En estos tiempos de violentas protestas de algunas poblaciones europeas sometidas a una fuerte austeridad, la elección de François Hollande en Francia aporta una bocanada de aire fresco a las democracias europeas.
No es ninguna revolución. Ni siquiera un cambio de política tan fuerte respecto a su predecesor. Mucho menos una gran sorpresa. Sin embargo, la elección de François Hollande a la cabeza del ejecutivo francés podría representar el principio de una nueva era en esa Europa esclerosada por una crisis política y económica que no termina de empeorar. Y precisamente porque se inscribe en este contexto, la elección de Hollande puede leerse como una victoria de la democracia.
Primero que nada, la elección fue el mayor tema de interés popular de las últimas semanas, probando así el involucramiento de los ciudadanos franceses en el funcionamiento de su aparato democrático.
Esto se notó en los mítines de los candidatos, que presenciaron más seguidores que en cualquier campaña electoral anterior. Hasta la derecha – cuyos simpatizantes no acostumbran tanto manifestarse en la calle – llenó la plaza de la Concordia para el último mitin de Sarkozy antes de la primera vuelta.
Asimismo, las televisoras rompieron los récords de ratings con programas políticos interminables. El debate entre los dos finalistas de la segunda vuelta reunió más de 18 millones de televidentes. Lógicamente, este entusiasmo se plasmó en la tasa de participación que alcanzó en cada una de las dos vueltas el 80%, haciéndose mayor la necesidad de rendición de cuentas del gobierno de Jean-Marc Ayrault, recién nombrado primer Ministro por François Hollande.
También ganó la democracia porque a pesar de la poca estima que le tiene a su ganador, Nicolás Sarkozy reconoció su derrota apenas unos minutos después de la clausura de las casillas electorales, en un discurso contrastante con el tono muy ofensivo del fin de campaña. Esto significa también que “Sarko” supo distinguir entre los discursos de propaganda en tiempo electoral y los valores fundamentales de la república francesa.
Más aún, dos días después de la elección, Sarkozy y Hollande celebraron juntos el 8 de mayo –conmemoración de la capitulación de la Alemania nazi – en un evento símbolo de unión republicana. Situación curiosa, aunque no inédita, de dos presidentes en un mismo evento, con un Sarkozy conduciendo el evento de manera digna; más allá de las consideraciones políticas del momento. Del otro lado, Hollande tuvo el valor de aceptar la invitación del ahora ex-presidente Sarkozy a codirigir la ceremonia, y supo mantener un perfil bajo, sin ningún protagonismo triunfalista.
En los días siguientes, la alternancia política y los traspasos de poder entre antiguos y nuevos ministros se hicieron de forma ejemplar, a pesar de ser enemigos políticos, con palabras de bienvenida y discursos de agradecimientos.
Mientras tanto, a las puertas de Europa, el ruso Vladimir Putin hacía campaña para mantener por décimo tercer año consecutivo el poder en sus manos en medio de fuertes protestas públicas, explicando que “los debates no son necesarios” y que lo único que realmente cuenta son “los resultados”. Luego, en la primera semana de su nuevo gobierno, se propuso una ley para castigar duramente las protestas no autorizadas por el poder, con una multa de hasta 500 mil rublos (220 mil pesos mexicanos) para los organizadores y los participantes.
Durante este mismo mes de mayo, se organizaron también en Grecia y España violentas protestas de una población harta de las difíciles medidas de austeridad que les impone la Unión Europea.
Al contrario, en Francia la protesta se expresó por medio de las urnas, con un Frente Nacional de extrema-derecha a casi 20 por ciento de los votos. Desde luego que esto no es una buena noticia para las fuerzas republicanas que rechazan el discurso racista del partido de Marine Le Pen; sin embargo es preferible que las clases más afectadas por la crisis se expresen de este modo y no quemando edificios públicos o lastimando a inocentes.
La democracia europea se porta bien. Definitivamente es una característica fuerte de la identidad europea. El extremismo pasa hoy en día por las urnas, más que por la violencia o la pasividad. En este sentido, el sufragio francés fue una elección ejemplar para Europa.
Observador y crítico de la actualidad europea. Politólogo titular de dos Maestrías, una en Ciencias políticas del Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Marne-la-Vallée (Francia), y otra en Geopolítica y Relaciones internacionales del Instituto de Estudios Políticos de Toulouse (Francia); así como de una Especialidad de la Maestría en Estudios Internacionales del ITESM, campus Monterrey. Actual profesor de la UDEM y de la UANL. Catedrático en “Estudios Regionales de Europa”. Antiguo trabajador del Parlamento Europeo en Estrasburgo (Francia).