Claro que en México gozamos de una irrestricta libertad de prensa y de expresión. La Constitución la consagra, pero no la ejercen los miedosos, los serviles y los lamesuelas de los poderes constituidos. Sin embargo, también es cierto que México es el país más peligroso para el periodismo, con un número de reporteros muertos o desaparecidos, aunque algunos de ellos no por causa de su profesión ni por acción del gobierno federal. Los más, son obra de la delincuencia organizada o de algún alcaldillo o diputadillo de pueblo pequeño y chisme grande. La libertad de prensa y de expresión la tenemos garantizada, como lo grita el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Nada más hay que hacerle saber al primer mandatario que la libertad de prensa y de expresión no es una concesión graciosa y menos un regalo de su gobierno. No. De ninguna manera. Es una conquista, a veces a sangre y fuego, del mismo gremio de comunicadores profesionales y de bravos grupos de la sociedad civil. Es fruto de una lucha durante décadas de quienes, al sentir la asfixia de la censura, se han soltado las amarras con miras a hacerle ver a los poderes la misión que les es encomendada por las audiencias, que son las que conforman la opinión pública, ahora mucho más a través de las redes sociales.
Lo que sí debemos reconocerle a AMLO es que ha sido tolerante. Ha respetado -porque está obligado- la libertad de prensa y de expresión. Con un pero. No basta que él sea respetuoso del marco constitucional y que no impida con un manotazo la labor profesional de los periodistas, editores, reporteros y presentadores de la noticia en los medios electrónicos. No basta, porque hay otros caminos para pisotear tan sagrado derecho a la información y opinión de la sociedad en general. Y esos caminos son los de la presión desde las mañaneras en Palacio Nacional, la fiscalización inclusive de la vida privada, la aplicación de multas por cualquier falla o error, la amenaza de ser exhibido públicamente en un discurso o video, la cancelación de permisos ya obtenidos para operar legalmente un negocio de parte de algún periodista o un familiar de él y el ataque que provoca la satanización del presidente desde su tribuna contra sus adversarios, a quienes descalifica con insultos y ofensas y hace que les caigan como avispas africanas los seguidores del político en las redes sociales e inclusive personalmente en su propio domicilio.
Así es que es cierto que AMLO no ha cancelado la libertad de prensa y de expresión. Pero la limita con su forma de cuestionar y de atosigar, alegando su derecho de réplica para poner contra la pared a sus críticos incómodos. La mancha con su sed de venganza inmediata, aplicando inclusive calificativos hirientes a publicaciones que buscan lo negativo de su gestión. La atropella con sus juicios y reyertas públicas, y más con sus acusaciones sin pruebas, que dan pábulo a los fanáticos de su partido MORENA para fastidiar y cobrarse la afrenta a su modo, pidiendo inclusive el exilio de escritores e intelectuales que no apoyan la 4T. Lo bueno es que no compra espacio ni tiempo en los medios a través del “chayote”, que es otra de las formas de ir contra la honestidad en la información pública. Ahora la práctica del “chayote” solamente se da en La Jornada, pero con facturas de por medio y no en forma individual con su personal. Es su diario consentido al que llena de millones de pesos impúdicamente.
Por tanto, sale sobrando que AMLO presuma que ha aguantado candela y que es el más atacado con saña e insultos y hasta con difamaciones e invasión periodística en torno a su esposa e hijo menor, lo cual es reprobable a todas luces, cometa quien cometa esta bajeza. No tiene justificación ni en broma invocando “el que se lleva, se aguanta”. También sale sobrando su jactancia porque en el fondo nos quiere decir que tiene poder o tentación de acabar con la libertad de prensa y de expresión, y que si no lo hace es para que todo México le aplauda. Igualmente sale sobrando que nos presente el porcentaje de opiniones negativas que los medios más prestigiosos le endilgan a la 4T, contra un reducido porcentaje de comentarios neutrales o su favor, casi siempre en La Jornada. ¿Entonces él y sus consejeros no saben que el papel de la prensa es incomodar al poder? Claro que con objetividad y bajo un raciocinio coherente que permita realizar un juicio justo y pertinente sobre la realidad nacional y los políticos en turno. La crítica es bienvenida si se acompaña de evidencias e indicadores irrefutables. No se vale aprovechar los espacios para destilar veneno sino para orientar a los receptores de los mensajes. Debe hacerse con equilibrio de razones y siempre de buena fe, aun a riesgo de errar, pero nunca con la intención o “mala leche” de ofender y del desquite personal.
AMLO no puede esperar solamente miel de los lambiscones que le endulcen el día a día como sucede con quienes tienen acceso hoy a La Jornada, que no lo toca ni con el pétalo de una rosa. Ha de saber que las opiniones que más aprecia la gente son las que no concuerdan con los que mandan. Punto. La democracia lo proclama al ponderar el fruto de los contrapesos. Así es en todo el mundo, y en México lo vivimos a tope desde los regímenes del PAN (Fox y Calderón) y no se diga del priísta Peña Nieto, quien se quejaba del reportaje de la “casa blanca” u otros casos de corrupción y de que no le aplaudían. Por eso acuñó el slogan propagandístico “las buenas noticias también cuentan” pagando publicidad para que se difundieran.
Así es que sería bueno que el presidente, antes de victimizarse, pidiera a sus colaboradores un estudio de las columnas de otros tiempos a fin de comprobar que también se respetaba la libertad de prensa y de expresión. Que también se les tupía con reportajes que exhibían sus fechorías, estilo de vida, abusos de poder y equivocaciones de su gestión. ¿O entonces no sabe por qué vetaron a la revista Proceso de los anuncios oficiales? Lo malo de esos gobiernos fue buscar la propaganda interesada por medio de una gigantesca nómina de colaboradores de periódicos, radiodifusoras y televisoras. Igual que hoy lo hace AMLO con La Jornada, aunque en forma institucional, transparente y legal.
“Esto ayuda mucho a entender lo que está sucediendo, y me llena de orgullo que se garantice la libertad de expresión; esto no había pasado en mucho tiempo”, dijo al dar a conocer el susodicho estudio, pavoneándose con semejante mentira, por la terquedad de meter en un mismo saco a los periodistas y medios “chayoteros” y a los periodistas profesionales y verticales que aplauden lo aplaudible y denostan lo denostable. Así es que ojalá el presidente reflexione y no se deje engañar por sus corifeos. Y, asimismo, acepte en su humildad que el sagrado artículo de la Carta Magna, que es fundamental para el ejercicio del periodismo, no se le debe a él. Se debe a la acción conjunta y al sacrificio de muchos mexicanos que desde hace tiempos inmemoriales han defendido y otros todavía defienden los principios democráticos y están dispuestos a morir con tal de no heredar a los suyos una dictadura o tiranía como la de Cuba, Venezuela y Nicaragua, parecidos a otros países del mundo en su totalitarismo de izquierda o de derecha.