Conozco a una persona desde hace muchos años y lo que comparto lo escuché de su propia voz el fin de semana.
Trabaja en la Secretaría de Educación de Nuevo León y lleva meses obligada a acudir a actos, mitines, registros de candidatos, brigadas de impacto y a cruceros a ondear banderines naranjas y pegar calcas en autos de candidatos de Movimiento Ciudadano. Eso sí, fuera de su horario de lunes a viernes. Y sábado o domingo a cualquier hora.
“Ha sido muy denigrante, ni cuando Medina, ni cuando El Bronco”, me comparte.
Uno de sus jefes les ordena: “Esta semana viene Máynez al Museo de Historia; mañana deben ir a Juárez con Arratia, y con Mariana a una caminata en Monterrey”.
Para esta persona lo peor son los cruceros con peligro de ser atropellada esquivando los carros. O recibiendo insultos de los que no votarán por MC el 2 de junio.
“Pero ahí vamos. Son las órdenes y no podemos decir que no”, me dice y agrega: “Ya queremos que se acabe tanta humillación. Y lo peor es que nos piden apoyar a Mariana y en la oficina nadie votará por ella. O porque estamos hartos, o porque nuestro INE es de otro municipio”.
No es de la llamada tropa. Tiene estudios superiores y de posgrado. En las últimas semanas, cuando falta poco para las elecciones, ha tenido que ir a eventos con grupos musicales o solistas de moda en la Macroplaza o en Fundidora, con la excusa del 200 aniversario de Nuevo León, pero dice: “Tenemos que ir y nos tienen qué ver”.
No supe si fue el domingo pasado a la Macro con Carín León donde Samuel se puso un sombrero naranja, en lo que fue un acto de campaña para su esposa disfrazado el evento como parte de los 200 años del Estado.
No supe si esta persona estuvo convocada para ir al cierre de campaña de Máynez en San Pedro donde murieron ocho personas y un niño de 11 años cuando se cayó el templete y Bronco se quedó con las ganas de cantar. Los heridos se suman por decenas y el número de fallecidos podría aumentar.
Lo que sí supe es que ha estado en primera fila junto a escenarios ondeando banderines, uniéndose a las porras de candidatos que ni conoce y que tampoco votará por ellos.
Ha ido descuidando a su familia, a sus pequeños hijos. Ha ido de acarreada para sumar asistencias… y para conservar su trabajo como en los tiempos pasados en un Nuevo León donde nada ha cambiado.
MEXICO EN CAMPAÑAS: IGUAL O PEOR
Quiero admitir que desde que tengo uso de razón, y más cuando tuve la primera oportunidad de votar, me desagradaba ver en las campañas cómo el PRI y el PAN -los partidos hegemónicos en la presidencia hasta 2018-, se aprovechaban de las necesidades de millones de mexicanos de escasos recursos.
Cierto, desempeñando un trabajo como otros similares de estar bajo el sol jornadas enteras de ocho horas promoviendo en las calles un producto, los partidos políticos de antaño inventaron las brigadas de impacto y usaron a la gente para ondear sus banderines, regalar gorras, playeras y bolsas, y pegar calcas de candidatos en los carros.
Y después del PRI y PAN nacieron otros como el PT, PRD, MORENA, Movimiento Ciudadano (antes Convergencia por la Democracia), y decenas más que desaparecieron pero vivieron de dinero público que les daba -primero el desaparecido IFE, y actualmente el INE-, a manera de prerrogativas para las campañas.
En la actualidad, aunque existen topes de campaña para todos los candidatos, y sin distinción de colores, no se salva uno que se los pasen por el Arco del Triunfo.
El descaro es el mismo, o peor, como pasó este miércoles a 18 días de los comicios del 2 de junio: el gobierno de Nuevo León anunció regalar botellones de agua en un sector popular de Monterrey (casualmente donde compite la esposa del gobernador para la alcaldía), previo registro con su credencial del INE como pasó cuando regalaron dinero a usuarios del Metro.
Y a nivel federal el presidente Andrés Manuel López Obrador repitió lo que sus antecesores del PRI y el PAN hicieron por décadas: anunció un aumentó del diez por ciento al salario de los maestros, coincidentemente en su día.
Antes me desagradaban el PRI y al PAN por aprovecharse de las necesidades de los mexicanos cuyo voto valía una torta y un refresco.
Entonces me pregunto: ¿en qué ha cambiado México? Creo que en nada. Está seguramente igual… o peor.