
Es muy clara la línea divisoria entre los políticos liberales y los neoliberales. Pero sus intérpretes han creado tanta confusión sobre ambos términos, que las masas difícilmente pueden ser orientadas sobre los mismos, no porque las masas sean ignorantes, sino porque reciben criterios a veces encontrados en su camino hacia una definición correcta, y porque hay oportunistas que se visten con el ropaje de un “liberal social”, como Carlos Salinas de Gortari, y otros se dicen “liberales conservadores”, sin saber qué quieren dar a entender con ello.
En síntesis, podríamos aceptar que el término liberal, desde su origen, se refiere al que está contra el sistema y contra los conservadores que buscan prolongar el statu quo de privilegios ad vitam. Mientras que los hijos del neoliberalismo económico representan una variante del capitalismo salvaje, sujetos a las leyes del mercado y a los dictados del Consenso de Washington y del Fondo Monetario Internacional.
Lo curioso es que los liberales del Siglo XIX en México, al enfrentarse a los conservadores en una oprobiosa guerra fratricida, se opusieron al emperador Maximiliano de Hasburgo, quien resultó tan liberal como ellos, aunque fue traído a México por los grupos llamados entonces retrógrados y tradicionalistas, ligados a las fuerzas que pretendían mantener el orden establecido.
“Soy un liberal puro, con dimensión social y democrática… Y prometo no mentir, no robar y no traicionar al pueblo”, ha dicho Andrés Manuel López Obrador en busca de los votos que lo lleven a la presidencia de la república. Se escucha muy bonito. Y su acento pretende que se le ubique en la cuadratura ideológica de Benito Juárez y de Lázaro Cárdenas del Río. Pero choca con la historia real que nos dice cómo un auténtico liberal puro, como lo fue Ignacio Ramírez, llamado “El Nigromante” a partir de 1845, se enfrentó años después al hombre de Guelatao, Oaxaca, por engañar a sus mismos seguidores con la promesa de no reelegirse como primer mandatario de la nación, pero llegado el momento buscó la continuidad de su cargo en una votación amañada.
Ignacio Ramírez “El Nigromante”, secretario y ministro de Benito Juárez, se lanzó en contra del liberal puro que falló a la hora de practicar la democracia. Y por eso, si éste sigue con su sello oficial en el trono de la historia política, aquél no ha perdido el reconocimiento del liberal más notable de esa época por su honestidad y congruencia en el hablar y en el actuar, más allá de los méritos que le asisten por haber sido uno de los pensadores que crearon la Constitución de 1857 y un ferviente luchador a favor de una sociedad igualitaria, como fiel creyente de que “los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”.
Pero al paso del tiempo, a los liberales de izquierda sus adversarios ideológicos los han asociado irremediablemente con el populismo, aunque éste también se emparenta con la derecha nacionalista, al estilo Hitler y Donald Trump o nuestro Plutarco Elías Calles. Pero en el primer caso, sus críticos proceden con cierta maldad, al compararlos con las primera figuras de este movimiento: Getulio Vargas (de Brasil) y Juan Domingo Perón (de Argentina), y luego con Fidel y Raúl Castro (de Cuba), Luis Ignacio Lula da Silva y Dilma Rousseff (de Brasil); Hugo Chávez y Nicolás Maduro (de Venezuela); Evo Morales (de Bolivia), Cristina Fernández de Kirchner (de Argentina), Rafael Correa (de Ecuador) y Daniel Ortega (de Nicaragua). Los presentan como mesiánicos y caudillistas; demagogos en el uso de la palabra; irresponsables y engañabobos, con cierto carisma para hacer creer a sus feligreses que tienen una varita mágica y medidas políticas confiables con las cuales resolver los problemas de fondo. Promotores de la lucha de clases para alcanzar la justicia social y unos verdaderos intervencionistas de Estado cuya meta es expropiar las industrias estratégicas a quienes aparecen como dueños, sin serlo -dicen los populistas “rojos”- porque pertenecen al pueblo.
Otro calificativo contra los liberales puros o populistas de inspiración socialista y a veces francamente marxista es su afán por el reparto del presupuesto y distribución de los ingresos mediante programas sociales en que se premia a los que menos producen porque en sus filas abundan los que esperan todo con solo levantar la mano. Es a lo que temen tanto los grupos de poder tipificados como de derecha o neoliberales: al papel del Estado en la regulación y orientación del proceso económico y del conflicto social, incluyendo su intervención activa en áreas que se consideran exclusivas del mercado.
Tal fórmula pertenece al neoliberalismo económico, combatido a rabiar en México por organizaciones sociales, intelectuales, partidos políticos y medios de comunicación de filiación de izquierda, y por eso se manifiestan abiertamente contra el PRI y el PAN y su sistema de gobierno, desde que el presidente Miguel de la Madrid ascendió al poder en 1982 y Carlos Salinas de Gortari lo consolidó en su gobierno a partir de 1988, y después con su supuesta influencia en la elección de Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
LIBERALISMO CONTRA NEOLIBERALISMO
El neoliberalismo radical propugna la incorporación al mercado del trabajo y del consumo a las masas. Como el capitalismo salvaje, niega la posibilidad de igualdad social porque su ideología se inclina por el realismo económico y, por tanto, por la eliminación de los subsidios aun en los servicios básicos, aunque se queden los pobres sin transporte urbano, energía eléctrica, agua y drenaje o gas natural. Bajo la consigna de que “vivir cuesta y nada que valga la pena es gratis en este mundo”, aplaude a los que alcanzan el éxito en su actividad diaria, así sea a base de corrupción, y margina a los que no sobresalen en el mundo del dinero.
Elitistas y soberbios, los amantes del neoliberalismo radical ignoran las bases del capitalismo humanista y de la justa retribución de la riqueza en la creación de fuentes de empleo. Los empresarios y comerciantes de este corte -racistas a más no poder-, en lugar de tener una visión fraterna de sus trabajadores, se inclinan por acrecentar el poder de los mismos de su clase social sin tener consideración de los efectos de la marginación de las mayorías. Y no niegan sus ligas con quienes ostentan el poder político para seguir amasando fortunas, en ocasiones no bien habidas.
Educación y salud pública marcan la enorme diferencia entre los seguidores del neoliberalismo radical y los liberales al modo de Ignacio Ramírez “El Nigromante”. Quienes son tocados por el primero de los sistemas, gozan de “lo mejor” en escuelas particulares, a costa de altas cuotas, y tienen servicios médicos de primera gracias a sus fuentes de trabajo o a los seguros de gastos médicos mayores. En cambio, hoy vemos cómo sufren los niños en zonas rurales o en los cinturones de miseria de las ciudades con escuelas en deterioro físico y un pobre proceso enseñanza-aprendizaje, además de una deficiente atención en sus enfermedades, igual que los derechohabientes de centros de consulta y hospitalarios de carácter popular, cuya queja es constante, muchas veces inclusive por la falta de medicamentos.
Y si abrimos el abanico de las diferencias abismales, nos asombra ver las colonias privadas y residencias de los ricos, frente a los tugurios de los pobres o los centros de diversión de unos y otros, así como los vehículos o lugares de consumo.
Por eso los políticos de izquierda se engallan ante esta realidad lacerante de México y ponen su mira en luchar contra la concentración de la riqueza en unas cuantas familias para llevar los beneficios sociales a los más desposeídos, pues los ven merecedores de una vida digna por el simple hecho de haber nacido y ser auténticos seres humanos. Pero desafortunadamente en el camino abundan muchos que se dicen “liberales puros” y a la hora de la hora ellos y su gente se vuelven imitadores de sus contrapartes ideológicos al embolsarse también fuertes sumas de billetes, amparados en su política de redención social, o se aferran al poder como viles dictadores. Y se vuelven tan corruptos como los vergonzantes neoliberales. Dígalo, si no, una Rosario Robles Berlanga, antes militante del PRD con tintes de izquierdista, y ahora formando parte de “la mafia del poder”, según calificativo popularizado por Andrés Manuel López Obrador.
Por el contrario, qué gran ejemplo nos dejó un verdadero exponente de la ideología de la igualdad, “El Nigromante”, quien reprobó en su tiempo a uno de sus colegas que se decía liberal puro, pero apegado al poder, y le dedicó textos históricos que retratan la plenitud de su convicción. Fue tan puro don Ignacio, tanto que al morir pobre, su familia no tuvo dinero ni siquiera para sepultarlo.
¿Cuántos de los ahora modernos liberales que se dicen puros también, son dignos de elogio por seguir el mismo camino? ¿Porfirio Muñoz Ledo?, ¿Manuel Bartlett Díaz?, ¿Germán Martínez?, ¿Tatiana Clouthier?, ¿Gabriela Cuevas?, ¿O Poncho Romo y otros empresarios de la misma inspiración?