Cuando Rodrigo Medina de la Cruz fue designado candidato a gobernador de Nuevo León, pocos dudaron que el PRI apostaba por un producto estéticamente vendible, sobre todo cuando en las elecciones de fines de principios el XXI, la imagen es casi de vida o muerte (de ganar o perder) cuando los partidos toman decisiones.
Aun siendo secretario de Gobierno en funciones en la pasada administración, Medina de la Cruz apenas era conocido por el 2 por ciento del electorado. Los neloneses conocían más a los alcaldes metropolitanos y a los jefes de Policía. Así que la tarea de posicionamiento fue cuesta arriba.
En el pasado régimen priista, los encargados de las políticas internas eran los favoritos para ser candidatos a alcaldes, gobernadores y presidentes de la República.
Pero los tiempos evolucionaron, aquellos políticos “de mano dura” sentados en Gobernación fueron relegados y llegaron los tecnócratas a ser los dueños del país. Y como ejemplo están Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo Ponce de León.
Con el PRI fuera de la presidencia de la República, después del 2000 los gobernadores en turno tuvieron casi plena libertad para designar a su sucesor. Sucedió en 2004 en Tamaulipas cuando Tomás Yarrington Ruvalcaba decidió por Eugenio Hernández Flores, y en Nuevo León en 2009 con Natividad González Parás ungiendo a Medina de la Cruz.
Ambos, Hernández Flores (en su año de despedida) y Medina de la Cruz, cumplían perfectamente con uno de los requisitos del nuevo PRI que busca recuperar la presidencia en el 2012: fueron candidatos bien parecidos y atractivos para los votantes jóvenes en edad y, principalmente, del sector femenino.
Sin embargo, el desenlace de las dos elecciones fueron muy diferentes: en Tamaulipas el candidato del PRI hizo mil pedazos al candidato del Partido Acción Nacional, mientras en Nuevo León Medina de la Cruz vino de abajo, rebasó y ganó por una diferencia porcentual de más menos 6 puntos. Victoria al fin, dirían los priistas. En las democracias, dicen otros, se gana con un voto.
La campaña del aspirante tricolor en Nuevo León fue cobijada por Enrique Peña Nieto, el gobernador que en su contienda escuchaba porras atrevidas de las féminas alborotadas y atraías por un producto electoral cuyo peinado estaba a prueba del peor ventarrón: “¡Peña gobernador, contigo hasta el colchón!”.
Cinco años atrás en Tamaulipas, Peña Nieto ni existía. Eugenio ni lo necesitó.
Aunada a la estética de los candidatos con eficientes estrategias mercadológicas, una nueva generación de electores en México está desilusionada por partida doble: del PAN que vendió costales retacados de ilusiones a partir de la llegada a Los Pinos de Vicente Fox, pero que la realidad dista mucho de las promesas de lavar la cara de un país manchado de 70 años de corrupción.
Con el PAN en la presidencia de la República, en gobiernos estatales y municipios que poco a poco regresó al PRI, o le arrebató el PRD, nació una nueva generación.
Salvo honradas excepciones, el PAN se convirtió en el alumno que superó al PRI como maestro, en el arte del surgimiento de nuevos millonarios contando los dineros del presupuesto y haciendo negocios oscuros con los contratos públicos y los proveedores.
Siendo realistas, en México nada cambió en la transición del PRI al PAN. Y si en el 2006 el PRD pudo ser una tabla de salvación para los males de una Nación corrupta –que ocupa los primeros lugares en ese rubro hasta por encima de los países africanos–, la figura de Andrés Manuel López Obrador se desinfló.
A nivel nacional, López Obrador no entraba en la moda de candidatos guapos, mas bien en un candidato que enamoró a las clases humildes inyectándoles esperanza; en un electorado antiPAN y antiPRI. Sin embargo, su figura fue a menos por sus propios errores y por Peña Nieto, aliado con Televisa.
En Nuevo León Medina de la Cruz acaba de cumplir 100 días de su gobierno con calificaciones aceptables por encima del 7 de calificación que, para un político en la función pública, significa un MB (Muy Bien).
El gobernador de Nuevo León se ha sacudido a colaboradores que lo perjudicaban. Designados más por un compromiso de campaña que por sus capacidades. Ejemplo con nombre y apellidos está Eloy Garza Cantú, el efímero ex director de comunicación social.
En el caso de Eloy el gobernador aplicó una regla de oro: “Me puedo equivocar al contratar, pero no al despedir”.
Mientras tanto, en Tamaulipas parece que el PRI dio reversa en cuanto a la tendencia para enfrentar las futuras elecciones. Al viejo estilo de “la cargada”, el gobernador impuso a Rodolfo Torre Cantú como el candidato de unidad, al ganarle más el corazón que el curriculum.
El doctor, dicen quienes lo conocen de cerca, pasa fácilmente la prueba de ser una buena persona, pero no es un artículo electoral que pueda ser vendido y tendrá que someterse a una metamorfosis estética.
El PRI en Tamaulipas le apuesta a su aplastante maquinaria, pero minimiza a un gran sector de electores que ahora buscan candidatos guapos, de preferencia ojiverdes, güeros y de afilada nariz.
Rodolfo Torre Cantú, en Tamaulipas, y César Duarte, en Chihuahua, seguramente son dos conejillos de indias para el PRI. Un tricolor que quiere “despeñanietizarse”.