En 2009 el PRD tuvo que bajar a su candidata a la entonces Delegación de Iztapalapa, Clara Burgada, porque el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación anuló su nominación atendiendo una queja de una fracción del mismo partido, denominada Nueva Izquierda. En asamblea pública el hoy presidente López Obrador seleccionó a “Juanito”, un vendedor ambulante como candidato sustituto. Ahí mismo, ante todo mundo, le hizo jurar que su candidatura era solo para cumplir los requisitos legales, pero que luego de ganar tendría que renunciar para que el Jefe de Gobierno del Distrito Federal pusiera como encargada a Burgada.
Rafael Acosta Ángeles, alias Juanito, ganó las elecciones a pesar de que muy pocos lo conocían; luego se negó a cumplir el pacto, rindió protesta y fue Delegado por unos días. Sus propios compañeros de partido lo obligaron a renunciar.
Viene a cuento la anécdota para entender un poco cómo piensa y actúa el presidente. La ley es un obstáculo para sus planes y está dispuesto a hacer cualquier cosa para sacarle la vuelta; muchas veces sin medir, aparentemente, las consecuencias a mediano y largo plazo. Cuando dice que primero la justicia y luego las leyes, se refiere a que él está por encima de la ley, porque es honesto y justo.
Las candidaturas tampoco son importantes. Como Juanito, son solo meras piezas para mover según la necesidad del momento. No importa quién sea el candidato porque la gente vota por quien él, López Obrador, señale.
Con estos dos criterios, el candidato es (o debe ser) manipulable y la gente vota por quien él elige, el presidente decidió hace mucho tiempo que la mejor candidata era la doctora Sheimbaun. Pero México no es Ixtapalapa, y él ya no es “el rayito de esperanza”.
El poder desgasta: no hay resultados; los antiguos aliados se desilusionan y ahora lo critican abiertamente; los más cercanos ven cómo disminuye su poder y empiezan a salirse del huacal. Los votantes de clase media y media alta, que creyeron en su discurso, hoy tienen dudas. Las elecciones del 2021 en la Ciudad de México exhibieron la desilusión y el descontento. A los votantes que no son su núcleo duro no les gustan los partidos tradicionales, pero el experimento está resultando un fracaso demasiado costoso: no hay medicinas, la violencia sigue, la corrupción solo cambia de rostro porque robar para la causa sí se vale según los estándares del nuevo régimen. Y, por si fuera poco, la inflación crece.
Los logros escasean; subió el salario mínimo, pero los precios están por las nubes, sobre todo los de los alimentos. Le reparten dinero en efectivo a los viejitos, pero no hay medicinas, se acabaron las guarderías, ya no hay refugios para mujeres golpeadas por sus parejas y ahora hay más pobres. Sobran palabras, faltan resultados.
El método anunciado para seleccionar al bueno es poco transparente y tiene malos antecedentes; los perdedores tienden a enojarse. Ya Ricardo Monreal ha dicho que si las encuestas no le gustan no va a jugar; y eso no es bueno. Perder otro líder del movimiento los debilitará más.
Cualquier cosa puede pasar en 2024. Mucha gente aprecia a este presidente y aún cree en él, pero su popularidad no se puede transmitir. Ninguno de los precandidatos del partido oficial tiene sus atributos. La caballada se ve muy flaca y eso que aún no tienen a ningún candidato enfrente porque los partidos opositores no terminan de encontrar un camino para organizarse. Nadie puede confiarse; en cualquier momento se organizan, aunque sea por simple instinto de supervivencia; o surge un candidato ciudadano con un discurso atractivo.
Podría repetirse el escenario del 2006. En ese hipotético caso, la tentación de ir al conflicto será muchísimo más grande. Si en 2016 la cosa quedó en un plantón en Reforma, ahora podría escalar a niveles insospechados. Lo que está en juego hoy es muchísimo más. Han gobernado como si no hubiera posibilidad de alternancia, como si siempre fueran a estar en el poder. Además de las facturas que seguramente les pasarán por sus errores y abusos, se perderá lo que el presidente más anhela: un capítulo en los libros de historia.
Sin López Obrador, el partido no vale nada. Ya no habrá tiempo de regresar al poder por la vía democrática. ¿Les ganará la tentación de quedarse a cualquier precio?