
El atentado en el maratón de Boston confirma que hasta nuestras fechas de tiempos violentos, al menos en ese tipo de sucesos sangrientos con jóvenes aprendices de terroristas y con resentimientos contra sus semejantes, México sigue exento.
Aunque somos finalmente los mexicanos, los vecinos de la potencia del norte, quienes padecemos la psicosis generada en Estados Unidos que incrementó las medidas de seguridad después de los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York del 11 de septiembre de 2001.
Porque inmediatamente las autoridades de Washington ven a México como un territorio poroso, fértil y vulnerable, por donde pasan y llegan a la frontera norte miembros o simpatizantes de grupos extremistas islámicos, con intenciones de internarse a Estados Unidos.
Pero siempre han resultado falsas las alarmas cuando trascendió que un extremista musulmán ingresó a nuestro país con pasaportes falsos.
Por otro lado son las viejas y nuevas políticas migratorias de los congresistas y de los gobernantes en turno de la Casa Blanca que favorecen otorgar residencias legales a ciudadanos provenientes de otras naciones en conflicto, sin previa eficiente investigación de los sabuesos agentes.
Es el caso de los autores materiales de las explosiones de Boston: hijos de padres de Cechenia, un territorio ex soviético que estuvo en sangrienta guerra en los años 90, donde Estados Unidos se mantuvo al margen, o quizá su industria bélica favoreció a una de las partes.
Si bien uno llegó casi niño y el otro adolescente, los hermanos Tsarnaev vivieron con todas las comodidades que otorga Washington a ciudadanos de otras patrias con visas de residentes legales, cuando a los mexicanos que sólo buscan trabajo los detienen, humillan, encarcelan y deportan como delincuentes.
¿A poco en la cadena de atentados contra objetivos norteamericanos, como pasó en las Torres Gemelas y en Oklahoma, hubo inmigrantes mexicanos o de otros países centroamericanos involucrados?
El primero fue perpetrado por terroristas del grupo Al Qaeda, pero en Oklahoma donde murieron 168 entre adultos y niños, o en las balaceras dentro de escuelas, han sido los estadounidenses los enemigos de su patria.
Si bien Washington siempre ha criticado que en México se permite el libre acceso de los inmigrantes rumbo a la frontera, incluyendo el respectivo “moche” para las autoridades migratorias, nunca se ha detenido a terrorista alguno enlistado entre los más buscados por el FBI.
Es tiempo que nuestros vecinos reflexionen seriamente en reformar sus leyes que permiten acceder libremente a sus ciudadanos a armas y explosivos. Vaya, dejar de ser candiles de la calle y oscuridad de su casa.
Lo sucedido en Oklahoma era considerado el peor acto terrorista perpetrado en territorio de Estados Unidos, hasta antes del impacto de dos aviones contra uno de los símbolos de ese país en la Gran Manzana.
En esa ocasión Timothy McVeigh llegó hasta afuera de un edificio donde estaban las oficinas del FBI, una guardería y oficinas públicas y privadas, manejando un camión bomba que detonó con la mano en la cintura.
La tragedia de Boston viene a confirmar que, al menos para evitar la entrada de militantes de grupos islámicos radicales después de septiembre de 2001, las medidas extremas en puertos de entrada de Estados Unidos ha sido exitosa.
Que empezó con George Bush Jr. y siguió con Barack Obama, siendo los principales afectados los mexicanos fronterizos con visa que son vistos como terroristas, cuando en realidad llegan a consumir y fortalecer la economía del poderoso vecino.
Pero en el caso de nuestros inmigrantes sin papeles, es vergonzoso saber cuando un policía de la Patrulla Fronteriza se siente cazador y dispara causando la muerte de una persona inocente, que busca ingresar a su país por hambre, con ganas de trabajar y mantener a su familia.
El atentado en Boston, una de las ciudades más cultas de Estados Unidos, con toda seguridad no será el último, porque siempre vivirá el enemigo en casa, gran consumidor de la industria bélica… y con licencias para matar.