El compromiso del buen periodismo es con la verdad y sólo la verdad. De ahí que cuando los medios masivos se encaminan por otro sendero ponen en entredicho su misión y servicio a la sociedad.
Fallar a su origen y destino les hace perder la anhelada moneda de oro con que pagan las audiencias: la credibilidad. El negocio nunca debe estar por encima de la ética. La publicidad y los intereses de grupos jamás deben representar la aspiración máxima en la difusión y comentario de las noticias.
Por más que duela la exposición de hechos públicos — comprobados e irrefutables –, si tal es la realidad debe llegar a los receptores. No debe haber sensacionalismo ni recreación morbosa en torno a sucesos execrables y de escándalo, es cierto, pero no se puede silenciar lo que ahora tiene curso libre por las redes sociales, a cargo de cualquier ciudadano, sin ningún rigor periodístico.
Así es que llama la atención que muchos hayan reprobado la transmisión por las cadenas de TV, a nivel nacional, del alarde de su equipo militar que hicieron grupos armados el viernes 17 de julio en Michoacán. Hubo reclamos y hasta insultos de parte de los que dedujeron que así se caía en la promoción y propaganda de verdaderos enemigos del gobierno federal y de México. Inclusive Epigmenio Ibarra, publicista e intérprete de los acontecimientos que rodean a AMLO y la 4T, atribuyó el montaje a grupos de poder, agraviados por el estado de cosas al perder sus privilegios, y se inconformó por el énfasis al darlo a conocer y comentarlo en los medios tradicionales
Este caso, sin embargo, nos lleva también a considerar cómo serían vituperados esos medios tradicionales si no se suman a lo que ya era viralizado por los medios alternativos. Se les tacharía de paleros del gobierno morenista, incondicionales de los que mandan hoy en México y vendidos a intereses ajenos a la verdad probada y comprobada a plenitud.
La realidad está ahí y nadie puede negar que las mafias mexicanas cuentan con un poderío militar que asusta. Y querer tapar los ojos y los oídos a su presencia, como lo exige el cineasta Epigmenio Ibarra, es buscar un periodismo que no se comprometa con los receptores de sus mensajes e imágenes. Es ejercer una autocensura que daña a la opinión pública y es negar una realidad que escurre por los cinco sentidos de la gente en la calle, en sus domicilios y en sus centros de trabajo y diversión.
Los medios están en lo correcto cuando no se prestan a que el gobierno niegue y convenza a sus ciudadanos de negación tan nefasta acerca de lo que sucede a su alrededor. Duele semejante realidad, igual que otras espeluznantes y perniciosas, pero es imposible ignorarlas. Es más, serían origen de otros males si el periodismo se presta a ese juego perverso de ocultar los hechos públicos que debe difundir con gran profesionalismo.
La sociedad no es tonta y reconoce que el principio de la salud es reconocer la enfermedad. Por triste que sea admitir lo que nos pasa, no podemos escapar al diagnóstico. Y los mensajeros jamás deberán negarle la verdad inclusive al desahuciado por duro que sea el golpe contra su ánimo. De otra suerte se cae en el juego de las medias verdades o de los silencios cómplices que tan mala fama dejan a los periodistas “chayoteros” y a los medios paleros de los poderes constituidos que creen mandar sobre las masas.
Hoy mismo lo estamos viviendo, igual que siempre, en nuestro México del alma. Los corifeos del gobierno en turno se sienten apenados de servir tan mal a sus receptores, porque no quieren lastimar a los que gozan hoy del poder político y ven como ataque la difusión de noticias duras y las críticas, aunque estén bien fundamentadas. Pero también tenemos a los que detestan todo lo que viene del Palacio Nacional y de la 4T, por lo cual, en una falta de equilibrio informativo, se ensañan con lo negativo de los funcionarios y sus programas sin dar espacio y tiempo a lo positivo o a sus aciertos. De ahí la polarización que nos envuelve, sin saber a ciencia cierta las intenciones e intereses de muchos periodistas y medios que buscan atrapar a los suyos por la vía ideológica y del arma más contundente de la comunicación en todas sus formas: la verdad y nada más que la verdad.