Este 2013 será marcado en la política exterior mexicana como el año de la normalización de las relaciones bilaterales entre Francia y México, después de siete años de desastre diplomático marcados por el conflicto alrededor de Florence Cassez y la cancelación del Año de México en Francia, en 2011.
Azar del calendario o elección simbólica, el Secretario de Relaciones Exteriores francés, Laurent Fabius, estuvo de visita oficial en nuestro país el día 14 de julio, celebrando en tierras mexicanas la fiesta nacional francesa de conmemoración de la toma de la Bastilla durante la Revolución Francesa.
Esta visita sirvió también de pretexto para formalizar los detalles de la visita del presidente francés François Hollande el próximo año, con el fin de reactivar las relaciones entre ambos países. Por ello, acordaron crear un Consejo Estratégico franco-mexicano, encabezado por el ex Secretario de Relaciones Exteriores del gobierno de Fox, Jorge Castañeda. Así es como vemos los primeros frutos de la nueva relación entre los presidentes Peña Nieto y Hollande –que coincidieron en su llegada al poder el año pasado– y que se perfilaban desde la visita del mandatario mexicano a Europa.
Fuera del comprensible resentimiento que todavía existe en cierta franja de la población en contra de las autoridades que liberaron a Cassez después de un probable acuerdo político, es innegable que este acercamiento corresponda a una decisión de Realpolitik, que si bien es criticable por lo ocurrido con Cassez, no deja de ser necesario. ¿O tenían que quedarse eternamente congeladas las relaciones bilaterales?
Esperemos que las próximas cooperaciones implementadas vayan más allá del mero aspecto comercial, ya que si bien las oportunidades de inversión crean valor y bienestar, sería muy deseable atender también de otras formas a las poblaciones. Por ejemplo, Francia es el tercer país en recibir estudiantes mexicanos, y un cuarto de millón de estudiantes aprenden el idioma francés. Del mismo modo, medio millón de viajeros visitaron el país galo el año pasado. También existen muchas sinergias académicas y tecnológicas entre instituciones de investigación y empresas de ambos países.
Otro claro ejemplo de un campo en el que México tendría mucho que ganar de esta cooperación es la industria ferroviaria, en la que Francia cuenta con una larga trayectoria y saber-hacer (así como en su tiempo se construyó el metro de la Ciudad de México con la asesoría de una empresa francesa). Ojalá sea la ocasión para desarrollar aquí una red de trenes tanto de mercancías como de personas, resolviendo así parte de los problemas de contaminación, de accidentes y de enfermedades ocasionados por el exceso de tráfico en las grandes metrópolis y permitiendo mejores tiempos de traslado y costos menores. La otra gran ventaja del tren es que su costo y gasto de energía es menor que el transporte vial. En un país tan grande sería de beneficio tanto para las empresas como para los ciudadanos el poder disfrutar de una red ferroviaria eficiente. El país galo ofrece una multitud de ejemplos de los favores que otorga una red ferroviaria moderna: el trayecto entre París y Marsella, separadas por una distancia de casi 800 km –la distancia entre Monterrey y Guadalajara–, se recorre en apenas tres horas, contra 11 horas en autobús entre las capitales de Nuevo León y Jalisco…
Lo sorprendente de esta situación es que desde el inicio del siglo XX se habla de tal proyecto pero jamás ha visto la luz, probablemente porque implicaría muchos años de construcción y que el presidente que mande a hacer semejante red no sería el que la inauguraría… Sin embargo, es necesario cambiar este esquema de pensamiento y compensar esa falta de voluntarismo político por un plan de desarrollo a muy largo plazo, ya que nuestras carreteras nacionales están muy saturadas; nuestra ciudad de Monterrey es un excelente ejemplo de aquello. Además, con el desarrollo del poder adquisitivo de la clase media mexicana, el número de coches en circulación irá en fuerte aumento en las próximas décadas.
Si se agrega la mala calidad de las carreteras –sin mencionar su alto costo por kilómetro– es obvio que existen aún más razones de esperar que nuestras autoridades tengan visión para mínimo debatir este tema en el espacio público.
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