Se habla ahora mucho de México en Europa por dos eventos mayores. Primero que nada, los sacerdotes de los 800 mil mayas que todavía viven en México empezaron a preparar el cambio de época previsto el 21 de diciembre con rituales de agradecimiento a sus dioses. Esta es de hecho la nota más conocida de la opinión pública europea. Sin embargo, es imposible pasar al lado de los múltiples comentarios acerca del nuevo ciclo que también comienza para todos los mexicanos con la transición presidencial entre Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Si pocos analistas hicieron referencia a las circunstancias turbias en las que se desarrolló la elección de julio pasado, en cambio todos subrayan la indignante violencia que acompañó el proceso de transición presidencial. Otro objeto de consenso es la lista de los cuantiosos y arduos desafíos que esperan al nuevo presidente. Si México pasó en 25 años de ser la primera economía de Latinoamérica a representar apenas la mitad de la brasileña, es que algo pasó y necesita remedio inmediato. El Deutsche Welle alemán recuerda justificadamente que los dos desafíos más urgentes de EPN son sin duda modernizar – en el sentido más amplio de la palabra – el país y asegurar una seguridad digna a sus ciudadanos hartos de no ver resultados tangibles en la fracasada “estrategia” nacional de seguridad. Para vencer los males que matan a fuego lento al país, se requerirá de pragmatismo que lleve a resultados inmediatos, lo que Le Monde de Francia recuerda que Peña Nieto afirmó tener de sobra durante su campaña electoral.
No obstante, reina una tremenda incertidumbre sobre la capacidad personal del nuevo presidente, y no solamente porque tomó protesta “sin que los mexicanos sepan todavía si ha leído un solo libro”, como lo sugiere sarcásticamente El Mundo de España. El problema que mayores dudas levanta en la prensa europea acerca del nuevo gobierno son las sospechas sobre su capacidad a romper con sus demonios de siempre: clientelismo, nepotismo, retórica sin acción real… En fin, es obvio que el nuevo presidente no gozará del más mínimo éxito si no acaba con el “incumplimiento selectivo de la ley” que acostumbra (o acostumbraba, usted escoja) aplicar el PRI y que fue descrito por el sociólogo Fernando Escalante en El País el día de la toma de protesta de Peña Nieto. El cotidiano español también subraya que “algunos de los sectores más retrógrados de la sociedad mexicana” apoyan al PRI, y que aparte no tiene mayoría en la Cámara. ¿Logrará Peña Nieto convencer en este contexto que su gobierno es otro que un órgano en manos de los viejos dinosaurios que gobernaron el país durante 7 décadas? ¿O sigue el mismo “viejo PRI con ropa nueva” como lo asevera Le Soir de Bélgica? Sin duda, la primera tarea de EPN es demostrar que el tiempo que pasó en la oposición nacional le sirvió a su partido para reformar su arcaica burocracia interna. Si no, ¿cómo podrá la ciudadanía creer en un cambio nacional si ni siquiera pudieron con su propia casa? Sin estas pruebas de buena fe y de cambio verdadero, será arduo llegar a un acuerdo nacional, y más cuando se tiene la mayoría de la opinión pública y de la clase intelectual en su contra… Reformas energética, fiscal, educativa y un combate sensato a la inseguridad requieren de un país unido, cuyas facciones compartan un objetivo común de bienestar. Espinoso panorama cuando el partido en el poder cuenta con aliados sindicales en los que reinan las prácticas oscuras y el margen de los intereses de los trabajadores…
A la luz de los objetivos anunciados al inicio de su mandato se debe juzgar un presidente. Como bien lo recuerda el Independent británico, Calderón prometió y falló en combatir la pobreza, crear empleos y reforzar la seguridad. Ante la fuerte competencia siempre más aguda de los países emergentes de Asia, México – último lugar en recaudación fiscal y educación de la OCDE (organización de los países más desarrollados del mundo) – no puede darse el lujo de lamentar otro sexenio “a medias”. No lo debe permitir, bajo amenaza de dejar de ser un país que cuenta a nivel mundial.