
Esa Bicicleta Blanca que cuelga en el poste soy yo, el ciclista aquél que salió de su casa con la bendición de su esposa y la sonrisa de sus hijos. Ese día amaneció con alegría y terminó con la trágica noticia. Quién imaginaría que un automovilista como tú me arrebataría la vida en un abrir y cerrar de ojos. En casa no podían creerlo. Mi madre se quedó esperando mi llamada. Mi padre ya no pudo darme el abrazo. Tú me quitaste la vida; de un tajo le quitaste el padre a mis hijos, el esposo a mi mujer, el hijo a mis padres, el hermano a mis hermanos y el amigo a mis compañeros.
Salí de mi trabajo como de costumbre, me despedí de mis compañeros y del guardia: quién diría que sería el último saludo de despedida. Abordé mi bicicleta, que tanto trabajo me costó comprar. Avancé por calles y avenidas; mientras avanzaba, mis ojos repasaban casas, negocios, árboles y gente que todos los días veía en mi tránsito de regreso a casa.
Me era común sentir que los autos, motocicletas y camiones me rebasaran. Sentía el viento en mis mejillas al avanzar y la mirada de quienes veían a un hombre ir y venir de manera cotidiana para cumplir con su trabajo y llevar el alimento a su hogar. Nadie imaginamos la muerte cuando salimos de casa, ni yo, que a diario me sentía embestido por automovilistas circulando a toda velocidad por esas calles que tienen límite. Sin educación vial ni respeto por los ciclistas y peatones.
Ese día me sentí confiado, sin premoniciones, sólo pensaba en llegar a casa para sentir el calor y aroma de mis seres amados: mi esposa y mis hijos. Era increíble pensar que al llegar la cena estaba lista: sopa caliente, frijoles refritos, mis tortillas de harina y un abrazo de mamá.
Todo acabó. Sentí un golpe en mi espalda. Fuerte, tan certero que me hizo volar. Caí al suelo, lejos de mi bicicleta mientras veía rodar la rueda trasera y alcanzaba a escuchar el ruido producido por la cadena atada a la estrella de la bici, sentí que las llantas de un auto pasaban sobre mi cuerpo y se alejaba a toda velocidad. Quedé tendido en el suelo, mirando al cielo. Sentía que muchas personas corrían y gritaban: “¡Lo atropellaron! sigue vivo, dejen que respire, hablen a la ambulancia, ¿quién vio las placas? fue un carro particular, yo lo vi, huyó por aquél rumbo”.
“¡Está muerto!”. Fue lo último que escuché entre tantas y tan confusas expresiones. No sabía si tenían razón, si estaban en lo cierto o aún tenía esperanzas de llegar a mi casa y reunirme con los míos.
Por años había escuchado que la mayoría de los automovilistas desconocen los derechos que tenemos los ciclistas y peatones; incluso ignoran esas reglas básicas del tránsito de vehículos y la precaución que deben tener cuando circulan junto a una bicicleta: tan débil como su tripulante. Ese automovilista no me respetó, pasó como alma que lleva el demonio y simplemente me llevó…
En casa me lloran, pero ahora sé que ese automovilista vive intranquilo; ahora sí me ve. Cada que pasa frente a la Bicicleta Blanca voltea nervioso, inquieto. Trata de resistirse, pero termina por mirarme junto a esa Bicicleta Blanca. Yo le digo, esa Bicicleta Blanca soy yo. Aquí sigo esperando justicia, señor.
Visita: http://www.bikefan.mx/consejos/alguna-vez-has-visto-una-bici-blanca-colgada-en-la-calle-sabes-lo-que-significa.html
Visita: http://pueblobicicletero.org/bicicleta-blanca-en-memoria-de-alejandro-gonzalez-garcia/
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