El Secretario de Hacienda ha anunciado las dificultades que afrontará nuestro querido México en el 2021, debido a la crisis económica que viviremos apenas comparable con la de 1932. La razón es que no habrá “guardaditos” ni ahorros que alcancen para paliar los problemas que nos ha traído otra crisis no menor, como lo es la de la pandemia del Coronavirus, tanto en lo que se refiere a la muerte y contagios de miles de hermanos en todo el territorio nacional como en la pérdida de empleos y la falta o recorte de recursos en muchos hogares para satisfacer el mínimo de sus necesidades.
A esas crisis, sin duda, habrá que agregar la de la inseguridad pública provocada por los grupos de narcos en el país y la de la violencia urbana con tantos delitos del orden común, día tras día, que no nos dejan en paz. Pero que no se nos olvide la crisis política que padecemos, de la que se derivan la corrupción e impunidad que son el azote y el flagelo de nuestras finanzas públicas y sirven de apetito a los más voraces que los lleva a luchar por el poder, a fin de alcanzar a dar una tarascada al pastel presupuestal.
Por eso la política está tan desprestigiada. Por el mal ejemplo que dan muchos mexicanos en su afán por servirse –que no servir– desde los cargos gubernamentales o de representación popular. Porque no es su vocación de solidaridad con los más vulnerables sino el signo de pesos el que mueve sus corazones y su cerebro en pos de un cargo público. Y, obviamente, de ahí deviene la cascada de conflictos que desembocan en crisis económicas, sanitarias y de inseguridad. Porque el saqueo del erario y otras formas de afectar la distribución justa del dinero de los impuestos e inversiones no permite que la política cumpla su papel fundamental de atender las prioridades de los ciudadanos. Además, la corrupción se traduce en una mala forma de enfrentar la contingencia sanitaria y otros asuntos de la salud, sencillamente porque el tráfico de medicamentos y los consabidos sobornos se coluden con nombramientos de amigos o cómplices en puestos claves de los órganos públicos que no saben o no quieren seguir el camino correcto en la encomienda de la que se espera den mejores resultados. Y ya no tenemos más que decir acerca de cómo el cáncer de las drogas prohibidas y la lucha contra la “delincuencia organizada” envenena el ambiente cuando se funden autoridades y capos o cuando los jueces son peores en sus ambiciones que a los que han de perseguir con la ley.
Sin embargo, nos da la impresión que el saneamiento moral de la clase política va para largo. La lucha contra la podredumbre comprobada en sexenios anteriores ha servido como bandera al Presidente López Obrador y le ha dado excelentes resultados por su habilidad, por ejemplo, para llamar “aportación” a lo que se constató en un video que es también corrupción en que aparecen su hermano Pío y David León traficando dinero para MORENA y la campaña electoral. No obstante, peor se ve AMLO queriendo justificar la conducta de los suyos aduciendo que esas bolsas de papel son minucias en comparación con las maletas repletas de billetes que se entregaron a funcionarios del régimen de Peña Nieto y a legisladores para que aprobaran la reforma energética, según el denunciante Emilio Lozoya, delincuente confeso que busca, así, una consideración de la pena que debe aplicársele.
Sí, sí hay una feroz propaganda contra el neoliberalismo que, afirma enfático AMLO, empobreció a México y dejó una estela de corrupción simbolizada en los presidentes Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, del PRI, así como de Vicente Fox y Felipe Calderón, del PAN, y, no se diga, el de Enrique Peña Nieto. Sí, sí hay un grito estruendoso contra la malversación de fondos públicos y las raterías en las dependencias oficiales de cualquier signo. Sí, sí convence el slogan que proclama no debe haber “gobierno rico y pueblo pobre”. Pero hay muchos casos en la realidad que contradicen los propósitos de la 4 T, y más los que se centran en la austeridad republicana de su líder. ¿O cómo nos explicamos los cuantiosos recursos y propiedades que aparecen en las declaraciones patrimoniales de la actual élite política, encabezada por la Secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero y su jefe de asesores Jorge Alcocer Villanueva, así como el canciller Marcelo Ebrard, a quien le da por ostentar un reloj de 14 mil dólares? ¿Y qué decir de Manuel Bartlett Díaz y de los esposos Irma Eréndira Sandoval-John Ackerman quienes no disimulan lo que valen sus negocios inmobiliarios? Obviamente los Alfonsos (Romo y Durazo) pueden también justificar sus fortunas, igual que Jorge Mendoza Sánchez y Santiago Nieto. Todo es producto de su larga trayectoria en trabajos bien remunerados y ahora apoyando a México en su actividad profesional.
Pero ¿no es incongruente que la mayoría del pueblo-pueblo siga padeciendo hambre y tenga dirigentes políticos bien cuajados de recursos económicos y materiales? ¿No es irritante tratar de convencer a los seguidores de AMLO que no debe haber “gobierno rico mientras haya pueblo pobre” y trasciendan las ganancias y bienes ostentosos de los que le “sirven” desde el olimpo político? ¿No es una hipocresía alardear de una supuesta “austeridad republicana” y que la gente se dé cuenta de la vida que se dan los que mandan y están arriba de la pirámide gubernamental? ¿Podemos hablar de justicia con las tablas comparativas entre estos privilegiados y muchos burócratas de bajo sueldo o los mexicanos marginados en su vida diaria? Nadie puede exigirles que no sean ricos si sus ganancias son legítimas y son fruto de su larga vida de “servicio” o de trabajo, pero no se ve bien que se sigan sumando a la letra y a la voz de su líder cuando su realidad no se retrata en lo que creen sus simpatizantes.
No es corrupción, desde luego, su ostentación y su forma de vida. Nada de eso. Pero sí puede ser cinismo frente a la desventura de la mayoría de los mexicanos. E insensibilidad para no ayudar a corregir con sus fortunas la desigualdad que tanto lacera a nuestro querido México. Y también cierta incongruencia al despotricar contra sus antecesores en sus cargos y seguir gritando “no somos iguales”. Y sí, ojalá no sean iguales en cuanto a la corrupción e impunidad, que es nuestra peor crisis y el tronco de donde han brotado todos nuestros males y, por tanto, de las otras crisis severas que padecemos hoy en día: económica, sanitaria y de inseguridad pública.