No estaba con mi mamá, sino con mi hija mayor, mi esposo y mi hermano; no era 1994, sino 2019 y estábamos a punto de ver “El Rey León”.
Hacía mucho que no iba al cine, tanto que, aunque me de pena admitirlo, no sabía que ya se podían elegir los asientos, ¡en verdad había pasado tiempo!
Un anuncio, dos anuncios, tres anuncios y nada que empezaba la película, hasta que finalmente el logo del cine anunciaba que la espera había terminado.
Me quité mis lentes y me puse los del cine para verla en 3D, me acomodé en mi asiento y le dije a mi hija que pusiera atención.
Pensé: “concéntrate , fíjate en los detalles, disfruta la película y ¡no vayas a llorar!”, pues sabía que en cuanto muriera Mufasa sería difícil aguantarme.
¿Y que creen?, fue tanta mi emoción que cuando Rafiki presentó a Simba ante los animales la primera lágrima salió de mi ojo derecho y así terminaba con años y años de autocontrol.
Con cada escena me emocioné como una niña, incluso más que los que estaban en el cine y creo que lo mismo pasó con el grupo de treintones que estaban detrás de nosotros, pues cada risa o expresión emitida era por adultos.
Cuando llegó el tiempo de que Simba perdiera a su padre, además de lidiar con el drama de la pantalla tuve que hacerlo con la pregunta de mi hija: “Mamá ¿qué le pasó a su papá?, ¿está muerto?”; a sus cinco años de edad nunca le había hablado de la muerte, pero evidentemente alguien más ya lo había hecho.
Eso fue suficiente para que en lugar de tranquilizarme llorara aún más.
Me sentí como tonta cuando llegó el turno de “Hakuna Matata” y hasta ganas de cantar me dieron, pero me contuve como un adulto prudente y maduro que soy (léase con sarcasmo).
Me conmovió el amor de Mufasa por su hijo, me cautivó el romance entre Simba y Nala, me divertí con Timón y Pumba y me sorprendió la maldad de Scar, que me pareció mayor que en la película original.
Pero ahora vi la cinta como mamá e inevitablemente pensé en el sufrimiento que debió haber pasado Sarabi al perder a su compañero y a su hijo; si, ya sé que es ficción.
La película me encantó, la disfruté de principio a fin, me pareció hermosa y no hablo como un crítico de cine, sino cómo alguien que la vió con los ojos del corazón, de la nostalgia de la infancia.