Hace años leí un cuento muy malo donde una mujer recolecta uñas y cabello de su exnovio para, años después, hacer un hechizo contra el sujeto. La mujer espera, espera, espera, y el hombre seguía feliz con su familia. La fallida hechicera va con una bruja de verdad a pedir consejo. Ahí se entera que esos recortes fisiológicos tienen fecha de caducidad, pues cada 7 años el ser humano se renueva espiritualmente, o algo así.
A mí me pareció absurdo el cuento desde las primeras páginas, pero en aquel tiempo era yo más disciplinado para la lectura y lo leí completo. La verdad ni recuerdo si el conjuro tuvo consecuencias para la vengativa mujer. Seguramente sí, por lo menos un berrinche monumental. Celebraría su paciencia, porque eso de esperar años para ejecutar una venganza pues tiene su mérito, y también sus bemoles. No es muy sano vivir rumiando bilis. La mujer debió padecer unas agruras crónicas espantosas.
Esto es, toda proporción mágica guardada, muy parecido a lo que sucede durante las temporadas de transición en las administraciones públicas. Durante tres o seis años rumiamos bilis contra gobiernos federales, estatales y municipales. Cuando cambia el staff (si es que cambia) vomitamos precipitadamente jugos vitriólicos sobre los que se van. A nivel de calle eso no tiene mayor importancia, pero apantalla cuando organizaciones, medios y nuevas administraciones se suman a la defenestración eligiendo la ventana más grande y el basurero más sucio para arrojar a exfuncionarios. ¡Ya pa’ qué! Hasta sorprende que ahora sean tan diligentes cuando en su momento fueron tan solícitos (v. gr.: sesiones del Congreso de la Unión, ambas cámaras. Es como Juego de tronos, incluso con dragones).
En esas andamos con el gobierno del Estado. El gobernador Rodríguez se va; de hecho, prácticamente ya no está. No sé si tenga futuro político, ni si le reditúe ahora el tiempo que le ROBÓ al estado con su campaña presidencial, o el andar de oficioso y sedicioso con el grupo de gobernadores “neofederalistas”. La verdad, algunas de las exigencias de Rodríguez y sus compadres mandatarios no eran tan descabelladas, pero, admitámoslo, su propósito no era social sino político y circense. Así no cuaja ni el jocoque. Y aunque hay miradas y oídos atentos a algunas administraciones municipales, París no quiere la cabeza del palafrenero del rey sino la de Luis Capeto.
El propio Gobernador ha reconocido la pobreza de sus resultados. Yo le llamaría miseria. En efecto, sus promesas se quedaron en recursos de campaña. Algo a lo que ya estamos acostumbrados y resignados. Lo hubiéramos tolerado, como siempre. En verdad no tuvo los recursos económicos suficientes para hacer cosas, pero deshizo otras con los recursos que tenía. Tampoco tuvo ni la inteligencia ni la disposición para hacer algo. Un ataque directo y despiadado contra la corrupción en la administración pública estatal no sólo le hubiera redituado simpatías, también recursos (¿apoco creen que el señor de las “mañaneras” tiene tanta aceptación por su somnífera oratoria?). Pero desde el “cobijagate” y la desastrosa y “bronca” campaña presidencial, fue evidente que a Rodríguez no le interesaba combatir la corrupción. Ahora, entre los entredichos de la transición, parece que no sólo no la combatió, además la toleró. Habría que ver y demostrar si también la fomentó.
Sin embargo hay que intentar ser objetivos y buscar los verdaderos logros del casi exgobernador. Debe haberlos. Que alguien los busque, porque yo no hallo ninguno. Y lo digo muy en serio: debe haber algún beneficio social real luego seis años de pretextos, dislates y bravuconadas. Así sea para justificar mi voto (yo voté por él, mea culpa).
Medio congelar las tarifas del transporte urbano fue una medida aceptable. Pero las familias de concesionarios que juró combatir siguen tan campantes. Además, seis años de tarifas más o menos fijas sólo engordaron un problema que no se corrigió (arrancó) de raíz y que ahora amenaza con estallar en la nueva administración. ¿Tan poderosos son los concesionarios que han sobrevivido durante décadas? Ni tan “bronco”, porque no pudo, ni con la escandalosa administración que le precedió, ni con la Seguridad Pública, ni con la Salud, cuyas cicatrices no van a curarse ni en los próximos seis años, ni con el servicio vital de Agua y Drenaje, ni con… su propio equipo.
Como en el caso de la bruja tonta del cuento que citaba, medios, organizaciones y actores políticos, rumiaron su decepción durante seis años. Ahora, cuando Rodríguez desciende del podio, aparentemente ya sin poder, se lanzan a la yugular. Sobre todo medios que lo festejaron en su momento y ahora le recriminan hasta el corte de pelo (más escaso, por cierto). Pasa lo mismo que cuando Rodríguez llegó a la gubernatura, y los resultados no son más que la foto del recuerdo con un exgobernador impune pero vestido de reo. Es decir: nada. ¿Se repetirá el show?
El gobernador electo Samuel García trae en el morral muchas promesas. Si cumple la mitad me doy por bien servido. Pero hay una que debe priorizar y que Rodríguez omitió, y todos los gobernadores han omitido en su momento: combatir, pero sobre todo CASTIGAR la corrupción. Y no es que lo prometieran (que siempre lo hacen), es que es lo los votantes exigen imperativamente con su voto. Nos valen gorro la carretera nueva, los hospitales, las reservas de agua, la “inversión” extranjera… Sin funcionarios corruptos en la cárcel no habrá escarmiento, ni redención, ni recursos suficientes ¡jamás! Pero sobre todo que no le den largas al asunto como la bruja del cuento, porque en México los delitos cometidos por funcionarios públicos, mágicamente caducan. Aunque, por el contrario, el daño social y económico se acentúa.
Respecto a mi voto por el gobernador Rodríguez, me arrepentí a los seis meses. Pero como la culpa y el Infierno no caducan, ya me receté mi propia penitencia: veré clips “musicales” de Delfín Quishpe hasta que me sangren los ojos y los oídos, incluyendo sus covers de Aerosmith y Queen, sus comerciales de aceite “Sabrosón” y, varias veces, su obra cumbre “En tus tierras bailaré”, con Wendy Sulca y la “Trigresa del Oriente”…
No se culpe a nadie de mi muerte y/o apoplejía.