Hay un principio de la psicología evolutiva que da razón contundente acerca de por qué las personas somos más adictas a las malas noticias que a las buenas: por atracción fatal. Y no desentona nada con un dicho clásico del periodismo: un balazo llama más la atención que mil abrazos. Y este otro axioma norteamericano: “No news, good news”.
Por eso los periodistas aprendemos desde las primeras lecciones que de los 10 “criterios de noticiabilidad” o factores de valoración de los hechos noticiosos, solamente dos tienen que ver con lo positivo. Conocidos también como ingredientes de la noticia, la mayoría de ellos tienden a orientar la atención sobre lo que levanta escándalo y acicatea el morbo de las masas.
De ahí que son los receptores de las noticias quienes marcan la pauta en el consumo de historias lo cual hace que los medios masivos lucren con las que atraen más y que los manuales de periodismo enfoquen a los estudiantes en lo negativo, porque “las buenas noticias no venden”. Y si no, vea usted por qué los diarios casi no ofrecen materiales apropiados en la sección cultural que tienden a elevar el espíritu más allá de la frivolidad o el morbo y, en cambio, sí despliegan una gran información de hechos de sangre e inseguridad o se vuelcan sobre el terreno político para “amarrar navajas” en una sarta de declaraciones de los protagonistas de algún escándalo.
Es el mismo público el que hace a un lado las buenas noticias y, aunque critica que los medios se pueblen de malas noticias, a fin de cuentas lo que más le llama la atención es aquello que se sale de lo convencional u ordinario y más si raya en lo negativo. Por tanto, los canales de televisión que promueven la alta cultura tienen poco “rating” y los espacios dedicados a las buenas noticias son de consumo minoritario.
Eso lo sabe el señor Presidente de México. Pero de pronto se ha empeñado en aleccionar a los medios y periodistas en varios discursos a últimas fechas, como el que pronunció ante los empresarios lamentando que “pareciera que no quisiéramos o nos negáramos a reconocer los avances y a registrar las buenas noticias”.
Agregó: “Estamos en búsqueda de ellas y cuando las tenemos frente a nosotros pareciera que no las vemos. En Turismo son buenas las noticias que hay”, y subrayó la felicidad que provoca el hecho de que, en los últimos dos años (los de su mandato, casualmente), México se haya ubicado en los 10 primeros lugares del mundo en cuanto a captaciones de visitantes extranjeros.
Enrique Peña Nieto también se siente triste, según parece, o acongojado o incomprendido porque no se festina la noticia de tener a nuestro país como un campeón en inversiones de la industria automotriz, e invariablemente enfatiza que ello es debido a sus famosas reformas estructurales, dice un día y otro también.
La óptica del primer mandatario, sin embargo, no es la misma, muy lastimada, del pueblo pobre que no puede alegrarse cuando les dicen que “México se está moviendo” pero, en su ignorancia (consecuencia de su miseria) no sabe para dónde se mueve. Y mejor prefiere fugarse de la cruda realidad con novelas, borracheras, futbol picante y noticias de secuestros, balaceras, desastres naturales, robos, violaciones, corrupción, impunidad, pleitos entre políticos, etc.
“Yo sé que no aplauden”, parece repetir una y otra vez, convencido de que es merecedor de más que eso. Pero se estrella con los estudios científicos que confirman la tendencia de los seres humanos hacia lo negativo porque lo positivo se ve normal (a veces hasta como un deber que no se debe aplaudir) y no llama la atención comparándolo con lo sorprendente, escandaloso o morboso. Por ejemplo, fracasarían los medios que noticiaran los 20 mil aviones que aterrizan sin ninguna dificultad en todos los aeropuertos del mundo, porque aburrirían a la gente con lo trivial, pero en cambio fallarían en su cobertura de una aeronave –una sola– que se estrella con consecuencias fatales. Y así en otros muchos casos como el del funcionario bancario que cumple 40 años en una institución financiera sin robar un solo cinco, pero el que sale en las noticias es el que se embolsa 100 mil pesos. En la tele sobresalen los políticos corruptos y casi nunca los buenos políticos, si los hay.
Lo malo y no lo bueno es lo que activa el mecanismo de defensa, porque la gente tiende a decir: “Qué bueno que no me pasó a mí o que no soy así”, cuando escucha noticias de desastre y corrupción, o por lo menos se siente alertada ante una amenaza de la que dan cuenta los medios.
Por lo tanto, le tenemos una mala y una buena noticia al señor Presidente. ¿Cuál le decimos primero: la buena o la mala? La buena es que todo mundo está de acuerdo con él y tiene razón al reclamar que no le ponemos más énfasis a las buenas noticias. Es una lástima. Pero la mala es que el público así ha sido educado y en una sociedad de mercado, si las buenas noticias no venden, el negocio no camina. Y los medios masivos en manos de inversionistas son un negocio, no un instituto de beneficencia social. ¡Lástima, Margarito!