Pedro Solá es el español, naturalizado mexicano, que derrumbó los sueños presidenciales de Andrés Manuel López Obrador hace 12 años y le impidió ganar los votos suficientes para triunfar en las elecciones. Bastó su frase “Peligro para México”. Con eso se asustó una inmensa mayoría. Y en las urnas los ciudadanos dijeron la consabida frase “más vale malo por conocido, que bueno por conocer”. Le tuvieron miedo al cambio. Y Felipe Calderón se cruzó la banda presidencial.
Pues ahora resulta que el tal Solá, que en 2012 ayudó también al sistema para que operara a su modo a fin de que el candidato izquierdista se quedara en la orilla otra vez, ya trabaja al lado de AMLO. Contratado por el Partido del Trabajo de Alberto Anaya y de su esposa Guadalupe Rodríguez, dice estar plenamente convencido de que el fundador de MORENA tiene todo a su favor esta vez porque ha capitalizado la ira social. Y esa rabia incontenible es una emoción muy distinta al miedo, por lo cual hoy no tendrá efecto que lo comparen con Hugo Chávez y Nicolás Maduro o que asusten a la gente con que convertirá a México en otra Venezuela, ni que terminará siendo un dictador. Es la marginación a la que han orillado los ricos a los más vulnerables, y la corrupción, lo que ha producido un asqueroso hartazgo.
Ante estas circunstancias, recuerdo una frase que un día escuché de labios de un viejo profesor: “Si un día no vamos por los pobres, otro día los pobres vendrán por nosotros”. Porque, en efecto, ellos son ahora mayoría y están dolidos hasta el alma de los malos gobiernos del PRI y del PAN, y de otros partidos que los han hundido en la desesperanza. Hastiados de ser tan feamente olvidados, ¿qué les queda? Confiar en otra alternativa de alguien que les habla bonito al oído.
Así es que no culpemos a nadie más del desencanto de los 64 millones de pobres que hay en México. Se trata del 53% de la población, que es la misma de hace 25 años. En aquel entonces muchos de ellos pusieron su fe en el Partido Acción Nacional (PAN), pero los albiazules echaron a perder tan preciado capital político. El partido se llenó de oportunistas y gandallas que no supieron responder a las expectativas del pueblo-pueblo y la rebatinga interna por el poder los llevó a un lamentable, para ellos, divisionismo. El reparto de beneficios entre sus castas dejó en el olvido a muchos miserables.
El PRI ya es un caso perdido en los planes de remediación de la desigualdad social. Su tremenda corrupción y el entreguismo de sus tecnócratas al Consenso de Washington o a los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI), por iniciativa de Carlos Salinas de Gortari, ha hecho del neoliberalismo económico un látigo para castigar a los marginados y una charola de plata para que se sirvan a sus anchas los privilegiados del sistema.
Veamos, si no, las cifras hirientes que ha arrojado un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe: “En México, las 210 mil personas que tienen inversiones en la Bolsa Mexicana de Valores (BMV) poseen casi una quinta parte (22 por ciento) de la riqueza nacional, mientras que ocupamos el lugar número 20 en la clasificación de naciones con más millonarios”. (La Jornada, 25/06/2017).
Sí. Nuestro país es hermoso y muy rico. Con una historia milenaria y una cultura envidiable, es también inmensamente pródigo en minerales, ríos, bosques, litorales, diversidad de flora y fauna. Y ni la corrupción galopante ha podido acabar con él. Pero solamente 12 millones concentran la mitad del ingreso y 108 millones viven con el resto. Y así tenemos también como ejemplo que el Consejo Mexicano de Negocios (CMN) es el grupo elitista de las 50 personas más adineradas, que en conjunto representan 30% del PIB (Producto Interno Bruto) nacional. ¡No puede ser que ellos ahora estén de nuevo luchando al lado de los partidos tradicionales para que AMLO sea derrotado el 1 de julio y no sientan culpa de la lacerante desigualdad social y de provocar la ira popular que está reflejada en las preferencias electorales, a través de las encuestas!
Sin embargo, en el partido de López Obrador hay también empresarios abusivos, vestidos de redentores sociales, aunque su larga cola se la pisan en todas partes. Ahí tenemos como ejemplos rutilantes a los candidatos a gobernadores de Jalisco y de Puebla, Carlos Lomelí Bolaños, quien trató de ocultar en su declaración oficial dos terrenos por valor de 89 millones de pesos; y Manuel Barbosa, quien compró la casa del expresidente Miguel de la Madrid en Coyoacán y, no obstante, declaró que sus bienes ascienden a 15 millones de pesos. ¡No les surte efecto el buen ejemplo que dice ponerles su líder López Obrador, porque en todos los partidos se cuecen habas y en todos hay ratas de dos patas!
De ahí que también MORENA tiene sus “fichitas” y no solamente el PRI, el PAN, el PT y el Partido Verde de la familia González, que ha lucrado a placer construyendo inclusive palacios en Estados Unidos como residencias propias. La corrupción está en todos los partidos y por eso México ya no aguanta y está harto de tanto desencanto de sus gobernantes y representantes populares.
José Antonio Meade lo ha reconocido con valentía. “Encuentro miedo, coraje, frustración; reconozco aquello que está funcionando mal”. Y es precisamente eso lo que, en palabras, de Pedro Solá, está capitalizando bien y bonito el candidato de la izquierda que tanto preocupa a los de la derecha.
“Si un día no vamos por los pobres, otro día ellos vendrán por nosotros”, es una frase para reflexionar. Y más vale que se cumpla ese axioma por la vía del voto de las masas, y no por el de las armas, que era el sentido original que yo leía cuando se pronunciaba contra el hartazgo causado por el PRI en mis años de joven.
Hoy percibo que es el mismo hartazgo. Pero ahora causado por la desilusión que también el PAN ha dejado en el ambiente político, por el divisionismo de sus malos dirigentes y militantes de la cúpula voraz. Y por la voracidad de quienes incursionan profesionalmente en la política partidista. Por eso López Obrador tiene el camino pavimentado para alzarse con el triunfo el 1 de julio. A menos que cometa un grave error o los grupos de poder se empeñen en que no llegue, a como dé lugar, a la presidencia de la República.
Pero no hay que confiarse de que a México le irá bien. Porque no es la sola acción de un hombre la que es garantía de remedio de nuestros males viejos. Hay que ver qué aportamos todos en general y hay que ver de qué clase de “fichitas” se rodeará el nuevo “tlatoani”, pues ya asoman su rostro muchos oportunistas, como antes lo hicieron otros en los partidos tradicionales cuando intuían la cercanía del poder. No debemos confiarnos hasta que la realidad nos convenza de que el cambio valió la pena.