En Monterrey están presentes los sitios donde pelearon los mexicanos contra los soldados norteamericanos, durante la Batalla de Monterrey en septiembre de 1846.
Si bien los “güeros” avisaron al pasar por Brownsville sin mucha resistencia, al llegar a la Sultana del Norte, que no se llamaba así entonces, se encontraron con un valle rodeado de montañas y causa extrañeza que a pesar de la presencia de fortines, los mexicanos no pudieron vencer a los extranjeros.
Como si fuera un partido de futbol de la Selección Mexicana, en el cual los “gringos” siempre nos golean, ellos también eran más fuertes, distinguidos y de gran porte, de acuerdo a la crónica de la cronista Bertha Villarreal de Benavides. Los mexicanos en contraparte estaban chaparritos, flaquillos, enclenques, muchos sin mucha experiencia militar. Así nunca les íbamos a ganar.
Un año antes el presidente el presidente James K. Polk mandó al general Zachary Taylor al Río Nueces para empezar este enfrentamiento con México.
Pero ¿cómo le hacían los “bolillos” para estar motivados? ¿Llevaban su canasta de Whataburgers? En ese entonces no las habían inventado, pero algo tenían que comer y sobre todo beber. De seguro traían su lote de botellas de agua Evian. No esas tampoco porque son francesas.
Hasta la Rosa María se moría por una del número 4, de esas que llevan tocino, tomate y lechuga, bueno y con sus respectivas onion rings. Y esas sí que son texanas.
Porque cómo se explican que esos soldados sobrevivieron sin tener nada qué comer, por supuesto que tenían que preparar sus ricas viandas y claro, después en encontrar la excusa perfecta para iniciar la guerra de los texanos con los rancheros mexicanos, pos se desató la guerra.
En Monterrey culpan al general de origen cubano Pedro Nolasco Martín José María de la Candelaria Francisco Javier Ampudia y Grimarest, conocido simplemente como Pedro Ampudia, de no haber aguantado los tres días crudos de la Batalla de Monterrey, del 21 al 23 de septiembre y haberse rendido tan rápido en un acuerdo o capitulación con los líderes norteamericanos.
Por algo será que no hay estatuas de Ampudia que lo pongan como un héroe a admirarse, hasta están en películas como “El Batallón de San Patricio” lo pintan como alguien indeciso.
En la capital estaban los fortines en Tenería (Santa Lucía), Federación (Loma Larga), Rincón del Diablo, Ciudadela (calle centro) y el Obispado. Todavía sobreviven en la Ciudadela varios cañones empotrados en su pared exterior, como mudos testigos de que en este fortín se intentó dar la lucha. En la actualidad es una biblioteca pública.
Si visitan El Álamo en San Antonio, encontrarán la versión de los texanos, que un grupo de mexicanos masacró cruelmente a la población, en 1836, sepan bien, 10 años antes de la Batalla de Monterrey.
Solo para refrescarles la memoria, fue en el Tratado de Velasco firmado en Velasco, Texas, el 14 de mayo de 1836, después de la batalla de San Jacinto (21 de abril de 1836), que nuestro general mexicano Antonio López de Santa Anna (o sea nuestro presidente), cayó el día 22 de abril, pos para qué ibas mi general.
El Tratado de Velasco fue firmado en Velasco, Texas, el 14 de mayo de 1836, tras la batalla de San Jacinto (21 de abril de 1836), por el general mexicano Antonio López de Santa Anna, que había caído prisionero de los rebeldes el día 22 de abril, y pos dobló las manos ante el presidente texano David G. Barnet.
Luego Texas se independizó, lo cierto es que eran territorios muy muy lejanos para vigilar, por ello los colonos se fueron apropiando de esas tierras, bajo la promesa de que en la orilla del Río Bravo, pondrían varias tiendas a lo largo, como La Plaza Mall en McAllen.
“Ustedes firmen, les encantarán los roles de Cinnabon y nuestros cafecitos de Starbucks”, bueno no sé si eso dijeron, más bien le pusieron a Santa Anna una saradeada que tuvo que aceptar la rendición.
Pero bueno, ya les contaré sobre las pulgas que fueron un hit y ahí vamos a cruzar todos los días. ¡Todo lo que quieras a dólar! Bueno, casi todo. Sean felices.