precisamente el álbum doble de The Wall.
Hace meses, al saber que Waters sacó a la venta la nueva producción de The Wall a manera de documental no solamente me compré el DVD, sino que también adquirí el acetato de 33 revoluciones a manera de colección. Y apuesto que con el paso de los años será un objeto muy codiciado.
Con los brazaletes rosas salimos del edificio frente a El Zócalo bien hinchados por tanta suerte, imaginándonos que al día siguiente -el sábado 1 de octubre- íbamos a desfilar por una alfombra roja como invitados especiales de Miguel Ángel Mancera.
Después de comer en un restaurante cerca del Hotel St. Regis en Paseo de la Reforma, sitio donde Waters y su banda estaban hospedados y él tenía cuatro días saliendo a firmar autógrafos a sus fans, decidimos llegar seis horas antes del concierto para tener todo bajo control.
Pero qué alfombra roja ni qué nada. Llegamos a un costado de la Catedral y mostramos -con temor a ser arrebatados-, los brazaletes rosas con la leyenda: “INVITADOS GOBIERNO”, pero ni los elementos de la compañía Lobos de seguridad privada, ni los agentes de la Secretaría de Seguridad Pública de la CDMX nos daban acceso.
Miles y miles de personas, algunas con playeras o gorras de Pink Floyd o Roger Waters; ricos y pobres, medios ricos y medios pobres se abalanzaban por las calles que llegan a la Plaza de la Constitución. Eran cerca de las tres de la tarde.
Una, dos, tres… ya no sé cuántas veces, me comuniqué por celular o por “guasap” con mi amigo que despacha al lado de la oficina de Mancera. Y le conté de las tantas veces que policías y Lobos nos negaban el paso y hasta dudaban, con burlas, de la autenticidad de los brazaletes rosas.
Después de tres horas de ir y venir de 20 de Noviembre a Madero; de caminar por delante y por los lados de la Catedral; de sentirte casi violado por quien caminaba a nuestro lado como calcomanía, decidimos quedarnos en una cafetería donde la pantalla de 90 metros de ancho y 25 de alto era perfectamente visible.
Y mi celular se bloqueó. La última comunicación que tuve de mi amigo fue cuando me dijo que “el comandante Castillo los está esperando en la banqueta de 20 de Noviembre y Palacio de Hierro para llevarlos a la zona de invitados especiales”.
La verdad no tenía ánimos y me consoló un chocolate caliente y un postre. De esa zona, pensé, solamente arrastrándonos nos desalojarían los policías que por miles fueron los encargados de mantener el orden antes, durante y después del concierto.
Pero agarré aire, conté hasta mil y no me di por vencido. Me levanté y con mucho respeto (porque tampoco iba a arriesgarme a terminar en las celdas), me dirigí a dos elementos de camisa blanca de la Policía Auxiliar para contarles nuestro calvario.
Uno de ellos, de nombre Alberto Mendizábal, se apiadó de nosotros y encontró al famoso comandante Castillo, y localizó el acceso para los privilegiados del brazalete rosa. Ya eran las seis y media de la tarde, tres horas después de nuestra llegada a El Zócalo.
Superamos un punto de revisión, caminamos por detrás de la Catedral y llegamos cerca de la calle de Moneda frente a Palacio Nacional. ¡Al fin estábamos casi frente a las puertas del Paraíso!
Al día siguiente la prensa nacional consignó que los churros de mariguana y el alcohol burlaron la seguridad. Era normal, el Zócalo estaba convertido en una especie de Festival de Avándaro sobre concreto.
Para sorpresa, mi hamburguesa Big Mac que me serviría para no morder de hambre a quien estuviera a mi lado durante el concierto, fue confiscada con un rotundo “¡No pasa!”.
Valió la pena el peregrinaje; valieron la pena las mentadas de madre cuando caminábamos, con los visibles brazaletes rosas, por el corral de los invitados especiales; valió la pena más de una hora de lluvia; valió la pena la falta de sanitarios… y hasta las bolsas de orines que volaban al ritmo de “Another Brick in The Wall”.
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