
Justo meses antes de cumplir 57 años de edad y cuando estábamos realizando uno de los retos de 8 semanas para lograr nuestra mejor versión física, aparecieron las inevitables lesiones que a cualquier deportista pueden descarrilar de sus objetivos.
En ocasiones se debe a daños añejos que con el tiempo pueden convertirse en crónicos, aunque también el inexorable paso del tiempo suele cobrar facturas en algunas disciplinas físicas por el desgaste natural de las partes del cuerpo sometidas a esfuerzos intensos.
En mi caso particular y motivo por el cual comparto mi propia experiencia en este artículo, quizá hubo un poco de exceso de confianza o negligencia de mi parte, y la consecuencia es una inevitable visita al quirófano pronto, por lo que me di la tarea de investigar la frecuencia de las lesiones en los hombros de quienes practicamos algún tipo de levantamiento con pesas.
El primer aviso fue en el 2008 cuando una ligera molestia en el manguito rotador fue atendida y en ese momento me practicaron una infiltración en el hombro izquierdo. Estamos hablando que tenía aproximadamente 41 años de edad.
A pesar de la molestia de la inyección y de un día que dura el efecto secundario, mi hombro quedó muy funcional por muchos años.
Tiempo después, quizás en los cinco años posteriores, comencé a tener molestias, sobre todo cuando se involucraba el hombro izquierdo de manera directa y realizaba ejercicios de presión, tales, como el press de hombro o presses de banca para pecho.
Así fue pasando y corriendo el reloj biológico y el cuerpo que es muy sabio, fue desarrollando sistemas de compensación, ya que el brazo derecho intervenía más cuando había que empujar la barra, mientras que cuando el ejercicio era con mancuernas siempre me costó más trabajo levantar la izquierda. Y afortunadamente siempre tuve fuerza y potencia acorde a mi peso y corpulencia, lo cual también está cobrando las consecuencias.
Muchas visitas con fisioterapeutas, amigos ortopedistas, masajes de rehabilitación e incluso novedosos aparatos europeos que tuve la oportunidad de probar en la Ciudad de México utilizados por profesionales del deporte, me permitieron seguir entrenando a mi gusto, es decir intenso y pesado como si la juventud fuera eterna.
En realidad, fueron pocas las ocasiones gracias a Dios en las que tuve que suspender mis jornadas de entrenamiento por lo que podría decir que de manera ininterrumpida llegué a entrenar por 28 años y a sumar 42 de haber comenzado en esta maravillosa disciplina a los 15 de edad en plena adolescencia, cuando me apasioné de esta actividad y su “mundo”.
Fue a mediados del año pasado cuando la molestia comenzó a ser mayor y un buen amigo médico me diagnosticó que era una incipiente lesión del bíceps en los tendones que cruzan con el pecho y el hombro, por lo que recetó analgésicos, cambio en el sistema de entrenamiento y fisioterapia.
Afortunadamente caí en manos de una excelente fisioterapeuta, con lo cual recomiendo ampliamente contar con un profesional técnico de esta disciplina si se practica deporte de manera permanente. Ello me permitió, qué con sus respectivos cambios en la intensidad del entrenamiento, continuar durante más de un año sin parar.
Finalmente, este año después de la primavera comenzaron los dolores casi permanentes, hasta que fueron convirtiéndose en sufrimiento y que iban desde la cervicales y el cuello, pasando por el hombro y el bíceps hasta la muñeca, de tal suerte que un día fue prácticamente insoportable.
De esa forma cerré mi año 57, ante la inevitable, aceptación del paso del tiempo.
Como me dijo el traumatólogo que me atiende: “son más de 40 años de joder al hombro. Creo que ya valdría la pena reflexionar en cambiar de actividad”.
Afortunadamente para mí y si Dios quiere, el pronóstico es que el hombro puede seguir siendo funcional y, con algunos ajustes a la forma de entrenar, después de la rehabilitación, podremos seguir haciendo ejercicio como medicina preventiva, rumbo a la vejez.
Lección aprendida. Aceptación digna de mi momento de vida palomeado, pero la convicción de que cualquier clase de ejercicio físico con sus debidos cuidados, es fundamental para la salud en la tercera edad.
En los próximos días iremos a la cirugía, confiados Dios mediante en que todo saldrá bien y podré compartir mi testimonio de cómo habré de enfrentar mis próximas etapas desde el gimnasio, rumbo a los 60 en los siguientes tres años.