
No cabe duda que en Estados Unidos hay deportes de primera y de segunda, como también hay castigos lights y hards (ligeros y duros) cuando se trata de deportistas involucrados en escandalosos casos de uso de sustancias prohibidas.
El dinero de los patrocinadores influye, sin duda, en las decisiones que toman las autoridades de las mismas asociaciones deportivas para imponer sanciones ejemplares, sin que los jueces de tribunales estén ajenos a presiones pues el show business (negocio del espectáculo) debe de continuar.
Uno de los casos más recientes y mediáticos tuvo en el ojo del huracán al ciclista estadounidense Lance Armstrong, ganador de siete Tours de Francia, quien fue despojado de esos títulos por haber hecho trampa usando doping.
Considerado como un verdadero héroe del ciclismo porque superó un cáncer de testículo, el texano llegó a enamorar a millones de personas en el mundo y sus acciones altruistas fueron apoyadas con la compra de artículos Nike color amarillo con la leyenda de la Fundación Livestrong.
El castigo contra Armstrong fue tan despiadado como merecido, porque se atrevió a todo para engañar a millones de viejos y nuevos seguidores de un deporte con gran arraigo en Europa y que gracias a él empezaba a enamorar a nuevas generaciones en el resto de los continentes.
Tras varios días donde las trampas que puso en práctica y las sustancias prohibidas que utilizó para conquistar el Tour de Francia de esa forma descomunal fueron confirmadas, accedió a una entrevista televisiva con la famosa y millonaria conductora Oprah Winfrey, donde la cereza del pastel fue cuando se refirió a las vergüenzas que pasaban sus hijos por culpa de un padre tramposo.
El despojo de sus siete títulos de la competencia ciclista más importante a nivel mundial -que este 2013 cumplió un siglo- puso en completa duda a ese deporte, pues Armstrong no fue el primero, ni será el último en inyectarse o ingerir productos fuera de la ley para consagrarse como campeón en un ciclismo que actualmente lleva la etiqueta de sucio.
Desde junio del año pasado la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA) había acusado a Armostrong de dopaje, y fue dos meses después cuando se dio en anuncio que cayó como bomba en el deporte mundial: el 23 de agosto de 2012 ese organismo decidió retirarle sus siete conquistas del Tour de Francia y suspenderlo de por vida.
En enero de este año, frente a Winfrey y millones de televidentes en el mundo, el ciclista admitió que en Francia usó la hormona EPO, testosterona y transfusiones de sangre para eliminar el doping de sus venas, engañar a los laboratorios de la Unión Ciclista Internacional (UCI) y mostrarse como un atleta invencible, como de otro planeta.
Si bien la USADA es la agencia oficial antidopaje del deporte panamericano, olímpico y paraolímpico de Estados Unidos reconocida por el Congreso desde su fundación en 2000, su injerencia contra un deportista profesional fue avalada por la UCI.
Otra justificación de la intervención de la USADA fue que el texano había representado a su país en Juegos Olímpicos de Sydney 2000 donde ganó medalla de bronce, presea que también perdió.
La bola de nieve contra Armstrong ya era tan enorme que no podía seguir siendo un intocable, pues además años y meses atrás se publicaban libros y declaraciones de ex compañeros que lo sentaban en la silla de los acusados.
¿Pero por qué si la USADA es tan efectiva no interviene en los innumerables casos de doping de los jugadores de las Grandes Ligas de Beisbol?
La respuesta más lógica es porque el negocio alrededor del ciclismo no es tan redituable como el que cobija con su impunidad al beisbol profesional, y los intereses en este último son mayores que hace que patrocinadores, dueños de equipos, jugadores y managers se pongan lentes oscuros para no ver lo que hasta un invidente alcanza a ver.
Es inconcebible que las Grandes Ligas no hayan advertido que los músculos de Barry Bonds, Mark McGwire, José Canseco y Alex Rodríguez, entre muchos otros peloteros suspendidos o actualmente activos, no correspondían o corresponden al crecimiento normal que se logra con sana alimentación y horas en los gimnasios.
¿Cuándo hemos escuchado sobre una sanción ejemplar a un beisbolista que juega en la gran carpa de Estados Unidos, la mejor pagada del mundo? Nunca o casi nunca.
Es incomprensible cómo después de ser dados de baja por San Francisco, Chicago, Oakland o San Luis, los dueños de esas franquicias aún comercialicen gorras, jerseyes y la toda clase de artículos de jugadores que hicieron trampa para tener mejores contratos, batir récords y, peor aún, querer ser elegidos para el Salón de la Fama.
No es posible que en pleno siglo 21 el negocio del deporte profesional privilegie a unos, como en el beisbol, y sea implacable con otros como en el ciclismo. Cuando en ambos casos el castigo debe ser parejo, sin mirar que unos andan sobre ruedas y los otros le peguen a una pelota con un pedazo de madera.
En estos días se habló mucho sobre que Alex Rodríguez, jugador emblema de los Yanquis de Nueva York, sería expulsado de por vida del beisbol profesional por estar relacionado con una clínica de Florida, acusada de distribuir sustancias prohibidas a deportistas.
Pero también se dejó la puerta abierta de que Rodríguez, millonario y famoso por haber sido novio de Madonna, recibiría una sanción menor si se abstenía a apelar el castigo ante un juez.
¿Acaso escuchamos que Armstrong tuviera el mismo trato que el estelar pelotero de los Yanquis? Claro que no.
Lástima que la USADA no fue requerida por el Alto Comisionado de las Grandes Ligas para apoyar en la investigación e imponer una sanción histórica a Rodríguez y a otros beisbolistas quienes, de la noche a la mañana, sus cuerpos sufrieron cambios tipo héroes de cómics.