En octubre de 1960, en ocasión de la Reunión Plenaria 902 de la ONU, Nikita Jrushchov, entonces líder máximo de la antigua URSS, protagonizó un escándalo al golpear la mesa con un zapato. La escena lo pintaba como un auténtico loco capaz de oprimir el botón rojo y destruir el mundo en una guerra que nadie puede ganar: la guerra atómica. No fue la única vez que el líder soviético perdió los estribos en público. Los estudiosos de los procesos de negociación afirman que se trató de una táctica para infundir temor en sus oponentes. Un tipo que pierde el control de sí mismo al grado de ponerse a golpear la mesa con un zapato es alguien al que hay que tratar con cuidado porque no actúa razonablemente, sino movido con las más profundas e incontrolables emociones.
Los días anteriores al 15 de septiembre corrió el rumor de que el presidente daría un discurso nacionalista y amenazaría con romper el NAFTA ante la insistencia de los EEUU y Canadá para que dé marcha atrás a la contrarreforma energética que, violando lo pactado, favorece a la CFE y PEMEX frente a sus competidores. Finalmente, no pasó nada y las negociaciones continuaron. Algunos analistas atribuyeron a Tatiana Clohutier, entonces Secretaria de Economía, el cambio de planes del presidente. Otros afirmaron, y aún lo hacen, que nunca se atrevería a poner en riesgo el tratado; que buscaría una salida discreta porque de otra forma sería como darse un balazo en un pie. El resultado sería catastrófico para la economía del país.
El reemplazo de Tatiana por Raquel Buenrostro, que tiene fama de ser una negociadora dura e implacable, envía una señal de que el presidente está dispuesto a jugar con el destino del país con tal de salirse con la suya. Más aún: el despido de la Subsecretaria De La Mora, quien llevaba realmente las negociaciones, y sustitución por el hijo del Subsecretario de Derechos Humanos, que no tiene experiencia previa en el tema, habla de que el presidente está jugando un juego diferente. No se trata de una negociación comercial, sino de un asunto político. Los nuevos encargados son eso: encargados, voceros; el que está negociando es el mismo presidente.
El presidente ve en Biden a un político débil al que puede doblegar. “Play the man, not the cards”, parece decir con su accionar. El coqueteo con China, la renuencia para condenar a Rusia tras la invasión a Ucrania, el apoyo al presidente cubano, el desaire a la Cumbre de la Américas el año pasado, todo forma parte del juego. Las negociaciones por la contrarreforma energética son solo otro asunto más en el tablero. Se trata del juego favorito del presidente: el juego del poder.
Se avecinan tiempos difíciles para los norteamericanos: la polarización interna, la migración creciente, el narcotráfico, la amenaza rusa y el reto chino obligan a tener fronteras seguras. México, con este presidente, es un problema que Biden no puede dejar sin resolver. Esa es la apuesta: la seguridad por la contrarreforma energética. Tirar el tratado resultaría catastrófico para México, pero también tendría costos altos para los EEUU y para Biden en lo personal.
Como Jrushchov, toda proporción guardada, el presidente quiere convencer a Biden de que está dispuesto a perderlo todo. Ya pintó su raya. Nuestro futuro está en la mesa de juego. La adrenalina corre. Es el presidente que tiró miles de millones de dólares en un aeropuerto para decirles a sus opositores que él es el que manda aquí.