En la democracia más cara de todo el mundo, en la que más dinero público se derrocha (mil ciento cinco pesos costó cada voto el último 5 de junio), y en la que aturden tantos spots en los medios electrónicos… aún siguen dando mucho de qué hablar las encuestas, pues no solamente los políticos profesionales y los partidos con todas sus siglas fueron los perdedores, en algunos casos, sino ahora también dichas encuestas, cuyo prestigio cayó por los suelos, especialmente las de los que pertenecen a “especialistas” que tienen su sede en la ciudad de México y que se sienten infalibles e importantes porque son invitados frecuentes de las grandes cadenas nacionales de TV, y que apenas se dignan voltear hacia lo que ellos llaman “la provincia”.
Esta vez le ha llovido en su milpita. No han tenido aún un minuto de reposo para contestar tantos cuestionamientos por sus fallas garrafales y no hallan donde guardar su vergüenza por el mayúsculo desprestigio que se ganaron con sus pésimos resultados, al grado de que hay voces que, dudando de su veracidad y función, piden que se regulen y que den a conocer sus fuentes de financiamiento.
No es para tanto. Bien hechas y fundamentadas en una metodología científica, las encuestas son un instrumento de medición de preferencias y dan una pista de acercamiento a las conclusiones empíricas. Pero desafortunadamente muchas veces han sido puestas al servicio del dinero y han sido compradas por quienes a base de engaños tratan de sumar más votos diciéndose ganadores antes de tiempo. Y, en otras ocasiones, son los mismos candidatos los que inventan sus estudios de opinión como parte de una estrategia asociada a la “guerra de lodo” y descrédito en las campañas.
Por otra parte, ahora debe tomarse en cuenta la rapidez y facilidad con que los votantes cambian de parecer. Así es que no es seguro mantener el resultado de un proceso si a boca de urna alguien acaba de ser impactado por una comunicación a través de las redes sociales, que antes no contaban en tiempos electorales.
Las redes sociales son espejos del cerebro, por donde quiera que se les quiera ver. Y provocan el cambio de opinión difundiendo, por ejemplo, un error del candidato previamente favorecido en una encuesta, o acentuando de última hora algún aspecto positivo del abanderado de algún partido que antes no era de las preferencias de los votantes.
Así es que si el periodismo en general ha sucumbido en la inmediatez e instantaneidad de las noticias ante los medios electrónicos y frente al fenómeno digital de los Iphone de ahora, no es posible ignorar que las redes sociales también son un fuerte rival de los métodos tradicionales de las encuestas. Vivimos tiempos que precisan mayor rigor en el levantamiento de datos y su confrontación con la realidad, a fin de ser más certeros en los estudios de la opinión pública, tomando en cuenta la desconfianza que se vive hoy como para decir la verdad siempre ante cualquier pregunta o soltar información veraz.
De esta forma, lo inesperado de los resultados en Chihuahua, por ejemplo, o en Durango y en Quintana Roo, en las pasadas elecciones, pide otra fórmula de medición de preferencias, porque el panorama electoral en México se ha vuelto cada vez más complejo y, en consecuencia, la medición debe hacerse con gente experta y muy capacitada en las variables de todo orden, además de que hay que vencer los riesgos de la inseguridad pública en algunas regiones del país, que no es una perita en dulce.
Antes las encuestas eran un choteo y un ejercicio para novatos porque no había tanta competencia entre partidos. Pero en las circunstancias actuales, por ejemplo en Veracruz y Tamaulipas, es mejor que los que salen a realizar encuestas se pongan las pilas y sepan utilizar estas herramientas, además de aprender a difundir los resultados pre-electorales con profesionalismo y honestidad. Y los periodistas harán bien en preguntarle a Ciro Gómez Leyva cómo le fue en julio de 2012 en la pasada elección presidencial.