Hace treinta años exactamente se comenzó a escribir la caída estrepitosa del poderoso líder petrolero Joaquín Hernández Galicia. Sus rencillas con el entonces secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari, habían surgido a raíz de que éste eliminó la entrega del dos por ciento por cada obra realizada. Sin embargo, después del festejo del 58 aniversario del PRI, el 4 de marzo de 1987, la sed de venganza creció en el ánimo de “La Quina”, en vísperas del “destape” del candidato a suceder a Miguel de la Madrid Hurtado, quien un día dijo haber tenido preferencia por Jesús Silva-Herzog Flores, pero al pelearse con Salinas de Gortari lo destituyó como secretario de Hacienda en 1985.
Poco a poco Hernández Galicia, en su distanciamiento con Salinas de Gortari, le enviaba mensajes de que el candidato ideal priista era Alfredo del Mazo, llamado por Miguel de la Madrid “el hermano que nunca tuve”, aunque sabía que el señor presidente también llamaba “hijo político” al secretario de Programación y Presupuesto. Las miradas de rencor lo decían todo. Los nombres de los “tapados” de aquella época se multiplicaban y había que dejar claro que los petroleros tenían fuerza política para inclinar la balanza hacia uno de ellos, menos hacia Carlos. Podía ser el poderoso secretario de Gobernación Manuel Bartlett o el regente del DF, Ramón Aguirre Velázquez, “menos el pelón”, decían a voz en cuello algunos, secundando a “La Quina”.
Los meses siguieron su marcha. Llegado el momento, Jorge de la Vega Domínguez, líder nacional del PRI, dio la noticia de que los seis “tapados” desfilarían en una pasarela que daría a las bases la oportunidad de fincar una decisión sabia a la hora de elegir al idóneo. Era septiembre y Miguel de la Madrid antes del informe presidencial se mostraba cauto ante la insistencia de la prensa para que diera una pista sobre la dirección del “dedazo”. Nada. Durante el evento del 1 de septiembre y después seguía el misterio.
Hasta que la ansiedad se desbordó y con toda anticipación había que destapar la olla de presión. Fue entonces que “La Quina” recibió del líder de la CTM, Fidel Velázquez, la señal de que la designación iba por la vía del titular de Programación y Presupuesto, lo que contravenía la precampaña de los petroleros que en Ciudad Madero ya tenían las pancartas y mantas con el nombre y fotografía de Alfredo del Mazo. Así es que, en un alarde de atrevimiento político, casi al cinco para las doce, Salvador Barragán Camacho, líder de las confianzas de Hernández Galicia, corrió con un grupo de sus dirigidos a las oficinas del procurador general de la república, Sergio García Ramírez, adelantándose al “destape”, lo que motivó que Jorge de la Vega Domínguez, ante la cargada de otros priistas y los cuestionamientos de los medios informativos, considerara necesario abrir el telón del enojoso show que no complacía para nada a la opinión pública.
Así, en aquel inolvidable octubre de 1987, apareció sonriente el hombre de la calvicie prematura e inteligencia política. Su nombre, Carlos Salinas de Gortari, provocó entonces un júbilo desbordante entre las masas de acarreados y priistas convencidos de que era la mejor decisión cupular. Incluso, las campanas del templo de Agualeguas, Nuevo León, repicaron como si fuera día de fiesta, porque en ese pueblo nació el patriarca de los Salinas, don Raúl, también exfuncionario público en el Gobierno federal. Pero la frustración de Joaquín Hernández Galicia y su gremio presagiaba algo muy riesgoso.
Todo porque se rescató y se hizo circular una noticia aparecida en primera plana en el diario Excélsior el jueves 18 de diciembre de 1951: Un niño de 4 años fusiló a Manuela, la sirvienta de la casa, con un arma calibre 22. Ese niño travieso era Carlos Salinas de Gortari. Todavía más: en esos tiempos del México de la “dictadura perfecta” (Mario Vargas dixit), José Luis González Meza tuvo la osadía de escribir un libro titulado “Un asesino en la Presidencia”, que lo hizo huír del país, mientras que su editor fue encarcelado acusado de evasión fiscal.
Las malas lenguas atribuían a Manuel Bartlett el lanzamiento del libro, por ser el secretario de Gobernación. Sin embargo, éste se deslindó y le mostró a Salinas de Gortari ser fiel a su promesa de no atacarse mutuamente, e inclusive llevó su lealtad hasta provocar la “caída del sistema” el día de las votaciones, a fin de asegurar su triunfo. ¿Entonces quién fue? Y es aquí donde los señalamientos dieron con “La Quinta”, quien, además, había ordenado a sus secretarios generales y a quien lo escuchaba fuera del gremio petrolero que se debía hacer ganar a Cuauhtémoc Cárdenas, a como diera lugar.
¿Qué esperaba, entonces, cuando Salinas de Gortari asumió la Presidencia de México el 1 de diciembre de 1988? Éste, para demostrar su poder y su desquite con quien lo había retado de fea forma, en enero de 1989 no tuvo empacho en valerse de lo que fuera para sembrar en casa de “La Quina” en Ciudad Madero un arsenal de armas y un muertito que trasladaron de Chihuahua, porque don Fernando Gutiérrez Barrios simplemente obedecía a su jefe en tales indicaciones. Por eso Hernández Galicia no se escapó de la cárcel, además de que Salvador Barragán Camacho fue objeto también de la sed de venganza del primer mandatario.
Finalmente “La Quina”, ya muy maltratado, falleció el 12 de noviembre de 2013, a los 91 años de edad. Pero fue hace 30 años cuando empezó su declive por pleito tan desigual al jugarse el todo por el todo y querer “destapar” a un candidato contrario al elegido por el sistema, porque como dicen que dijo años después el presidente Miguel de la Madrid: “Las herencias son para los hijos; no para los hermanos o amigos”.